Cierto, de la pandemia que nos agobia desde hace casi un año, derivan serios obstáculos que no son fáciles de encarar para nuestras universidades y en algunas de ellas, pues también hay que decirlo, se observan ciertas facultades y escuelas, duele señalarlo, que pareciera que hubiesen tirado la toalla, al contrario de otras que dan demostraciones casi épicas por hacer mejor lo más que se pueda, echando mano, incluso de ciertos avances tecnológicos, como nuevas herramientas web, programas de código abierto, sistemas, plataformas y aplicaciones móviles diseñadas para enfrentar el aislamiento físico
Pero, claro, ojalá solo fueran las andanzas del coronavirus. La ya larga crisis venezolana ha tenido, seguramente, mayor impacto que la pandemia. El deterioro de nuestra sociedad, resultado del conflicto político, ha ido perfilando, en efecto, un escenario de muchas aristas y de enormes dificultades que, obviamente, no deja ilesas a las universidades
Universidades venidas a menos
Se que estoy lloviendo sobre mojado, pero estas cosas hay que tenerlas siempre presentes, para impedir que se nos vuelvan costumbre. Además del desacomodo a nivel nacional, desde hace unos cuantos años persiste un cerco a las universidades públicas por parte del gobierno, claramente visible en una abierta intromisión política, en el propósito de acabar con su autonomía y de colocarlas “al servicio de la revolución”, vaya usted a saber lo que significa eso actualmente.
Así las cosas, no debe sorprender a nadie que desde el año 2006 el presupuesto sea deficitario y se destine casi exclusivamente al pago de nómina. En este contexto las becas estudiantiles se han visto perjudicadas (2 dólares mensuales) y no hablemos del sueldo de los profesores, como lo prueba el hecho de que un profesor titular a dedicación exclusiva recibe un salario equivalente a 25 dólares, con el que apenas cubre la alimentación de su familia. No debe asombrar tampoco la enorme cantidad de profesores que ha abandonado sus cargos (muchos yéndose fuera del país), la disminución ostensible de estudiantes, el deterioro de la infraestructura y el notable debilitamiento de las actividades de investigación, de todo lo cual existen estudios que prueban como nuestras universidades se van “empeorando satisfactoriamente”, de acuerdo con una frase que suele utilizar en muchas ocasiones el profesor Victor Rago.
La Universidad 4.0
Mirando la fotografía anterior se suele hablar de la necesidad de reconstruir la universidad. La desgraciada coyuntura que viven pone a muchos en tentación de que la tarea consiste en regresarla a una cierta normalidad que se nos ha convertido en nostalgia. En otras palabras, convertirla en la buena universidad que fue antes. Pero el problema no es que la universidad sea buena como en sus buenos tiempos, sino que sea buena en los tiempos que nos están llegando. Me explico.
A las grandes dificultades mencionadas hay que señalar, además, que las universidades están confrontando la necesidad de realizar, desde un punto de partida marcado por múltiples dificultades, un conjunto de transformaciones radicales que derivan, para decirlo en breve, del surgimiento dentro de la llamada sociedad del conocimiento, caracterizada por la enorme rapidez con la que se crean y se hacen obsoletos los conocimientos, así como por la ubicuidad y diversidad de los actores que los generan y difunden. Y, dentro de este contexto, me refiero, igualmente, a la pérdida progresiva, por parte de la universidad pública, del monopolio en la generación de conocimientos e, incluso en la función docente, y a su necesidad de actuar de otra manera en medio de un nuevo ecosistema institucional. Me refiero también a la emergencia de un modelo de producción de conocimientos y de formación de recursos humanos que reside cada vez más en los enfoques interdisciplinarios y transdisciplinarios, modelo que se contraviene con las mecánicas funcionales de la universidad que seguimos teniendo. Me refiero, también por otra parte, al determinante papel del conocimiento en la economía contemporánea y a su creciente privatización, hecho que también ha permeado, con sus ventajas y desventajas, al trabajo académico.
Estamos, así pues, haciendo alusión a la denominada Universidad 4.0, que se corresponde con la Cuarta Revolución Industrial, reconociendo el ambiente de cambio, pero simultáneamente la necesidad de preservar los valores universales de ser universidad, esto es, respondiendo desde su propia identidad y propósitos.
Devolverle el futuro a los estudiantes
Digo estas cosas a propósito de la celebración, la semana pasada, del Día del Profesor Universitario. Y también porque desde hace muchos años tengo el privilegio de “dar clase” en la UCV, una expresión que, por cierto, deberíamos excluir porque no rima con los tiempos que corren. Pero, por encima de todo, señalo tales cuestiones pensando en los estudiantes que están perdiendo un futuro que asoma conforme a códigos que tienen muy poco que ver con la manera como hoy en día les transcurre la vida académica.
Yo confío en el cambio radical de nuestras universidades públicas, aunque por ahora las señales que se observan sean más bien débiles. Confío porque son instituciones que tienen una muy buena historia por delante.