OPINIÓN

Cátedra de la sonrisa en más de 1.000 palabras

por Antonio Guevara Antonio Guevara

 

En este marco hay toda una perfecta cátedra de la sonrisa. Toda una tribuna para el buen tono y el humor. Dos de los personajes pelan los dientes, uno los contiene en una actitud enigmática y el otro los tapa con las espaldas más rendidoras financieramente de la historia del país. Ustedes saben que los espalderos de Chávez salieron buchones de los cargos. Que lo digan la enfermera Claudia Díaz, Pedro Carreño, Diosdado Cabello y el teniente Tuerto Andrade. Hay allí en esa gráfica un ambiente distendido y de cordialidad. Nadie debe haber dicho antes ¡Sonrían para la foto! Hay espontaneidad y el fotógrafo apretó el clic oportuno que cualquier foto que seleccionara del grupo para marcarla oficialmente para la historia, la sonrisa iba a tener el marco principal e iba asumir el protagonismo. Ahora ¿de qué sonreían? De los venezolanos en general, de la Constitución Nacional, de la democracia como plastilina, del futuro cuando los alcanzara y de la historia cuando los empiece a sentar en el estrado para los verdaderos juicios donde no hay medidas de gracia. Los de la historia precisamente. La historia no dicta sobreseimientos. No indulta ni declara amnistías. Es lo que puede alcanzarse a concluir tres décadas después. Y allí, después de esos fallos no hay sonrisas. Las sentencias de la opinión pública no tienen medidas de gracia. Ni sostienen recursos de apelación. Ni les genera gracia a los reos de lesa patria. 

La risa tiene matices que van desde celebrar cordialmente en contigüidad con el sofoco, hasta que se llega a los confines de la burla encubierta. 30 años después de esa fotografía la conclusión es definitiva: realmente es una burla. En la cara de la carta magna, al frente de la democracia, en la acera opuesta de la paz, emboscados tiroteando impunes los blancos de la unidad de la nación y haciendo cargas de caballería a los estandartes de la independencia y de la soberanía de Venezuela, mientras se van carcajeando. Hicieron golpe de culata, de revés y tajo con la bandera, con el escudo y con el Himno Nacional mientras se desternillaban. Toda una sesión de esgrima a la bayoneta para agujerear mortalmente con las estocadas profundas los juramentos que dejaron de honrarse. Los que se hacen como presidente de la república ante las cámaras legislativas y los de los militares ante la Bandera Nacional. En el ¡Sí, lo prometo! siempre hay gravedad y circunspección. El jolgorio no encaja en esas formalidades. Y esa risa de la imagen no es de loco. Es de hienas cuando chillan frente a la presa presente y futura mientras la despedazan sangrante.

La risa contenida en Rafael Caldera, la media sonrisa en Francisco Arias Cárdenas y la amplia sonrisa distendida en Hugo Chávez, recién proclamado presidente electo el 6 de diciembre en 1998, retratan ese periodo en que se concibió el 4F, el que nació con el segundo gobierno del expresidente social cristiano y el que se desarrolló con la elección de Chávez en 1998. Desde entonces los venezolanos cambiaron la expresión democrática que los había acompañado durante 40 años por la rabia. Van 25 años de rictus de pesadumbre. Y contando. El característico buen humor de los venezolanos ha ido sustituyéndose por el duelo. Pregúntenles a los 8 millones que hacen de judíos errantes alrededor del mundo buscando muy serios lo que su patria no les da después de las risas en la fotografía.

París bien vale una misa, esa frase atribuida a Enrique de Borbón, rey de Navarra y Andorra, un protestante aspirante al trono francés que debía pasar antes por el proceso de conversión al catolicismo para ceñirse la corona en París, se ha convertido en toda una referencia política para quienes se ajustan y cambian a conveniencia personal según y como los objetivos abran los caminos para alcanzar el poder. Es algo como argumentar que es útil renunciar a una prenda personal o política valiosa, para llegar hasta donde se quiera llegar. El fin justifica los medios escribió en alguna oportunidad un cortesano florentino para darle criterio político a los hechos que son consecuencias de las trapisondas retóricas, de las maromas del discurso y de las contorsiones verbales para que la palabra llegue donde tiene que llegar, para que el verbo atine en la diana emocional y se quede haciendo su trabajo en la mente del pueblo hasta que eso se convierta en un voto. El 4F en el Congreso Nacional, Caldera se disparó un discurso oportuno, pragmático y conveniente políticamente, justificatorio del golpe que había sido derrotado por la institucionalidad militar hacía pocas horas en Miraflores y Fuerte Tiuna, desde donde aún se respiraba en el hemiciclo del Congreso Nacional la pólvora que dejó en el saldo muertos y heridos, y una grave violación de la Constitución Nacional. Eso no es para reírse. Pero Miraflores bien valía una risa. Ese discurso volvió a colocar en el poder al expresidente y luego al comandante. En secuencia. Como si lo hubieran convenido y acordado previamente en una componenda de nocturnidad. Eso es El Príncipe puro y duro desde el prólogo hasta el epílogo en su versión original adaptada a los tiempos venezolanos. Maquiavélico con corbata de pinticas y con un flux bien planchado 

Hay un Bolívar detrás del grupo, que preside en un cuadro todo el salón, muy serio. Prefirió estar detrás de las bambalinas. Seguramente proyectó en el tiempo que ese estrechón de manos entre el político y el militar, captado por la cámara, iba a disparar cualquier tipo de especulaciones cuando se empezara a ver lo que venía de esa extraña alianza no suscrita de poder. Eso de ser testigo de componendas no le va a nadie con estatura y visión de estadista. Ni siquiera al Libertador. Cuatro años atrás, la llave del calabozo de Chávez la mantenía Caldera en su poder. Ese asalto a Miraflores en 1992 le hubiera valido una larga temporada tras las rejas al comandante en una república seria y con funcionarios al servicio del Estado, serios. Como ocurrió con el teniente coronel de la guardia civil Martín Antonio Tejero en España. Solo bastó una medida de gracia para abrir la celda en Yare y enviarlo a la calle con impunidad. Y cuatro después le estaba entregando la llave de Miraflores con la sonrisa mediante.  

El sobreseimiento, el indulto y las medidas de amnistía se convirtieron en el burladero de la constitución nacional en esa plaza de toros donde el golpe de estado de los uniformados y la rebelión militar de la guerrilla hacían los pases para burlar el alcance del toro de la justicia. La pacificación fue la lluvia de pañuelos en ese coso taurino que fue la constitución de 1961. No he visto imágenes ni estatuas del libertador con el chiste en la cara bailando. La sonrisa y la broma no eran comunes en esos hombres de caballo, de espada y de botas lidiando con la muerte día a día. Sabía desde esos tiempos que los asuntos de la libertad y de la independencia de una nación se encaraban con adustez. Circunspecto, grave, formal como deben de enfrentarse las cosas de la república. A sabiendas de que los hombres públicos dejan huellas, trazos en la historia y un solo acto de burla, después de toda una trayectoria seria, marca todo lo anterior y lo eclipsa. Y después con el tiempo hay que dar explicaciones que no convencen, publicar largos contenidos justificatorios que no mueven un solo ápice de lo que ya es matriz de opinión en el pueblo. En Fuenteovejuna que es quien mata al comendador. En la calle, desde esa fotografía, hay una conclusión del tamaño de un bojote difícil de borrar por más que se tongoneen.

El grupo se inmortalizó en la foto el 9 de diciembre de 1998. Ya el teniente coronel Hugo Chávez era presidente electo. Atrás había quedado la campaña electoral, lejos estaban los dos años de prisión, y el golpe del 4F, remotamente se agazaparon las complicidades, los encubrimientos y los complots de quienes asumieron en la justicia militar de entonces para meter debajo de la alfombra institucional las responsabilidades y toda la larga conspiración de notables civiles y militares que se tiraron en un chiste la democracia alcanzada el 23 de enero de 1958. Parecía otro capítulo de otra historia. El Pacto de Puntofijo del cual el sonreído presidente era suscriptor para estabilizar el sistema político naciente después de la penúltima dictadura estaba de capilla ardiente con la broma en el rostro. 

Mientras las letras, las palabras, las oraciones y los párrafos de esta crónica van tomando armonía, de fondo está sonando un poema de Mario Benedetti versionado en música y es inevitable asociarlo en la foto que preside la crónica y lo que ha ocurrido en estos últimos 25 años de risas del gobierno y de la oposición en ese torneo de mamadera de gallos en que se ha convertido la política venezolana desde hace mucho tiempo. ¡Si! Se titula ¿De qué se ríe?

¡En una exacta foto del diario, señor ministro del imposible! Vi en pleno gozo y en plena euforia, y en plena risa su rostro simple. Seré curioso señor ministro, ¿de qué se ríe? ¿De qué se ríe?

Esas risas dicen más que 1.000 palabras.