Cuatro realidades de muerte: Los crímenes de lesa humanidad que testifica la Misión de Derechos Humanos de la ONU (más las gravísimas denuncias de la alta comisionada Michelle Bachelet), la falta de condiciones democráticas ratificada incluso por el Grupo de Contacto UE-América Latina, el avance inocultable del covid-19 con indefensión sanitaria, los terribles datos socioeconómicos de un país en ruina resaltados por el estudio de la Encovi presentado por la UCAB. La dramática realidad venezolana está a la vista como el cementerio del “socialismo del siglo XXI”, mal pensado y peor ejecutado. Salto atrás de medio siglo en pobreza, salario, servicios públicos vitales, actividad productiva… dignidad. Todo agravado por la persecución dictatorial y tortura a los opositores como política de Estado decidida por la cúpula del régimen.
¿Luto en diciembre y primavera en enero?
No basta abstenerse, ni basta votar el 6D; con solo eso en enero Venezuela será un infierno. En diciembre de 1957 Pérez Jiménez celebró el arrollador triunfo en el plebiscito fraudulento. Un mes después el dictador huía y Venezuela nacía a la libertad y a la política democrática. En diciembre de 2020 la dictadura celebrará, mientras el pueblo llorará la Navidad sin agua, ni luz, ni trabajo, ni ingresos. A no ser que se vean obligados a aplazar la votación y a crear las indispensables condiciones para unas elecciones parlamentarias y presidenciales libres, creíbles y transparentes con observación internacional en el primer semestre de 2021
Cese de la ruina y renacer de la política. Más allá de la elección, al país le urge un acuerdo nacional serio. Venezuela está de muerte y no le interesa la discusión sobre si la enfermedad se alivia con atamel o con aspirina; sabemos que sin una intervención quirúrgica a fondo para eliminar el tumor maligno, no es posible salir de la ruina ni reconstruir el país. Hay que cambiar el absurdo modelo destructivo impuesto por el régimen y unir con el esfuerzo de reconstrucción a todos, incluso a los que un día soñaron con la “revolución” que ha hundido al país. Ya no es posible seguir engañando al mundo y lo sensato es reconocer la realidad y preguntarse qué hacer para parar esta ruina y lograr una pronta unidad y los apoyos internacionales necesarios para la reconstrucción.
Pero la dictadura dice que todo eso es falso, que todos mienten y que llueve o truene la votación va el 6D con todo preparado para acabar con la AN autónoma, sacar a Guaidó, tomar el último bastión democrático que queda y perpetuar la dictadura y el desastre nacional. Por ese camino no hay salida y los demócratas no podemos encerrarnos en el 6D ya cocinado.
En el pueblo la política del régimen ha muerto como la causante de este desastre; y la política opositora conecta poco con sus angustias vitales.
La política renacerá en el corazón de los venezolanos cuando sientan de verdad que los líderes (sociales y políticos) se redefinen y unen en la tarea por el cese de la catástrofe y la reconstrucción nacional.
Me sorprende ver a apreciados comentaristas y reconocidos analistas hablando como si el derrotado por la dictadura fuera Guaidó y no todos nosotros. Es demasiado fácil caerle al presidente (e) Guaidó en lugar de comentar y enfrentar a fondo las cuatro trágicas realidades arriba señaladas. Hemos fracasado nosotros -las universidades, los empresarios, los sindicatos, las iglesias y la sociedad civil-, pues no hemos sabido defender la democracia y se ha impuesto la dictadura con miles de muertos, cientos de presos, y millones de exiliados y empobrecidos, sin economía productiva y sin libertad. Más bien llama la atención que Guaidó -con sus colaboradores presos y perseguidos- no esté en la cárcel, en el exilio o en el cementerio, sino que ha resistido el cerco y conseguido el reconocimiento mundial como presidente de la única institución legítimamente electa y que, con su equipo, ha llevado al régimen dictatorial al repudio internacional. La verdad es que la oposición verdadera es perseguida y torturada, pero está viva, y las parlamentarias del 6D las organiza y controla la dictadura.
El régimen resiste en el poder y persigue, pero ha fracasado pues con él no hay vida digna. Esa es su derrota. Maduro ni quiere ni puede conducir al país al cambio productivo socioeconómico con las libertades indispensables para la reconstrucción.
No esperemos que lluevan milagros en enero. Asumamos desde ahora los tremendos retos.
Unidad democrática y reconstrucción
No basta sobrevivir tenemos que trabajar nacional e internacionalmente para que la vida y la esperanza vuelvan a Venezuela en 2021. Entiendo que en la desesperación muchos (académicos, empresarios, sindicatos, eclesiásticos, vecinos…) nos sintamos tentados a rebajar nuestros derechos a cambio de sobrevivencia, renunciando a una vigorosa reconstrucción del país para que haya vida digna.
A Juan Guaidó, liberado de toda disciplina partidista, le corresponde, como presidente legítimo de la AN (y a falta de presidente de la República legítimamente elegido) actuar, con toda la fuerza y reconocimiento nacional e internacional que tiene y en Acuerdo Unitario de Salvación Nacional para salir de esta ruina y reconstruir el país. Abrir una transición inclusiva con garantías internacionales y con claras líneas maestras para la reconstrucción con reconciliación nacional y elecciones parlamentarias y presidenciales.
Creo que eso y no menos es lo que exigen los venezolanos de quienes aspiran renacer como líderes. Si los líderes -políticos y no políticos- desde ahora no se concentran ni unen fuerzas para superar el desastre, en enero-febrero no tendremos país.
Lógicamente nada de esto es posible sin una decidida conversión y acción de la Fuerza Armada para rescatar la República constitucional y democrática.