OPINIÓN

Casablanca, Madrid

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

Raúl

A esta España nuestra, Casablanca de tantas quimeras, varadero de tipos de toda calaña, llegan cada día multitud de sujetos cargados de ilusiones o de desesperación, en busca de comida más que de libertad. Everybody comes to Rick’s, o sea a Sánchez House. Muchos de ellos, recauchutados como españoles, se preparan para votar en próximas elecciones. En este contexto P. S. interpreta más de la mitad de los personajes de la obra; entre ellos los de los diversos cínicos; el del capitán Renault, lo borda; también el suyo propio, aunque está por demostrar que pertenezca a la variante cínico sentimental. No por fisonomía, pero sí por coincidencia de «negocios», encaja bien como Ferrari. No hace de Ugarte, porque no lo necesita. Tampoco de Sascha, Carl, ni otros papeles menores. Por motivos obvios no interpreta a Sam ni a las féminas: Joy Page, Madeleine LeBeau … No hace falta decir que Ingrid Bergman tenía para Bogart la dimensión inasumible de Ilsa Lund. Se siente especialmente cómodo en la piel de Paul Henreid, a pesar de que se le nota la falta de elegancia del aristócrata que había estudiado en la Theresianische Akademie. No desentona, sin embargo, en el papel del mayor Strasser, por sus tics autocráticos, aunque no en la personalidad de Conrad Veidt.

Mientras, España más que el país, o los países y paisillos de la bronca, la corrupción y el escándalo, es la voz que clama en el desierto, y en todas partes; porque una gran mayoría de la población, al menos clamar, clama y mucho; otra cosa es hacer. Una frase encierra ahora el clarísimo objeto del deseo casi general, que acaba siempre en la oscuridad: ¡Hay que llegar hasta el final! ¡Vamos a llegar hasta el final! Pero nadie sabe dónde está ese final. Y me temo que tampoco se conoce bien cuál es. Así una vez movilizados los marchistas-marchosos, encargados de tal hazaña se termina pronto sin saber nada del final.

Sobresalto tras sobresalto, sin apenas respiro, jalonan la vida política de P.S. Ayer era el tándem Ábalos «el hombre de las maletas» – Koldo «el azote del coronavirus», que parecían amenazar definitivamente su estancia en La Moncloa. Pero Ábalos ha pasado a ser J.L. «el Mudo». Y su socio se ha vuelto amnésico de modo inesperado. ¿Por qué habrá sido?

La gente, ese colectivo entre la chusma, la nada y los votantes vuelve a las andadas y exige saber lo que pasa con Pegasus. Parece un ejercicio necesario que deviene inútil, porque ni España, ni tampoco Israel a estas alturas, dueña de este caballo alado, están decididos a satisfacer nuestra voluntad popular. Un respiro más para P. S. pues su éxito en Oriente Medio, no impulsará a los judíos a facilitar el conocimiento de este asunto. Por si acaso, como político progresista, se encuentra preparado, a título personal, para evitar al caballo con alas, para eso tiene el Falcon.

En cuanto al espectáculo derivado de las elecciones vascongadas resaltan apenas cuatro cosas: 1.- crece Bildu (o sea, la inmoralidad al poder); 2.- el PNV camina, o más bien corre, hacia las clases pasivas; 3.- la izquierda modificable, limitada a pillar algo, cambia de siglas aceleradamente; 4.- ¿Y la derecha nacional? «En su lugar descansen». P. S., más bien sus secuaces del PSE, se venden como los grandes vencedores. ¡Ahí es nada! Ganar dos escaños y el 1% de los votos. A esto se reduce el enorme éxito del socialismo en uno de los que fueron sus feudos. Para conseguirlo han vivido al borde del estado de pánico, sin saber si convenía la presencia de P. S. en carne mortal por aquellos lares. Finalmente sonó la flauta, pero ya se avecinan nuevos atragantos. En apenas dos semanas, asistiremos a otra función en Cataluña y, como remate, fiesta mayor o caída libre.

A pesar de algún aplazamiento en esta encrucijada de corrupciones, las cosas pueden terminar de modo inesperado. ¿Y si después de tantos sinsabores, cuando pareciera que su situación personal mejoraba, estallara el escándalo insalvable? Entonces, otra vez Casablanca. P.S. repetiría la queja de Rick Blaine: «De todos los tugurios, de todas las ciudades, de todo el mundo, ella tenía que entrar en el mío», entonces Sánchez House pasaría a manos de otro cínico cualquiera.

Casablanca es la pasión de Ilsa y Rick, pero también es la Marsellesa, el símbolo de rebeldía frente a la opresión representada en Die Wacht am Rhein. La emoción desatada de quienes, a pesar de todo, no habían perdido su dignidad. Un sentimiento redentor que se sublima en Madeleine LeBeau. Y vuelvo al principio, se echa de menos en esta España nuestra, tan aletargada, dividida e insolidaria, una referencia integradora, capaz de movilizar el espíritu de un país que no conoció nunca la cobardía que hoy nos atenaza.

Artículo publicado en el diario La Razón de España