Les escribo con inmensa preocupación tras enterarme de todo lo que el CNE ha hecho con el tema de los testigos, leer encuestas inexistentes, solo creadas como estrategias de propaganda.
Presidente, no le voy a contar lo que usted mejor que yo conoce.
No hay ningún intento de golpe, presidente. Ni ninguna conspiración para asesinarle. Todas esas prácticas terribles y antidemocráticas están enterradas, porque así lo decidió el pueblo de Venezuela, que lo único que hará este 28 de julio es votar masivamente, con una cifra superior al 63%.
Usted ha llamado varias veces a un diálogo. Pero yo, que participé en uno solo, no me quedó claro hasta qué punto eso era sincero, porque ¿de qué sirve dialogar con gente a la que luego se le da un fajo de billetes, se les manda a buscar camionetas de último modelo en la AN? Yo, que no participé en eso y que mantuve comunicación con usted por varias vías, me trató como un extranjero en mi propio país, por el solo hecho de no participar de ese festín; entonces la acusación fue que me financiaba Estados Unidos y entonces yo no necesitaba aquello.
Es hora, presidente, de aceptar el juego democrático. En vez de ponerle obstáculos al pueblo de Venezuela para que se exprese, es hora de que en esta tierra, que por muchos años ha sido golpeada por el conflicto, acordemos hablar sobre un compromiso de paz y reconciliación.
¿Qué importa si el gobierno pierde el poder momentáneamente el 28 de julio? Si los venezolanos pueden acercarse entre sí y conciliar sus diferencias.
Este clima de horror y miedo no puede seguir. Yo mismo le tengo terror a usted y a este gobierno. Cada día amanezco pensando que me van a desaparecer, total, es lo único que les falta; me quitaron casa, bienes, mi libertad, mi identidad al prohibirme el pasaporte, mi salud al tener que hacer tres históricas huelgas de hambre para salir en libertad, me inhabilitaron políticamente, me cancelaron mi partido Prociudadanos. Yo tengo miedo.
Y miedo tienen ciudadanos, activistas, políticos, militares. La policía, el Sebin, la Dgcim, la PN, patrulla las calles con sus rifles y pide papeles cada minuto… El ambiente es tenso y pareciera que se está gestando una revolución.
Hay gente que muere en las cárceles supuestamente suicidada, presos que viven torturas; cuando uno prende la televisión o ve las redes, el clima es de amenazas, de insultos, violencia. La violencia genera violencia, y esta, a su vez, genera más violencia; tanto los opositores como los chavistas comunes han pagado un precio terrible, no solo en lo físico, sino también con sus almas y corazones heridos.
Yo tengo muchas heridas. Y no sé si le he contado, pero mi hija Sofía, a la que su hijo conoce, nació mientras yo estaba en prisión y luego ha tenido que verme dos veces más preso, perder su casa, donde hoy vive el padre Numa Molina.
Lo que he aprendido y sigo aprendiendo es que, en muchos aspectos, hacer la paz es más difícil que hacer la guerra. Reconciliarse con los antiguos enemigos es muy duro. Ser magnánimo, pese a los amargos recuerdos, es extremadamente difícil. El perdón no puede darse por hecho; hay que ganárselo. Pero a menudo se lo ofrecemos generosa y abiertamente a quienes no lo merecen. Curar las heridas no es algo que ocurra de manera instantánea; puede ser un proceso largo y sinuoso. Y para que este sea exitoso es necesario que todos los individuos seamos mejores personas, para ver el mundo no solo desde nuestra mirada, sino también desde la del otro. Incluso desde la suya, señor Presidente.
Hay que permitir que la gente vote y respetar el resultado.
Ya ha habido muchos caídos de lado y lado.
Sin importar de qué lado del conflicto estemos, llegó el momento en el que debemos arriesgarnos a dejar de lado nuestras diferencias para crear oportunidades en las que podamos sanarnos. Los primeros pasos son hablar y escuchar; hablar unos a otros en vez de hablarle al otro y escucharnos.
Una manera de escucharnos es dejar que el pueblo elija libremente.
El día que fui a la AN para todos era fácil, todos los que estaban ahí, todos de alguna manera se habían beneficiado del gobierno, yo solo llevaba heridas. Vi a Diosdado. Vi a Jorge. Y cuando nos sentaron a hablar, literalmente, yo no podía creer lo que estaba sucediendo frente a nuestros ojos. ¡Allí habían antiguos enemigos declarados! Ayer habríamos querido hacernos daño físico; ¡hoy estábamos hablando como venezolanos!
Qué lástima que ustedes mismos después acabaron con todo eso.
Lo que debe pasar el 28 de julio, o al día siguiente, es aceptar la voz del pueblo, y sentarse a escribir un acuerdo y una declaración de derechos. Trabajar por un propósito común, con miras a la meta común de construir una nación en la que todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades de prosperar.
Y darnos cuenta de que no podemos esconder nuestro dolor debajo del tapete y crear un mecanismo para incentivar a los perpetradores de la violencia (de lado y lado) a que busquen un perdón legal (amnistía de la persecución), siempre y cuando sus acciones tuvieran una motivación política y que estuvieran dispuestos a contar toda la verdad. Yo he hablado con la doctora Luisa Ortega, con Rodríguez Torres, con González López, con el Pollo Carvajal, con Gabriela Ramírez, ellos son testigos de que no soy una persona resentida. Lo único que siempre he querido saber es la verdad. ¿Por qué, quién pidió el favor? ¿Por qué me odiaban tanto? ¿Quién llamó y ordenó encerrarme? Solo quiero la verdad. No quiero que nadie vaya preso. No quiero ver pagar a nadie nada. Solo quiero la verdad.
A este mecanismo hay que llamarlo la Comisión para la Verdad y la Reconciliación.
Ahí aprenderemos acerca de la especial relación entre verdad y perdón, cuán importante es para las víctimas y los perpetradores contar y escuchar sus historias, y que estas sean reconocidas por los otros.
Hace unos años uno de mis carceleros en la Dgcim me escribió por Twitter, me contó que estaba fuera del país, y me pidió perdón por las veces que me humilló a mí y mi familia mientras estaba en prisión. Me dijo que solo cumplía órdenes y que si no lo hacía no podía mantener su puesto de coordinador de área, que se sentía avergonzado. Saber la verdad me dejó tranquilo con este hombre.
Siempre llega un momento para reconocer nuestro papel dentro del conflicto cuando hay dificultades en el proceso, de dejar de culpar a los otros y de enderezar las cosas para el beneficio de nuestros niños, de nuestro país y de nuestro país compartido, que es nuestro hogar.
Leocenis García
Presidente de Prociudadanos
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