Como herramienta de dominación y control social por parte de los regímenes autoritarios, el solo uso de la represión y la fuerza bruta suelen ser insuficientes. Esto se debe a que los mecanismos coercitivos y represivos, además de costosos, generan rechazo y hasta resistencia por parte de sectores importantes de la población, y en ocasiones despiertan renuencia para su uso en algunos miembros de las mismas fuerzas represivas, temerosos de eventualmente cargar con la responsabilidad de las violaciones de los derechos humanos que sus acciones implican.
Es por ello que los modelos no democráticos de dominación necesitan acompañar su siempre presente acción represiva con otros mecanismos de control menos tangibles que no produzcan resistencia por parte de los dominados, e incluso hasta generen aceptación pasiva en estos, pero que al combinarse con los primeros resultan mayormente efectivos. Entre estos mecanismos no tangibles ni fácilmente evidentes está el que podemos denominar como ceguera social inducida.
Por ceguera social inducida entendemos el fenómeno por el cual se utilizan las ventajas del monopolio y control comunicacional que se tiene sobre una población para generar una ilusión perceptual colectiva acorde con los intereses del dominador. Ello se produce por dos vías complementarias y ambas necesarias: la primera, la aplicación sistemática y continua de estrategias de propaganda y de contenidos perceptuales del interés del opresor, y la otra (que es la que permite que la primera funcione), obstaculizando que las personas tengan fuentes de información alternas, se comuniquen entre sí y accedan a informaciones más reales, pero que al ser distintas a las diseñadas por el hegemón, retan y ponen en peligro la eficacia de la ilusión perceptual que se quiere inducir desde arriba.
Al final, el producto que se busca con la combinación de ambos mecanismos es tener un porcentaje importante de la población que termine percibiendo como cierta una realidad falsa, pero que se amolda a los intereses de dominación del explotador. De hecho, las teorías psicológicas de la consistencia nos enseñan que las personas, al no tener una información con la cual contrastar, terminan dando por cierta la información a la cual tienen acceso.
Los estudios más recientes de opinión pública están arrojando datos que confirman la progresiva eficacia entre nosotros del fenómeno de la ceguera social inducida. Así, por ejemplo, para algunas encuestas un porcentaje bastante amplio de la población afirma que el país está mejor que hace 1 o 2 años, y para otras tiende a crecer la proporción de venezolanos que creen ver una mejoría en las condiciones de vida de sus compatriotas.
Lo cierto es que la realidad no solo desmiente estas percepciones, sino que demuestra que está ocurriendo todo lo contrario. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Universidad Católica Andrés Bello (Encovi-Ucab), hoy por hoy la radiografía social más confiable y creíble tanto en Venezuela como a nivel internacional, ha encontrado y describe con datos irrefutables una realidad social y económica dantesca y ciertamente mucho más grave que la que ya existía hace uno o dos años.
No se trata aquí de intentar reducir los extensos hallazgos de la Encovi en este limitado espacio. Cualquiera puede acceder a los resultados del estudio a través de la página www.proyectoencovi.com o en la página web de la UCAB. Baste con mencionar, solo a manera de rápido ejemplo, cómo la radiografía revela que en el último año 500.000 niños y jóvenes quedaron fuera del sistema escolar, el empleo se redujo en 1,3 millones de puestos de trabajo y la pobreza extrema creció más de 8%. También aumentó la dependencia de la población de bonos y remesas.
Los riesgos para nuestros niños de morir también han aumentado. Tenemos la tasa de mortalidad infantil registrada hace 30 años (25,7 por 1.000). Se redujo en 2021, con respecto a 2020, el acceso a la educación inicial en niños de 3 a 5 años, con lo que se le priva a este segmento tan sensible e importante de la población el apresto necesario para el desarrollo de competencias básicas para avanzar en el proceso educativo. También se redujo este año, con respecto al anterior, el acceso a la enseñanza universitaria en la población de 18 a 24 años. En la actualidad, 37% de los jóvenes venezolanos ni estudia ni trabaja.
Si hablamos de la actividad laboral, esta sigue deteriorándose como consecuencia de la continuidad en la caída de la actividad económica por sexto año consecutivo. De hecho, el empleo formal (público o privado) se ha reducido en 2021 al punto que hoy solo 40% de los ocupados lo está formalmente.
Si nos referimos a cómo están comiendo los venezolanos, la realidad es que en general el consumo de alimentos per cápita ha caído en este último año entre 2% y 13%, según el estrato social. En otras palabras, todos los estratos sociales –a diferencia de lo que algunos pudieran pensar– redujeron su gasto en alimentos. El estrato más pobre fue el que más redujo su gasto en alimentos (13,3%), lo cual implica un mayor sacrificio de ajuste precisamente entre los más pobres. Y la denominada inseguridad alimentaria severa en 2021 es de 24,5% de los hogares (era de 23,3% en 2020)
En cuanto a los niveles de pobreza, esta no hace más que aumentar su severidad. La pobreza total de ingresos alcanza en 2021 al 94,5% de la población (era 91% en 2018), mientras que la pobreza extrema, que ya padecía un altísimo 67,7% de los hogares venezolanos el año pasado, asciende hasta un obsceno 76,6% en este 2021.
Finalmente, para cerrar esta apretada síntesis sobre el demostrable deterioro progresivo del país, mencionemos los vergonzosos indicadores de desigualdad social. Venezuela pasó de ser el cuarto país con mayor desigualdad social del continente en 2019, con un índice Gini de 49,5 (recordemos que mientras más alto este valor, más desigual es el país), a ser en este 2021 la nación más desigual de toda América, con un altísimo indicador Gini de 56,7.
Estos hallazgos son cualquier cosa menos síntomas de un país que mejora o que estaría ahora mejor que antes, según algunos distraídos que creen que Venezuela se termina al final de un bodegón. Como dice el mismo Informe de la Encovi, “el impacto global es que tenemos un país empequeñecido en términos económicos y demográficos, con elevados índices de pobreza y desigualdad y con gran escepticismo respecto al futuro”.
Pocos casos en el mundo presentan una disociación tan notoria en tantas personas entre la realidad demostrable y la percepción subjetiva. El país real es uno y el país percibido por algunos es diametralmente distinto. Pero tanto la ciencia psicológica como las investigaciones en el campo de la cultura política han demostrado que las personas no responden a la realidad sino a la percepción, aunque sea falsa, que tienen de ella. Funciona aquí para muchos la creencia de que lo que no veo no existe. Y al invisibilizar al pais real, el gobierno logra que mucha gente no sepa cuán mal están los demás y cuán generalizada y profunda es la tragedia social y económica de su país.
La ceguera social inducida desde el poder es hoy en nuestro país una de las herramientas psicológicas más eficaces de sometimiento, porque nadie reacciona ante lo que no ve. Por eso es tan importante para el gobierno extremar cada vez más su control hegemónico comunicacional sobre cualquier modalidad de expresión, perseguir y castigar a quien rete la visión falsa del país que mejora, satanizar y obstaculizar los esfuerzos de encuentro y organización popular (pues esto último permitiría que la gente tenga acceso y conocimiento a la situación real de su entorno), y seguir confiando en que muchos jamás levanten la vista como águilas y sigan creyendo, como pollos, que el alpiste que comen es señal de mejoría y es lo máximo a lo que pueden sumisamente aspirar.
@angeloropeza182
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