Todos los venezolanos estamos en un momento de cafecito a las 6:00 de la mañana, alegres de ver el nuevo día, con mucho entusiasmo porque ya «don Rafael habló» (con perdón de los veinteañeros del siglo XXI que no tuvieron el agrado de conocer a este viejo del siglo XX, tan criollo como la arepa). Pero hasta ahí nomás, el berenjenal también comienza.
Con relación al proceso electoral, de nada sirven más de dos candidaturas. Si hay varias compitiendo del lado madurista, ninguna va a lucir apoyo visible. Las docenas de «partidos» que el régimen está mostrando son el hazmerreír mundial (ni siquiera China se puede dar ese lujo). La tarjeta enredadora va a molestar y hacer perder el voto a gente menos preparada. Doble fechoría abominable.
En el lado opositor ocurre lo mismo, pero con más inconveniencias para quienes se atrevan, porque la gigantesca muchedumbre católica está supremamente consciente de su fuerza aplastante; a ningún partido le interesa mostrar una imagen más raquítica que las otras enclenques. Solo falta que arranque la propagación desde hoy en que ya tenemos la candidatura opositora.
Por todo ello es elemental que se rehaga el formato de la tarjeta de votación. Lamentablemente, el facilismo ata muchas cosas en Venezuela y esto es de máxima relevancia en cuanto al manejo de las urnas electorales.
Desde el comienzo de nuestra etapa democrática, el resguardo de las urnas debió encargársele a un cuerpo civil de cuidadores, dependiente del organismo electoral. El poco espacio permite apenas recordar que el sector público venezolano no ha querido mantener una fuerza militar alejada de la política y aun sin querer la mete en este campo al encargarle el resguardo de las urnas electorales. En esto hay mucho pan para rebanar en otro escrito. La seguridad en el cuidado desgraciadamente hay que dudarla, aunque tengamos vocación de respeto a nuestras fuerzas armadas, pero la realidad se impone sobre el hircocervo.
Todo lo anterior es asunto exclusivamente venezolano. En cuanto a la observación electoral, no hay certeza sobre las nuevas entidades privadas con ese nombre, ni puede haber confianza a los disfrazados de observadores provenientes de gobiernos amigos del régimen venezolano. Los observadores internacionales de entes como la ONU y la UE pueden ser confiables en la medida en que sean suficientes los enviados como observadores.
Desde el exterior, más agitante no puede ser el torrente noticioso estos días, relativo a la situación venezolana. La más alta autoridad jurídica de Rusia -fiscal general- llega a Venezuela. Este tipo de personaje no sale en misión a otros países. Es virtualmente imposible imaginar las razones que tiene para viajar, particularmente a Venezuela. Hay que contentarse con frágiles deducciones porque nada alumbrante podrá verse de la rutinaria desinformación oficial.
Al mismo tiempo se formalizan protocolos para puente aéreo entre Venezuela y China. Esta clase de acción rara vez se produce. Recuérdese la situación en Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial, en circunstancias que obligaron la apertura del «Puente Aéreo de Berlín» para proveer alimentos y medicinas. Pero este nuevo puente puede tal vez explicarse para una situación de viaje promisor para venezolanos ansiosos.
Especialmente inusitado es el plebiscito ideado por el presidente de Colombia, quien lo mencionó al presidente de Brasil, mientras este con cara de siesta le dijo que era más importante discutir la relación entre Colombia y Brasil. Aparte de esto, la realización del plebiscito con ocasión de la elección presidencial es legalmente descartable, totalmente fuera de horma institucional.