OPINIÓN

Chávez, Maduro y Lukashenko: monstruos del mismo pantano

por Miguel Henrique Otero Miguel Henrique Otero

El miércoles 23 de septiembre, en un acto reservado y sin testigos, Alexandr Lukashenko se invistió a sí mismo para mantenerse en el poder por un sexto período consecutivo. Gobierna Bielorrusia, de forma ininterrumpida, desde 1994. Tras el último fraude electoral, que se realizó el 9 de agosto, los aliados de Lukashenko, en contra de la evidente mayoría del país que lo rechaza, anunciaron que este había triunfado con 80,1% de los votos. Nada menos. La reacción de la sociedad bielorrusa no se hizo esperar: salieron a las calles, de forma multitudinaria, a denunciar la estafa y a exigir nuevas elecciones. La Unión Europea no pudo guardar silencio ante las inocultables pruebas del desfalco electoral. Además de desconocer los resultados, también han planteado la urgencia de un nuevo proceso electoral, bajo condiciones que garanticen unos comicios justos y transparentes. De hecho, el 24 de septiembre, la Unión Europea afirmó que el acto de toma de posesión “carece de legitimidad democrática”.

Entre los años 2006 y 2014, los regímenes de Venezuela y Bielorrusia desarrollaron lazos, cuya magnitud y profundidad no se conocen del todo. Chávez hizo visitas anuales a Minsk, entre los años 2006 y 2010. Por su parte, Lukashenko viajó a Caracas en 2007, 2010, 2012 y 2014. Además de convenios que claramente beneficiaban a Bielorrusia, en ámbitos como petróleo, gas e infraestructura, nunca se aclaró en qué consistía el apoyo militar que aquel país proveería a Venezuela. Ni tampoco se despejaron los rumores acerca de transacciones financieras que, partiendo desde Caracas y circulando por varios paraísos fiscales, terminaban en la capital de Bielorrusia. Hay periodistas de ese país que sostienen que, cuando se acabe el régimen de Lukashenko, entre los secretos que se destaparán, y que han sido severamente protegidos hasta ahora, está la cuestión de los dineros, joyas y hasta lingotes de oro que jerarcas venezolanos habrían llevado a Bielorrusia en esos viajes. ¿Será cierto que es en bóvedas de ese país donde están guardadas grandes tajadas de dinero de los principales clanes del chavismo-madurismo?

A pesar de las diferencias geográficas, culturales e idiomáticas, numerosos comentaristas, especialmente bielorrusos, a menudo se han propuesto contestar a la pregunta de qué explicaba la amistad y mutua atracción que unió a Chávez y Lukashenko. La respuesta a esa pregunta, que resume intereses económicos, diplomáticos, políticos y hasta de orden personal, es que eran cómplices. Monstruos del mismo pantano.

Uno y otro fundaron regímenes para establecerse en el poder de forma permanente e ilimitada. Para ello han ejecutado planes que guardan escalofriantes semejanzas. El primero se refiere a las leyes y la administración de la justicia en ambos países: han realizado cambios en las leyes para adaptarlas a sus propósitos personales, incluyendo el de concentrar los poderes en la presidencia, para gobernar sin la participación del Poder Legislativo. Además, han colonizado el Poder Judicial, para alcanzar una conformación que les garantice inmunidad, impunidad y el uso de los tribunales como instrumentos de persecución y liquidación de las fuerzas opositoras.

El avance hacia el objetivo de desarticular, dividir y reducir a los demócratas y a sus organizaciones se ha cumplido con métodos semejantes: acoso físico, detenciones, torturas, penas de cárcel para los dirigentes políticos y sociales que protesten o lideren movimientos contrarios al poder. Ambos poderes coinciden en la práctica de construir expedientes donde se habla de incitación al odio, conductas antipatrióticas, afectar el orden público, incitar a la rebeldía y otros. Todo ello ejecutado sin el menor recato: violando las leyes, el debido proceso y el derecho a la defensa. Uno y otro no se limitan en la caza de demócratas, sino que extienden la cacería a familiares y personas relacionadas.

Este lineamiento -que tiene la categoría de política pública-, de amedrentar y aplastar toda forma de oposición, los ha conducido a la creación de los instrumentos necesarios para coaccionar, acosar, apresar, torturar y violar los derechos humanos: cuerpos policiales y militares, especialmente entrenados y armados para el ataque a civiles indefensos, para allanar sus hogares, para sembrar el miedo en la sociedad. La técnica principal de estas organizaciones, basadas en la impunidad, consiste en el uso desproporcionado de la fuerza: son especialistas, como ha ocurrido en Venezuela, en escenas como esta: 15 a 20 uniformados, con los rostros cubiertos, atacan todos a la vez, a personas solas y desarmadas. Y, cuando los han tirado en el piso, los patean por la cabeza y el cuerpo.

Lukashenko y el dueto Chávez y Maduro, así como los integrantes de las bandas que los rodean, tienen otra especialidad en común: elaborar listas de personas disidentes, que protestan o que han expresado simpatía por la democracia, para despedirlos de sus empleos, negarles el acceso a la educación, impedir que usen los servicios públicos, a los que tienen pleno derecho. En Venezuela, las prácticas de discriminación han variado a lo largo del tiempo. La más reciente, que ha sido condenada por gobiernos y organismos multilaterales de todo el mundo, consiste en el uso de las bolsas de alimentos subsidiados, como instrumento de lealtad política: a quien no se adhiere al régimen, no les venden los alimentos. Es decir, los condenan al hambre. Porque de eso trata, a fin de cuentas, el oficio de los monstruos del pantano: mientras matan la democracia, matan a sus ciudadanos.