Por equipo editorial
Apreciados venezolanos:
Hace tiempo quería expresarles mis espacios de sentimientos que no había podido realizar porque como la mayoría de ustedes saben, cómo docente, mi profesión fue destruida por el madurismo en todos los sentidos pedagógicos, económicos y sociales.
En lo pedagógico, el madurismo redujo a escombros todas las instituciones del país. Las escuelas, liceos y universidades no sólo es que están en ruinas sin materiales para generar conocimientos, actividades de laboratorios, trabajos manuales o deportes, y menos de tecnología. Es que el madurismo ha llegado al extremo de quemar las bibliotecas, comedores o auditorios, además que las instalaciones sanitarias las convirtieron en letrinas, combinadas con cloacas sin funcionamiento.
O sea, nuestros instalaciones «pedagógicas» fueron convertidas en los desechos cognitivos del madurismo, porque para ellos, la educación es una cuestión de «oligarcas» que debía ser destruida en su integridad, como en efecto, lo lograron con toda la educación pública, esa que tanto nos hablaban Humberto Fernández Morán, Arturo Uslar Pietri, Luis Beltrán Figueroa o Luis Alberto Machado, como lo más importante para el desarrollo de nuestros pueblos.
En lo económico, el madurismo nos ha llevado a la indigencia social. De tener en promedio un salario entre 700 y 800 dólares para 2012, Nicolás Maduro después de que asumió el poder, comenzó con un proceso de deterioro constante del salario, el cual alcanzó en 2017 un clímax de destrucción económica con la hiperinflación de 10.000.000%.
Desde ese entonces, el madurismo ha humillado a los educadores de manera constante al punto de que, para este 2024, una década después de su llegada al poder, los docentes percibimos en promedio 10 dólares al mes, además de que nuestros servicios de atención médica, vivienda y cajas de ahorro desaparecieron sin que existan responsables de tanto desastre, a la par que muchos docentes hasta se mueren sin recibir el pago de prestaciones sociales, que en el mejor de los casos, luego de 30 años de servicios, apenas si alcanzan para comprar comida para unas dos semanas.
En lo social, la condición es dantesca. Vemos colegas que de acuerdo con su edad, los más jóvenes, incluyendo estudiantes de bachillerato, han sido detenidos por el régimen madurista. Incluso, hay niñas prisioneras que han sido vejadas por policías y guardias nacionales convertidos en criminales, quienes con impunidad y sin que exista ministerio público que investigue, poco le importa la suerte de educadores, estudiantes y adolescentes presos. Vemos cientos de madres llorando y reclamando ante la sede principal de ese despacho, la libertad de tanta inocencia, mientras la máxima autoridad de esa «institución» llama «terroristas» a tales víctimas, y cuya libertad también la reclaman instituciones internacionales como Human Rights Watch, Save The Children y la ONU.
Verbigracia, para el madurismo, lo social implica combinar la liquidación de la educación, la pobreza de los estudiantes y docentes, y llevarlos a las cárcel si algunos de ellos se atreven a reclamar sus legítimos derechos.
El madurismo, representado en un ministro de nombre Héctor Rodríguez, solo se burla de la población estudiantil y académica en todos sus niveles. Para ese individuo la destrucción de la educación es máxima tarea, y por ese mismo camino, busca que no quede piedra sobre piedra y convertir a la otrora patria de Bolívar en la nación más paupérrima del continente, mientras ellos, como cúpula del poder madurista, disfrutan a sus anchas de la corrupción y los bienes del Estado como si estos fueran parte de sus pertenencias.
En síntesis, no hay educación posible con el madurismo ante la destrucción pedagógica, económica y social. Ojalá y la vida nos permita ver otro destino.
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