Primero fue “con la revolución todo, sin la revolución nada” y se pasó por alto que ese todo incluía la aniquilación deliberada de las instituciones consagradas por una carta magna democrática que prohíbe el partidismo político de las Fuerzas Armadas. Fue el inicio de violaciones continuas y la sociedad miraba como si nada. “No somos Cuba” era la frase más común y corriente para el inmediatismo nuestro de cada día, ya bicentenario.
“Exprópiese” dictaminó el teniente coronel paracaidista Hugo Chávez Frías, caudillo presidencial montado a lomo de caballo frente a la plaza Bolívar de Caracas, decretando el robo sin castigo de propiedades privadas que debilitaron y al final devastaron sistemáticamente la producción minera, agropecuaria y comercial, para apropiarse luego de bienes públicos, riqueza ahora oculta en la banca internacional y su red urdida por medio del crimen organizado, a través de testaferros que enriquecen a los países donde se les protege, mientras sin rubor piden elecciones libres y limpias para la ya casi desértica Cubazuela criminalmente militarizada.
Expropiar por resentimiento acumulado fue el germen político de las hambrunas para los engañados y eternos desposeídos, de la desnutrición infantil creciente, el regreso de pestes erradicadas durante medio siglo como tuberculosis y malaria, la bienvenida a las pestes nuevas del dengue y sus similares, junto al progresivo aumento de enfermedades crónicas que exigen medicamentos y tratamientos modernos con base en tecnologías y mecanismos de intercambio comercial con países avanzados que los fabrican. Nunca, en veinte años, se ha conocido la cifra exacta de los fallecidos por carencia de antirretrovirales para los que padecen VIH, ausencia de cirugías cardiovasculares, de trasplantes y tantas dolencias de curación y alivio suprimidos por el Estado castrochavista. Su desvergonzado rechazo actual a vacunar masivamente contra el covid-19 con la facilidad que otorga el mundial Covax es el desenlace de un método exterminador que busca despoblar a los nativos y nacionalizados legalmente para sustituirlos por el remanente de la sumisa clase social C y otros exvenezolanos sobrevivientes, una clase media empobrecida, transformados en habitantes resignados de nuevo cuño bajo el mandato del bandidaje narcoterrorista colombiano aliado a la inconstitucional Fuerza Armada chavista. Tal como fue practicado en el Gulag soviético y la Cuba castrista, hoy resucitados por el zarismo de Vladimir Putin con su tocayo y camarada criollo, el padrino, generalísimo del generalato.
El socialismo del siglo XXI inaugura la lista criminal de tamaña costumbre asesina para esta centuria y complementa los ejecutados en la anterior: Armenia 1915-1923, Holocausto 1941-1945, Camboya 1975-1979, Ruanda 1994, según el detallado y espeluznante estudio El siglo de los genocidios d Bernard Brunetau (Alianza Editores 2009). Sirve de modelo hispanoamericano para tantos partidos que todavía hoy son elegibles en sufragios limpios o sucios, bajo la consigna credencial de ”Patria o muerte venceremos”.
Si Estados Unidos de Norteamérica sigue deshojando la margarita –como sucedió en la Segunda Guerra Mundial– porque lo detiene el complejo antiyanqui arraigado por falsos nacionalismos comunistas, como el actual bolivariano (y no hay un Churchill a la vista, por ahora…), mientras se agregan los más de 300.000 eliminados en 22 años mediante desapariciones forzadas, torturas, hamponato motivado, ejecuciones, asesinatos colectivos y abiertas masacres, con seguridad ya será demasiado tarde.
Y no habrá pretextos que justifiquen.
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