Fue una noche de veraaanoooo, cuando la ciudad murió… Los melómanos venezolanos activos más allá de 1974 deben recordar la letra de este éxito de la primerísima Mirla Castellanos. Es una alusión a la masacre de San Valentín. Una razzia gansteril del 14 de febrero de 1929 en que Al Capone elimina por completo a una banda rival. Solo se salva casualmente su adversario porque se había retardado tomando un café en un establecimiento de la esquina, mientras sus secuaces son ametrallados y liquidados por las balas de varias Thompson en manos de un grupo de falsos policías. Después de esa matanza, Capone queda dueño y señor del delito en Chicago; ejerciendo de mandamás del submundo del licor ilegal, de la prostitución y del juego. Todo eso montado sobre un grueso expediente de asesinatos al que la justicia de ese tiempo no había podido vincular con el ítalo americano. Hasta que apareció Elliot Ness y su grupo de Los Intocables y con el cuaderno de contabilidad del mafioso en la mano, lo enviaron con una sentencia de 11 años primero a la penitenciaría de Atlanta y después para evitarle contactos con el exterior, fue remitido a la distante isla de Alcatraz. Los registros de la contabilidad del delincuente tenían una abultada lista de testaferrato y de sobornos que incluían a jefes de policía, fiscales, jueces y políticos, en una suerte de conglomerado de poder que le servía de cerco defensivo ante la posibilidad de la cárcel. Se imaginan ustedes una entrevista de Ness – Capone a puerta cerrada y sin testigos, pidiéndole aquel a este que borrara de esos registros a este juez, a aquel jefe de policía o a este senador. La descendencia de Capone fuese aún la dueña de Chicago. Con ese grueso libro en las manos de Ness empezó la muerte del imperio del delito que encabezaba Alphonse Gabriel Capone en la ciudad de los vientos.
Fue una noche veranooooo, cuando la ciudad murió…
Hugo Chávez era un tipo organizado. Así lo conocieron quienes fueron sus contemporáneos generacionales en la Academia Militar de Venezuela y en las coincidencias durante el ejercicio profesional. Una gruesa agenda lo acompañaba de manera permanente donde garrapateaba con la zurda todos los registros de nombres, tareas, fechas, eventos, servicios de oficial de inspección, de oficial de día, de jefe de servicio, participantes de reuniones y observaciones al detalle. Esa agenda de Chávez era el cuaderno de la contabilidad del comandante en la conjura. Todos sus jefes militares desde los años ochenta, incluyendo los altos mandos militares de la época, no mostraron competencias ni interés para poder vincularlo con alguna conspiración, ni como participante de algún complot con la posibilidad de una rebelión militar y un golpe de Estado. Lo más cercano fue el 29 de noviembre de 1989 en los eventos conocidos como el día de los segundos comandantes, pero ni allí fue posible sustanciar un expediente contundente, una carpeta con pruebas, un dossier creíble y argumentado a pesar de lo abultado de su cuaderno. En algún lado estaba anidada la inutilidad o la complicidad. La agenda de Chávez sobrevivió a los nulos esfuerzos que hicieron los jefes militares de ese entonces de establecer un enlace o una conexión con un golpe. Probablemente sus nombres estaban allí encabezando algunas páginas que la zurda del comandante fotografió para la historia y para la verdad. El 4F, entre el museo histórico militar y el quinto piso del ministerio de la defensa la verdad se diluyó en los 17 kilómetros que los separan en un recorrido que se hace en una Caracas desolada y vacía de tránsito por los disparos del golpe, en un máximo de 17 minutos, extendidos hasta 2 horas en la confabulación y las urgencias de borrar todo y cuadrar mucho. Solo en el cuaderno de contabilidad del teniente coronel Chávez -la voluminosa agenda todo en uno- estaba registrada la verdad… cuando la ciudad murió…
El 4 de febrero de 1992, a las 6:30 de la mañana, ya Hugo Chávez había aceptado rendirse y aceptaba la imposibilidad de una victoria. Sus objetivos en Caracas no habían sido alcanzados. A esa hora salió una comisión inexplicable e insólita, encabezada por el general Santeliz y ordenada por el ministro Ochoa, a buscarlo al Museo Histórico Militar. Los cuerpos de seguridad del estado, la DGCIM y la Policía Militar fueron obviadas para la detención y el traslado. En ese lapso de dos horas se revierte de lo militar a lo político cualquier resultado adverso. Como en efecto ocurrió. En un tiempo más que suficiente para diseñar un discurso, para cambiar una derrota militar en una victoria política, para estructurar un discurso de largo alcance político y estratégico, y para intercambiar algunas orientaciones generales se diluyeron dos largas horas en un trayecto que se alcanzaba en 17 minutos. «Es interesante, carajito, que tú asumas toda la responsabilidad y no menciones a más nadie. No se te ocurra soltar el nombre del hombre de Las lanzas coloradas y mucho menos al de las banderas verdes. Y dame acá esa agenda, Hugo. No es conveniente que la tengas. Hay que desaparecerla. Allí debe haber gente que no debe mencionarse. Nombres que son intocables. Las cosas no salieron como estaban planificadas militarmente, pero aún hay tiempo y espacio para mejorarse políticamente. Asume todo el chaparrón. ¡Todo! Este es un momento de cambiar el menudo por la morocota, como lo hizo Florentino Coronado en el Cantaclaro de Rómulo Gallegos. Nadie te va a abandonar y todo te va a salir más bien que el carajo. Aguanta el chaparrón y después pasa por caja a cobrar. Ya lo verás. Te lo garantizo». Y así más o menos se diluyeron los minutos que mediaron entre las 6:30 am y las 9:30 am del 4 de febrero de 1992. Después, un Hugo Chavez bañado y perfumado, con el armamento al portafusil y sin olor a la pólvora del combate, con un callejón de honor de oficiales con euforia y emociones contenidas, se presenta en el quinto piso del Ministerio de la Defensa a disparar el famoso discurso del «Por ahora». Solo faltaron la presentación de armas al hombro, el toque de corneta con la banda de guerra, los discursos de bienvenida y los aplausos. ¿Qué diría Elliot Ness a eso?
Después del 4 de febrero de 1992 hasta la fecha, los intocables criollos se adueñaron de Venezuela y se repartieron el país como se peleaba en la Chicago de Al Capone de los años veinte por el juego ilegal, la venta de alcohol y la prostitución. Solo que ahora los territorios en disputa son por la corrupción, por el narcotráfico, por el terrorismo y por las graves violaciones de los derechos humanos.
El 4 de febrero de 1992 casi fue el Día de San Valentín. Por diez días. Entre el cuaderno de contabilidad de Al Capone que lo llevó y lo condenó a las rejas de la isla de Alcatraz y a la caída de su imperio del delito, y la desaparecida agenda de Hugo Chávez que lo llevó a hacer una pasantía de marketing personal y político por el cuartel San Carlos, por la cárcel de Yare y de allí a la presidencia de la república; hay todo un registro de complicidades notables, de corrupción uniformada, de incompetencias en los altos mandos militares de entonces y de inutilidades políticas que se endosan en 24 años de revolución bolivariana y todavía contando.
Son 30 años del 4F.
Me contaron que fue en vaaanooo, lo que el hampa resistió…
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