OPINIÓN

Centro político: el punto más lejano del espectro

por Fernando Núñez-Noda Fernando Núñez-Noda

En la búsqueda de un activismo ambidiestro

La gente que ve el mundo y la política en términos de derecha e izquierda se quedó en el siglo XX. No es que la dualidad derecha-izquierda no exista ni sea relevante, sino que desemboca inexorablemente en el dogmatismo y la polarización.

¿Por qué? Porque las ideologías están hechas para pertenecer, para plegarse, para adherirse a un pensamiento, a un ideario ¿de quién? De otros, de alguien que no es uno mismo. Tienen una sorprendente similitud con religiones y sectas.

Dos ejemplos

Suponga que usted es conservador pero está de acuerdo con el aborto. ¡No, qué es eso! ¡Usted no puede, prohibido! Le caen encima, la sanción moral es aplastante. Un conservador, simplemente, tiene esa directriz anotada en la conciencia.

Veamos el caso opuesto, un «liberal» (vaya palabra desgastada que ya no significa mucho) que se opone al abuso de los programas sociales. ¡Pues no, qué se cree, insensible, hasta Bernie Sanders y Manuel López Obrador vendrán a sacudir su conciencia burguesa egoísta!

¿De dónde viene todo esto?

Pues de revisar mis preferencias políticas. Vivo en Estados Unidos. Económicamente soy conservador, abogo por disciplina fiscal (déficit no mayor de 3% del PIB); programas sociales cuidadosamente monitoreados, reducidos a lo esencial y temporales y sobre todo: «Estado tanto como sea necesario y empresa privada tanto como sea posible».

No obstante, apruebo causas que se etiquetan «liberales»: matrimonio igualitario, legalización del cannabis, mayor y mejor legislación ambiental y otros. ¿Qué soy: un monstruo, un loco o un traidor a la causa? ¿A cuál causa? Soy alguien que elige en qué creer, caso por caso, no por paquetes.

La polarización les interesa a otros

Lo peor de los populistas de ambos espectros, como Chávez, Trump o Sanders, es que necesitan polarizar para poder operar. Son enemigos de la mano contraria pero también del centro político, de los moderados. Están a favor o en contra. Punto.

El populismo es uno de los grandes enemigos de la democracia y del Estado de Derecho. En Venezuela los redujeron a cenizas, lo que queda es moribundo y frágil. Pero ese avance populista se debió precisamente para debilitar un extremo (el de la disciplina fiscal) y el centro (el de una aplicación moderada de programas sociales). El populismo es una medida extrema que, es bueno decirlo, no obedece necesariamente a la dinámica derecha-izquierda.

Es sano desideologizarse

En fin, me he desideologizado desde hace tiempo. Apoyo a un funcionario por lo que hace, voto por ideas «de izquierda o de derecha» si las veo beneficiosas. Todo dentro de la democracia y las leyes.

Por eso detesto y combato al castrochavismo, porque aún no son ni serán democráticos. Pura simulación. No hay ni un solo signo positivo que encuentre yo en esa secta. Y en general, me encuentro mucho más repelido por la izquierda.

Pero, al final, quien es solamente izquierdista o derechista se polariza, se vuelve militante, acepta prohibiciones y límites a sus ideas. Está obligado a hacer la vista gorda ante desmanes de «su gente» y a demonizar a otros, sabiéndose sin razón, solo porque “los otros” se leen como «enemigos».

El extremismo y la militancia conllevan a emocionalidad, dogmatismo y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

¿Ideales políticos?

Pero otra razón superior mueve a muchos a desideologizarse y ayudar al que quiera deshacerse de esa atadura: Alguna vez, hace años, hubo ideales en la política. Ahora son cada vez más escasos.

Observemos los dos espectros, concentrémonos en aquellos que parecen velar por sus propios intereses, corruptos la mayoría, malabaristas de la voluntad popular, carentes de mística, manipuladores y mentirosos. Da lo mismo que sean de izquierda o de derecha, los valores que alguna vez tuvieron ambas ideologías han cedido ante el interés propio o de grupos muy poderosos.

Berlusconi era de derecha. Chávez de izquierda. Ambos corruptos e ineficientes, no por ideología, sino por carácter. Chávez y los chavistas mucho más, obviamente, porque la sociedad les dio patente de corso. Pero esa es otra historia.

Veo importante recuperar el centro y el pragmatismo políticos, desideologizar el debate para que salvemos las democracias, las que se puedan. Un activismo ambidiestro pues.

El meollo, digo, el centro

Al final, creo que la polarización izquierda-derecha, que está destruyendo la estabilidad política en muchos países, podría tener una consecuencia auspiciosa: el surgimiento de un sólido centro político. No mañana, ni en un año, tomará parte de esta generación política.

Sorprendentemente, hablando con amigos en Estados Unidos encuentro que muchos también tienen un menú hecho a la medida y no dictado por las conveniencias de demócratas o republicanos. En ese caso, somos «independientes» en el mejor sentido de la palabra.

Lo anterior nos pone en aparentes contradicciones pero son, me parece, las que forjan la conciliación de opuestos, los consensos, y un freno a la radicalización.

Espero que salgan voces y líderes que lo propongan. Reglas claras y consensuadas, que solo obedezcan a la ley, no infalible, pero sí independiente.

Requerirá audacia. Es temerario e impopular ahora, pero lo veo como un futuro posible y dejo este artículo como testimonio.