El tránsito de Inés Rojas por la danza escénica venezolana ha sido inusual. De rigurosa formación académica y desempeño destacado en sus años de bailarina clásica, experimentó una traslación significativa hacia la danza contemporánea y dentro de ella a manifestaciones de marcado carácter experimental.
Neodanza ha sido su espacio fundamental en esta ya larga etapa de intérprete y creadora dentro de las nuevas tendencias del movimiento. La coreografía ha significado un camino revelador de potencialidades quizás insospechadas para ella, que la llevó a convertirse en una referencia nacional dentro de la improvisación como concepto, técnica corporal y herramienta creativa.
Los procesos de investigación de Rojas conducen a resultados llamativos que indican indagación desaprensiva e incitación constante a sí misma y a sus bailarines. La evidencia más reciente de esta afirmación se encuentra en su proyecto Inaudible, cuyo origen se encuentra en un taller montaje para estudiantes universitarios que, replanteado especialmente para el elenco de la Compañía Nacional de Danza, presentó la semana pasada en el Teatro Alberto de Paz y Mateos.
De entrada, se observa el desafío que supuso para los integrantes de esta agrupación considerada esencialmente como de repertorio, asumir la experimentación como hecho fundamental, así como la aportación sensible y física de cada uno de ellos a la configuración final de la propuesta.
La escena inicial ofrece la clave necesaria para un posible consenso en la apreciación de la obra. Seres humanos gregarios en situación de violencia física, mental y espiritual, insertos en un contexto que se presiente muy local, pero que en definitiva es universal. Numerosos cuerpos entran en convulsión: chocan, saltan, caen, rebotan, ruedan, gritan. No hay, sin embargo, indicios de un nudo dramático en sentido estricto y, más que personajes, se evidencian entidades en irreversible estado de desolación. Aquí la improvisación emerge con fuerza como ideología, causa y efecto del movimiento.
En la prosecución de la obra, el caos compartido persiste hasta conducir al inframundo, pero también surge la evasión y el distanciamiento. Acude a la reiterada interpretación psiquiátrica del amor, que en este caso busca personalizar con el uso de elementos escénicos que aluden tanto a la cultura del cómic, como a concepciones actuales del arte performativo.
No obstante el determinante planteamiento colectivista, el individuo pervive en los impulsos, matices y cualidades corporales y gestuales, que singularizan a cada participante. La labor de Inés Rojas, generadora y ordenadora del desequilibrio grupal, encuentra en ellos un ámbito diferenciado de conmoción interna.
La obra, como composición y lenguaje, contiene los preceptos que inspiraron y dieron lugar a la era posmoderna en la danza: el espacio como lugar de acciones amplias y sin límites, la conversión del bailarín en un ente en relación con otros, y los hechos eventuales como pautas para la generación del movimiento.
La catarsis de Inaudible resuena con fuerza.