Desde siempre he seguido la situación en Venezuela. En primer lugar, porque fui testigo de las jornadas de la gloriosa rebelión popular y militar que culminaron con el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez.
En segundo lugar, porque he visto con profunda vergüenza cómo la dictadura de los hermanos Castro ha sostenido y continúa sosteniendo al régimen de Nicolás Maduro, embarrando en sangre las charreteras de nuestros militares en sus centros de tortura y asesorando la represión de ese bravo pueblo.
Desde que Fidel Castro y su hermano Raúl se hicieron del control de Venezuela han guiado ese país a la misma catástrofe que condujeron a Cuba. Nuestra patria y Venezuela llegaron a ser, junto a Argentina, los tres países más avanzados de Latinoamérica. Miren lo que somos hoy.
En apenas tres semanas, el día 28 de julio, las elecciones pueden salvar a Venezuela del Estado mafioso en que han convertido a esa gran nación en alianza con Cuba, Rusia, Irán, China y el crimen organizado transnacional.
Las fuerzas armadas deben prepararse para hacer cumplir su compromiso constitucional y no permitir que la mafia gobernante actual se salga con la suya alterando los resultados electorales o fabricando peligros de agresión extranjera para justificar la suspensión de dichos comicios. Aquellos políticos o jefes militares que les ordenen disparar contra su pueblo son traidores a la Constitución que dispone el respeto del resultado electoral.
Tampoco los oficiales, clases y soldados venezolanos deben cumplir órdenes de fuerzas militares extranjeras ni permitirles actuar contra su pueblo. Sus armas deben estar –hoy más que nunca– al servicio de la nación venezolana, del pueblo, no de Cuba, Rusia, Irán, China ni de aquellos políticos y mandos venezolanos corruptos que les han entregado el país.
Maduro sabe que perdió las elecciones frente a la oposición liderada por María Corina Machado y Edmundo González. Eso lo vuelve más peligroso. Hombre de escasas luces y espíritu sumiso a La Habana y sus aliados extranjeros, puede ser tentado a cometer un grave error que no lo salvaría de la derrota, pero haría la transformación democrática del país más dolorosa y costosa.
Las dictaduras son incapaces de resistir por mucho tiempo un levantamiento general de la población apoyado por militares de honor que se nieguen a obedecer la tiranía. Si en esas circunstancias la cúpula corrupta que oprime a la gran nación venezolana opta por atrincherarse en la violencia, los resultados para los opresores y hasta para sus familias serán devastadores. Los hasta ahora aliados de Maduro deben acabar de entender que su tiempo ha terminado y más les conviene acceder a abandonar el poder por medio de estas elecciones y una transición democrática no violenta.
En estos días decisivos recuerdo aquel 21 de enero de 1958 cuando por toda Caracas las campanas de las iglesias comenzaron a sonar y los automóviles tocaban intermitentemente sus cláxones creando una euforia increíble que energizaba al más apacible de los ciudadanos conminándolo a lanzarse a la calle.
Todo indica que “volverán a sonar las campanas” en todo el país y esta vez, al igual que ocurrió al cabo del año de liberarse Venezuela, Cuba seguirá vuestro ejemplo y alcanzará también su liberación.
Rafael del Pino es un general cubano en el exilio. Su carta fue publicada en el portal Cuba Siglo 21