Cuando Jesús, hijo de María y José, sembrado por Dios en el vientre virginal, se sentó con sus discípulos, sabía bien lo que le venía después, esa misma noche. Nunca se llamó a engaño, lo supo siempre. No a ejercer de líder político, ni hacer proclamas antiimperialistas como los comunistas socialistas con poder y poca ilustración tratan de hacernos creer, vino a predicar el cumplimiento de los mandamientos, normas del vivir bondadoso y solidario.
Jesús no llamó a rebeliones contra el imperio romano o el poder político-religioso del Sanedrín (asamblea o consejo de sabios estructurado en 23 o 71 rabinos en cada ciudad de la Tierra de Israel, que hacían la función de juez), ni convocó tampoco -como sí hizo siglos después Mahoma- a maltratar a quienes no pensaban como él y sus seguidores. Emplazó a hacer el bien y convencer. No imponer, a persuadir. Lo demás es invento, incluyendo posteriores excesos de sus propios seguidores.
La Última Cena, magistralmente plasmada es una pintura mural original de Leonardo da Vinci ejecutada entre 1495 y 1498; en la pared sobre la que se pintó originariamente, en el refectorio del convento dominico de Santa María delle Grazie, en Milán, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980 -tantas veces repintado que el original desapareció- y en las interpretaciones de pintores en 21 siglos de historia, debió ser angustiosa para aquel hombre que era Dios, el sufrimiento espantoso que le esperaba a su porción humana, pero también para su parte divina; conocía de las zozobras, engaños, distorsiones, estafas, abusos, que mujeres y hombres creados por él ejecutarían contra sus propios semejantes alegando hacerlo en su nombre, hacer algo que Él jamás pidió, justo todo aquello a lo cual se opuso.
A Jesús el maestro lo politizaron políticos -no el pueblo- que interpretaron sus enseñanzas no como lo que eran, reflexiones y sugerencias humanas de la religión y conductas que practicaban a veces con desproporciones desde tiempos de Moisés. Lo politizaron porque rechazaron verlo como Mesías e hijo de Dios, interpretándolo como agitador que desataría sobre ellos la furia militar y ordenadora de los romanos dominadores.
Poncio Pilatos no encontró nada malo en Jesús, no le interesaban sus propuestas humanas y solo quiso complacer a los políticos que le exigían solucionar un asunto que era de ellos y por cobardía no se atrevían a resolver, mucho menos, enfrentar. Admitió cambiar a Barrabás -ese sí agitador y rebelde contra el orden romano- por Jesús solo para complacer y quitarse de encima las exigencias del Sanedrín -o parte de él, como suele suceder cuando hay buenas personas sin coraje para plantarle cara a corrompidos que solo piensan en sus propias conveniencias-. Para Pilatos, modesto mandatario regional romano, solo le interesaba evitar disturbios que perturbaran al remoto mando ejecutivo en Roma y era indiferente fuese Barrabás o Jesús, los dirigentes de aquella Judea sometida querían un condenado a muerte, demandaron fuese Jesús, y Poncio Pilatos, en un gesto que se convirtió en leyenda, se lavó las manos y dejó que la responsabilidad moral e histórica fuese de ellos.
Esa es la verdad de la historia, a Jesús no lo tortura y mata un imperialismo que en aquellos tiempos era hábito de poder, sino el nerviosismo, pánico, que provocaba en los dirigentes el mensaje que emocionaba al pueblo: la bondad.
Traficar con drogas es alimentar bajezas y debilidades de seres humanos; comerciar ilegalmente con oro es quitarles a los necesitados obras y servicios que precisan; arrestar y torturar es ir contra el segundo regalo de Dios a la humanidad -el primero fue la vida y la libertad de vivir- todos los pecados de los tiranos están contenidos en los diez mandamientos de la ley de Dios incluyendo mentir, falsear, robar, matar y citar falsamente el nombre de Dios.
Hoy los venezolanos somos víctimas de emperadores y politiqueros que se enriquecen mientras empobrecen al ciudadano y hacen que cada día dudemos si podremos cenar. Hoy comemos menos y nos enfermamos más porque el dios que adoran quienes nos sojuzgan no es el Padre Eterno sino el Baal de la codicia y egoísmo.
@ArmandoMartini