Challengers de Luca Guadagnino, explora en los misterios del deseo desde la cancha deportiva. En especial, al equiparar la tensión sexual con la rivalidad deportiva y después, el amor con el triunfo de los deseos más urgentes. Todo en un escenario elegante y sofisticado, que convierte al subtexto del deporte en un dilema moral.
En Challengers (2024) de Luca Guadagnino, el director está obsesionado por varios temas a la vez. Por un lado, con la rivalidad sobre el terreno de juegos, convertido en tensión sexual. Lo que convierte a Art Donaldson (Mike Faist) y Patrick Zweig (Josh O’Connor), antes pareja en dobles de raqueta y ahora enemigos circunstanciales, en criaturas raras. Al otro extremo, Guadagnino —experto en crear tensión erótica— convierte lo que podría ser un dilema de furia masculina, convertida en necesidad insatisfecha, en una historia de amor al subtexto. El resultado es un recorrido a través de la necesidad de triunfar, el deseo en diferentes matices y por último, la belleza, consagrada y construida como puente de unión entre todo lo anterior.
Puede parecer un escenario complicado, hasta que se recuerda que el director exploró con éxito en los mismos temas en Call Me by Your Name (2018), una intensa e imperfecta perspectiva acerca del despertar de la lujuria. En Challengers hace otro tanto, pero desde una visión más adulta, sofisticada y voraz. En específico, porque sus protagonistas ya no son niños torpes en la busca de una respuesta a lo que experimentan —aunque en algunas escenas todavía son muy jóvenes— y que el objeto de la necesidad erótica es un trayecto hacia el autodescubrimiento adulto. Todo, en la cancha de tenis, que como deporte de precisión que es, ofrece a la película un contexto que brilla en su ritmo narrativo y su forma de analizar el contexto que rodea a sus personajes.
Por supuesto, el centro de esta trama deliciosa, tensa y llena de extraños giros que conducen al miedo y a una necesidad insatisfecha, es Tashi Duncan (Zendaya). Amada de maneras distintas por dos hombres, su personaje extiende su velada angustia existencial, en una sincera franqueza sobre el amor. Es ella, la primera que advierte que entre Art y Patrick hay una historia no resuelta, que es más que un conflicto emocional y sí algo más cercano a un romance incompleto.
Zendaya brinda a esta mujer ambigua, brillante y levemente cínica, toda la delicadeza de una figura atemporal. Pero a la vez es, también, el centro de una disputa misteriosa. Una que se conecta con ideas más fuertes y duras sobre la madurez emocional y física. Tashi es la mujer que todos desean, la antigua gloria del deporte y ahora, un observador infalible del campo de batalla de las ambiciones. En mitad de todas esas virtudes, también hay un espacio oscuro que se recrea en la necesidad de esta mujer, levemente sardónica, de buscar su propio lugar en el mundo.
Lo homoerótico en un dilema delicioso
El guion de Justin Kuritzkes tiene ideas muy claras sobre cómo expresar todas esas ideas, sin necesidad de lo obvio o el subrayado constante. Por lo que se dedica a dejar claro que lo que une a este trío es lo que late bajo sus sonrisas, conversaciones agudas y habilidad con la pelota. Por supuesto, hay un romance que subyace —Art contrajo matrimonio con Tashi y Patrick se siente traicionado por ambas partes— pero el lazo que les vincula es más elemental y, sin duda, más poderoso que solo el anhelo platónico. Art y Patrick, que pasaron buena parte de su adolescencia juntos, son espejos el uno del otro.
A la vez, se esfuerzan por vencerse, en medio de una evidente química sexual e intelectual que la edad solo reforzó. Lo más interesante en Challengers es que el director no tiene miedo a explorar la superficie del dilema que enfrentan sus personajes, sino que además lo hace con una limpia proeza visual. Una que incluye, conversaciones que imitan las idas y venidas de la pelota, en mesas y rápidas caminatas, aderezadas con peleas y bromas privadas. Guadagnino explora sobre el amor, la furia y el resentimiento, sin que ninguno de los tres sentimientos sea más fuerte que otro. Mucho menos más importantes.
De modo que para su segundo tramo, la película deja algo claro. La búsqueda del lugar sincero, del espacio que pueda unir todas las cosas — y en especial todos los temas planteados — empieza y termina porque la lucha entre sus personajes, se vuelva un lugar íntimo. Uno que puede incluir — o quizás no — el sexo, sin ser eso lo más importante. Lo más interesante de la cinta, es que nunca pierde de vista que sus personajes son algo más que lo que necesitan a nivel carnal o los recuerdos que los forman. De modo que también hay espacio para el enfrentamiento deportivo, simbólico y obcecado. Poco a poco, los rivales tendenciosos se acercarán el uno al otro. Eso, para llegar a un límite que nunca franquearon a lo largo de su vida y que ahora los enviará a un lugar extraño entre triunfar — demostrar al otro sus habilidades — y al final, admitir que el amor es algo más complejo que solo el de un triángulo románico.
El amor entre dos extremos en Challenger
Luca Guadagnino sabe cómo lograr que lo que parece una comedia astuta sea en realidad una coming age tardía. Mucho más, a medida que la cinta brilla en escenas elegantes y profundiza en espacios poco comunes de argumentos semejantes.
El director equipara toda la tensión entre Art y Patrick con la necesidad que no se sofoca jamás. Ganar o perder, amar o dar un paso atrás. La pelota está en el medio de la cancha y el realizador, experto en una sofisticada visión sobre la decadencia, el dolor y el poder espiritual, lo sabe.