OPINIÓN

Cecilio Acosta y el joven Rómulo Betancourt

por Jorge Ramos Guerra Jorge Ramos Guerra

Cecilio Acosta

Cuando Rómulo Betancourt nació, el 22 de febrero de 1908, el ciudadano Cecilio Acosta tenía 27 años de fallecido. Para 1928, el universitario Betancourt presentaría su tesis para optar al grado de bachiller en filosofía sobre Cecilio Acosta, «la figura más apolínea del humanismo venezolano», a juicio de Luis Beltrán Guerrero y, de quien al morir, el apóstol cubano José Martí dijera “cuando alzó el vuelo, tenía limpias las alas”.

¿Qué lo motivó a ello? No conocemos sus razones, pero la vida y obra intelectual de Betancourt se enmarca, en la concepción que del pueblo, la educación, ciudadanía y los  partidos políticos tuvo Acosta, y así nos contó que desde su cátedra de Economía Política, disciplina que impartió a varias generaciones jurídicas venezolanas, para el estudio de materias de vasto alcance social propuso «desaristotelizar la enseñanza» en definitiva, “hacer del aula no «fábrica de doctores» provistos de patentes de corso como que hacer en forma legal y poco honrosa el asalto profesional, sino «gimnasios académicos» y crisol de hombres de decoro y orgullo.

¿Qué dirían nuestros hombres de la educación venezolana actual, sin calidad alguna, con una burocrática discapacidad de utilería clientelar? ¿Y qué no se ha hecho del abuso de la expresión pueblo? para quien Cecilio Acosta en hermosa prosa escribió: “¡Pueblo de la Independencia! ¡Pueblo del patriotismo y las virtudes civiles!, mira cómo se te insulta y desapropia. Otro quiere tomar tu nombre para engalanarse con él, para embaucar con él, para imponer respeto y autoridad con la magia de él, quiere ponerse tus vestidos para emparejarse contigo y tratarte de igual a igual para relajarte a su bajeza y confundirte en su polvo, para abismarse en su miseria” (El Centinela de la Patria, enero de 1847)

¡Pueblo, pueblo! Es la más babeada expresión política de estos días para ascender y mantenerse en el poder que él mismo, como colectivo, se ha dado cuenta desconfiando de quienes la utilizan.

Luego, 176 años después, Rómulo Betancourt diría: Es falaz y demagógica la tesis de que la calle es del pueblo. El pueblo en abstracto es una entelequia que usan y utilizan los demagogos de profesión para justificar su empeño desarticulado del orden social. El pueblo en abstracto no existe. En las modernas sociedades organizadas, que ya superaron hace muchos siglos su estructura tribal, el pueblo son los partidos políticos, los sucesos, los secretos económicos organizados, los gremios profesionales y universitarios”.

Cuando Rómulo Betancourt presentó su tesis sobre Cecilio Acosta sentenció que: “Fatalismos históricos han venido alejando a las generaciones venezolanas de la noble preocupación por las cosas del espíritu y por ello la vida y obra del diáfano Cecilio yacen arrinconadas”.

Da tristeza releer esa apreciación de Betancourt, al observar las precedentes generaciones venezolanas, frustradas, compradas, corrompidas, muy puntualmente en estas primeras décadas del siglo XXI.