OPINIÓN

Carta abierta a los filogénicos del público y de la PUD

por Jesús Contreras Jesús Contreras

 

referendo

Foto: EFE / Miguel Gutiérrez

Debo comenzar diciendo lo que iba a decir al final (porque en El Nacional estoy leyendo «Como realizar la inscripción…») pues es demasiado preocupante que mucha gente se enrede con solo mirar la tarjeta de votación, pero mucho más grave es que mucha más gente no pueda votar por diferentes causas, que hay que tener en mente para resolver lo que se pueda en el demasiado corto periodo disponible, que ojalá se pueda alargar.

Es necesario reconocer que tenemos una grave falla comunicacional que más adelante se explica. Digamos que ya no existe lo ocurrido en este último embrollo electoral. Desde ahora la mente solo se ocupa de una candidatura opositora.  La «mente» está en cada venezolano particularmente el católico, para efectos de este escrito, pero hay que especificar a la persona candidata opositora que va a ser favorecida por el voto de todos los católicos.

Es fácil la comunicación entre los «principales» que para este escrito son católicos que pueden conectarse de pueblo a pueblo, de ciudad a ciudad, en donde son conocidos y pueden coordinarse con sus «colaboradores» quienes a su vez son enraizados en esos lugares.

Primeramente, los «coordinadores» deben referir a la persona candidata elegible por los católicos. Los miembros de la PUD, también, para efecto de este escrito, pueden ser «coordinadores» quienes pueden relacionarse con individualidades de entes católicos (colegios, etc.) de todo el país, en el entendido de que su trato es solamente personal. La interacción, por tanto, es:  coordinador a principal a colaborador. Si los miembros de la PUD no actúan como coordinadores, entonces los principales de entes católicos suplen esta falla.

Así las cosas, puede y debe funcionar una estructura necesaria para una articulación de lucha electoral eficiente, que implica eliminación de agallas partidistas y que aun así no garantiza triunfo, que depende mucho de la comunicación.

Hay que tener en cuenta que ya el lelo está azuzando para que los zurdos faroleros de este planeta, enmascarados de observadores, vengan a embestir, aunque no es insólito que puedan ser neutralizados por otros equilibristas foráneos. A estas degradaciones no puede llegarse en situaciones normales y nada de esto es deseable ni tampoco claramente previsible ni evitable.

A todo eso se une la tramposa tecnología agazapada en máquinas de conteo. Hay que aspirar a que haya un final electoral aprobado por verdaderos observadores internacionales. Los venezolanos no tenemos más remedio que esperar ese final.

Pero lo más importante es que hagamos el necesario esfuerzo que nos conduzca a un indiscutible triunfo, por haber asegurado que el voto de todos los católicos venezolanos será en favor de la persona católica escogida. No es suficiente que se seleccione la candidatura. Lo esencial es que todos los católicos se enteren y esto exige un enorme esfuerzo de comunicación que no se puede hacer fácilmente.

Hay que recordar algo sumamente grave: «7 millones de personas viven en zonas en las cuales la cobertura de hechos de interés público -por radios, televisoras, portales digitales y periódicos- es insuficiente o simplemente no existe » (Mapa del Silencio, El Nacional 8/6/23).

Es necesario eliminar de la mente la aspiración personal o partidista y concentrar la atención en la candidatura que va a triunfar porque es la que va a ser respaldada por la inmensa muchedumbre de católicos.

Por ello es imprescindible que todos los partidos opositores logren que todos sus miembros actúen en la tarea diaria de promoción de la única candidatura opositora que debe ser la ganadora por obtener el voto de todos los católicos.

Todo lo anterior no excluye la posibilidad de que haya solo dos candidaturas, o de que haya una salida simplificadora sobre la base de un arreglo de transición. Lo político no excluye lo real, pues lo aprovecha por conveniencia; por eso y para eso es político (lo que no puede ocurrir en lo jurídico, por ser normativo, que es básicamente inexorable dentro de sus prerrogativas).