En 1955 se publica la novela Casas muertas, escrita por Miguel Otero Silva, cuya trama central gira en torno a Ortiz, una pequeña ciudad en los llanos venezolanos, la cual se va quedando sin habitantes en la medida que el paludismo va causando estragos y las personas emigran hacia las ciudades más grandes en busca del sueño venezolano construido en torno al petróleo. En este argumento se resume lo que fue gran parte del siglo XX venezolano, al igual que el de muchos otros países de América Latina en los que la migración masiva del campo a la ciudad también tuvo lugar. Hoy, 65 años después de la publicación de la novela, Ortiz pudiera ser Maracaibo, con la diferencia de que ya no hay adónde emigrar en el país.
Hoy el estado Zulia se encuentra en agonía, y con él Maracaibo como su capital. De acuerdo con un informe reciente, en agosto la producción de petróleo en el Zulia fue de 11.600 b/d, habiendo sido el año pasado de 250.000 b/d, lo que representa una caída significativa, y mucho más cuando se compara con el millón y medio de barriles diarios que se producían en el año 2001. Basta leer estos datos para saber que el Zulia ha quedado abandonado a su suerte. El corazón de esta región ha sido la industria petrolera, y si bien tiene otras potencialidades todas ellas giran como satélites alrededor del petróleo. Dentro de esa realidad una verdad aún más dura surge, recuperar la industria petrolera lleva años.
Venezuela se desmorona, y dentro de ella hay regiones que lo hacen a un ritmo más acelerado que otras. Así como hubo una ilusión de progreso en el país durante gran parte del siglo pasado, estos últimos años ha habido una ilusión de normalidad desde Caracas con respecto al resto del país. El colapso de la infraestructura visible a través del sistema eléctrico y sus cortes permanentes es un ejemplo, mientras que en estados como Zulia, Mérida y Táchira esto es una realidad constante desde hace años, en la capital es un fenómeno reciente y esporádico. La gasolina, la dolarización de la economía, incluso el covid-19, han ido llegando primero a las regiones y luego al centro.
Esto no es una crítica a quienes viven en Caracas, son tan víctimas de un mal gobierno como lo son todos los venezolanos. Sin embargo, lo que sí demuestra es una gran miopía, tanto por parte de la dirigencia opositora que no incorpora de manera activa y permanente en su discurso esta problemática, como del oficialismo que simplemente ha decidido ignorar esta realidad y abandonar a la población. Los estados fallan de manera heterogénea, su deterioro no es igual en todo el territorio, esa es una realidad latente de la experiencia venezolana.
Frente a lo anterior la gran interrogante es qué hacer. Los tiempos de las personas son distintos a los tiempos históricos, más cuando desde los centros de poder el sentido de urgencia es menor que el que existe en los lugares donde la crisis golpea más duro. En las guerras un soldado que se encuentra en el frente de batalla tiene más urgencia por una solución al conflicto que el general que está en el cuartel, y estos tienen mucha mayor urgencia que el diplomático que está en el extranjero representando a alguna de las partes en conflicto. En la medida que quienes tienen el poder se enfrenten a mayores urgencias tendrán mayores incentivos para resolver el problema.
La experiencia de otros casos de contextos de Estados frágiles ha mostrado que el surgimiento de movimientos locales es muy probable. Muchos de esos movimientos se identifican con opciones separatistas, y por lo general terminen inmersos en procesos largos de violencia. Por otra parte, la aparición de grupos criminales que controlan el territorio es también un aspecto propio de situaciones como en las que se encuentran varias regiones del país. ¿Deben los ciudadanos de estas regiones optar por la independencia territorial? Ojalá que no, pues implicaría mayores niveles de violencia, pero si el régimen no empieza a generar soluciones concretas esa es una posibilidad.
@lombardidiego