OPINIÓN

Centenario del natalicio del gran relator de Auschwitz: Primo Levi

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

El 31 de julio de 1919 nació la persona que mejor ha descrito los padecimientos de los campos de exterminio: Primo Levi (fallecido en 1987). Sé que es una afirmación osada debido a que cada testimonio de tal horror tiene un valor incalculable. Pero desde mi humilde experiencia como lector de memorias de sobrevivientes de la Shoá, la Trilogía de Auschwitz de Levi es la que mejor describe la lógica deshumanizante de los campos de exterminio construidos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. La semana pasada le dedicamos nuestro artículo de todos los miércoles al bicentenario del natalicio del gran Herman Melville (1819-1891) pero no podíamos dejar de pasar el centenario de este otro gran escritor, porque su testimonio está íntimamente relacionado con la tragedia que padecemos los venezolanos hoy en día. Al igual que está relacionado con todo totalitarismo o su intento de construirlo. Regímenes en los que siempre se debe lograr una cuota de muerte (y especialmente muerte en vida) para mantener la obediencia del resto. Primo Levi vivió y tuvo las fuerzas para saber contarnos la esencia del infierno.

La Trilogía de Auschwitz está conformada por dos memorias y un ensayo analítico (aunque las tres mezclan ambas características): Si esto es un hombre (1947), memoria de casi un año (1944) que pasó en un campo anexo a Auschwitz: Monowitz. La tregua (1963) donde relata el viaje de retorno a Italia y Los hundidos y los salvados (1986), en la que analiza la lógica de los campos de exterminio. En la primera está la esencia de los principios y métodos del campo, y la necesidad de una vez conocido y sufrido dar testimonio del mismo para evitar su repetición. El poema que da inicio al texto, llamado “Si esto es un hombre”, lo dice con claridad y del cual señalo solo unas palabras: “Los que vivís seguros (…), considerad si es un hombre/ quien trabaja en el fango/ quien no conoce la paz/ (…) quien muere por un sí o por un no/ (…) Pensad que esto ha sucedido:/ os encomiendo estas palabras./ (…) Repetídselas a vuestros hijos./ O que vuestra casa se derrumbe,/ la enfermedad os imposibilite, vuestros descendientes vuelvan el rostro”. La realidad de los campos, del genocidio nazi, de todas las formas de terror de los totalitarismos es tan terrible que no hay palabras para describirlas y lo peor es que su amenaza sigue latente. Por lo que nunca logro comprender a las personas que se quejan cuando alguien habla del tema o aparece un nuevo libro o película relacionado.

Primo Levi advierte que su libro “no añade nada a lo ya sabido (…). No lo he escrito con intención de formular nuevos cargos; sino más bien de proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana” cuando sufre un proceso sistemático de deshumanización. Él lo describe como llegar al fondo: “Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro”. No tenemos que estar encerrados en un campo (el autor hablar del “Lager”) para padecer muchos de las consecuencias de las acciones totalitarias. Destruir toda nuestra dignidad humana para lograr de esa manera la más económica (con menor uso de recursos) dominación. Se nos va quitando todo ¡hasta el nombre y si hablamos no se nos escucha!, también la memoria y las costumbres. “Será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo”.

Un ser humano en estas condiciones no valorará a nadie salvo por su utilidad en la tarea de sobrevivir, de modo que tendrá que robar a sus semejantes desde el pan hasta cualquier objeto que le permita ganar un día más. Cada miembro del campo se convierte en enemigo del otro. Se llega a esa condición quitándole todo a cada persona, tal como ya dijimos, pero también dejando el recinto en manos de los criminales o personas que afuera de él eran menos importantes (a los cuales se les ofrece algunos pocos privilegios y “una buena probabilidad de sobrevivir a cambio de traicionar a sus compañeros”), de esta forma se logra que las autoridades casi no intervienen en el “orden” interno. Es sabido cómo fueron los “capos” (muchas veces judíos) los que cooperaron con el genocidio e incluso eran más tiránicos y crueles que los propios alemanes debido a su gran frustración, sentimiento de culpa y temor a perder su inestable privilegio. El otro medio es promoviendo el hambre más extrema que el autor llama “crónica por ser desconocida de los hombres libres, que por las noches nos hace soñar y se instala en todos los miembros de nuestro cuerpo”.

Al final surgen, según Primo Levi, dos categorías: “los hundidos y los salvados”. Los primeros eran los que perdían toda esperanza y no duraban más de tres meses porque morían de alguna enfermedad o por la simple tristeza. Los segundos son los que “quieren sobrevivir” y se hacen conscientes:

Nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia (…), por dignidad y por limpieza. (…), no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir. 

Y en medio de los salvados están unos muy pero muy escasos que fueron capaces de ayudar a otros cuando no podían ni ayudarse a sí mismos. Primo Levi da testimonio de esos santos e incluso de algunos que se organizaron y se rebelaron. Al final, esos pocos demostraron la indestructible dignidad de la persona; como también lo hicieron los que han luchado porque todo esto jamás se olvide. Nosotros ahora, a pesar de no haber estado allí, debemos seguir dando testimonio para que la verdad jamás desaparezca.