OPINIÓN

Carta a la embajadora Rosario Orellana

por Fernando Ochoa Antich Fernando Ochoa Antich

Caracas, 28 de abril de 2020

Embajadora

Rosario Orellana

Presente.

 

Estimada Rosario:

Esperé  varios días para responder tu artículo, “Aquel 4 F”, con el fin  de hacerlo con serenidad y reflexión. No se pueden valorar objetivamente los hechos del 4 de Febrero de una manera tan parcializada como tú lo haces. La insurrección militar sorprendió al gobierno de Carlos Andrés Pérez por la deslealtad del general Pedro Rangel Rojas, comandante del Ejército. De todas maneras, en pocas horas se sofocó la insurrección. La valiente y responsable actuación del presidente Pérez, con riesgo de su propia vida, fue el factor fundamental para lograrlo. Si tú hubieras tenido realmente interés en investigar y esclarecer los hechos antes de escribir tu artículo, hubieras podido consultar mi libro, el cual dices no haber leído todavía. Es un trabajo realizado con bastante esfuerzo en que narro, fundamentado en el testimonio de varios de los actores,  de la manera más objetiva posible, todos los acontecimientos ocurridos antes, durante y después del 4 de Febrero, asumiendo responsablemente todos mis aciertos y desaciertos en el manejo de esa crisis. Sin embargo, creo que has leído mis últimos seis artículos en los que expongo, de manera más resumida, el contenido de ese libro.

Desde hace muchos años conozco tu posición frente a mi actuación ese día. La respeto. Te reconozco el derecho que tienes de opinar sobre mí actuación. Lo que no puedo aceptar es que tú afirmes que hubo alguna deslealtad de mi parte.  Ese día orienté todos mis esfuerzos para impedir que el presidente Pérez fuera derrocado. Tuve que tomar difíciles y urgentes decisiones sin consultarle. No era posible hacerlo. Lo complejo de la situación no lo permitía. Naturalmente, cometí errores entre tantas decisiones que debí tomar, pero también tuve muchos aciertos.  Ese día me vi obligado, en muchas oportunidades, a mantener posiciones divergentes con el presidente Pérez. Por suertelos dos pudimos entendernos en medio de las muy fuertes tensiones, de todo orden a las que fuimos sometidos. Tú resaltas la entrañable amistad que siempre existió entre Carlos Andrés Pérez y  mi padre, pero omites señalar el inmenso afecto que  tuve por el presidente Pérez y tengo por doña Blanca y toda su familia.

¿Evaluó el Alto Mando Militar, con suficiente objetividad, la situación para recomendar al presidente de la República presentar a Hugo Chávez ante los medios de comunicación? Estoy convencido que sí. Hubiese sido un gravísimo error permitir que se iniciaran los combates. Lo urgente era evitar un enfrentamiento entre unidades del Ejército y la Aviación, con trágicas y dolorosas consecuencias. ¿Fue una ligereza mía no obedecer la orden del presidente Pérez de grabar el mensaje? La certeza que me transmitió el almirante Daniels del inminente enfrentamiento justificaba la inmediatez de esa decisión. En esas circunstancias no era posible regresar al despacho del presidente Pérez a discutir sus ventajas y desventajas. Hacerlo, hubiera sido una irresponsabilidad. Lo que hoy puede considerarse un error, es decir, la forma en que fue presentado privó menos en la mente de quienes tenían la responsabilidad de hacerlo que la urgencia en poner fin al peligro que significaba dar inicio a los combates.

Tú mencionas una conversación que tuve con el presidente Pérez en tu casa el día que le hiciste una despedida a la embajadora de Bolivia, Lidia Gueiler Tejada. “Al final, Fernando Ochoa le dijo a la otra parte de aquel relato a dúo: usted creyó que yo estaba metido en eso. Carlos Andrés Pérez contestó: no sea tonto, usted fue quien me avisó a La Casona, pero usted mandó a buscar a Chávez  con un general que usted sabía que sí estaba metido. Sonriendo, Ochoa preguntó ¿Santeliz? El presidente que ya no era, respondió: ese mismo y en el camino recogieron un civil y demoraron del Museo Militar a Fuerte Tiuna lo necesario para destruir todos los documentos que comprometían a los civiles involucrados”.  Ese fue un tema que siempre estuvo presente en las conversaciones entre el presidente Pérez y yo. Lo cierto, es que hasta ahora, no ha sido presentada prueba alguna de que el general Santeliz estuviese involucrado en la intentona golpista. Además, el estallido del alzamiento lo sorprendió durmiendo en su casa y fue posteriormente detenido a las puertas del ministerio de la Defensa, junto  a otros  generales y oficiales, por más de dos horas. Sin embargo, la estrecha relación del general Santeliz con el movimiento insurreccional, después que éste alcanzó el poder, demuestra que, a pesar de no conocer del alzamiento, si tenía cercanía con la logia conspirativa y simpatizaba con sus ideas.

El tema del 4 de Febrero se convirtió en un punto recurrente de discusión entre Carlos Andrés Pérez y mi persona cada vez que lo visitaba en la Ahumada. La acusación contra Ramón Santeliz y Fernán Altuve tomó un cariz mucho más grave. El presidente Pérez me señaló que los dos tenían la  intención de asesinarlo el 4 de Febrero. Siempre rechacé esa versión por considerarla exagerada. Sin embargo, la última vez que conversé con el general Santeliz, en el año 2000, le comenté la insistente acusación del presidente Pérez y le pregunté sobre la veracidad o falsedad de esa afirmación. El me respondió lo siguiente: “Fernando, esa noche el presidente Pérez salvó su vida porque Fernán Altuve y yo nos dimos cuenta de que para poder detenerlo teníamos que matarte. Eso lo impidió. Díselo al presidente Pérez cuando te toque el tema”. La respuesta del general Santeliz no sólo me molestó sino que la consideré inaceptable y fue la causa de la ruptura de nuestra larga amistad. Naturalmente, le informé al presidente Pérez el contenido de esa conversación. Intentar detener al presidente Pérez dentro del palacio presidencial hubiese sido un suicidio para el general Santeliz, además, Fernán Altuve nunca estuvo cerca del presidente Pérez. Había suficiente seguridad a su alrededor que, con certeza, lo hubieran impedido. De todas maneras esa respuesta, aunque me pareció una fanfarronería del general Santeliz, marcó nuestro distanciamiento definitivo.

Tú sostienes: “En uno de los tantos diálogos con Ochoa, ex ministro de la Defensa y ex Canciller, en el curso de cerca de dos décadas, este me mencionó que el presidente Caldera lo había consultado, mediante llamada telefónica a México, sobre el sobreseimiento a los conspiradores…”. El presidente Pérez aceptó mi recomendación de establecer una política militar de concordia que permitiera, lo más rápido posible, el regreso de la normalidad al seno de las Fuerzas Armadas Nacionales. En la tarde del 4 de Febrero había más de 400 oficiales y SOPC detenidos. En menos de quince días se redujo a 70 detenidos. La mayoría de esos profesionales militares, de baja graduación, de acuerdo con las investigaciones que se realizaron, actuaron bajo las órdenes de sus comandantes sin conocer el verdadero objetivo de la  operación. El 27 de Noviembre de 1992, la segunda insurrección militar contra el presidente Pérez, demostró lo acertado de esa política. Ninguna unidad del Ejército estuvo comprometida en dicha asonada. El presidente Caldera no me llamó a México. Me trató el tema en un almuerzo privado que tuvimos en Miraflores antes de mi viaje a ese país. Su planteamiento de sobreseer la causa a todos los oficiales detenidos, bajo la condición de que previamente  solicitaran  su baja del servicio activo, me pareció conveniente. La fuerte presión de la opinión pública lo exigía con gran vehemencia y constituía un serio factor de perturbación. 

En tu artículo mencionas mi intervención, el 2 de mayo de 2002, en el Foro Libertador. Es cierto, no cumplí, de inmediato, la orden de bombardear el Museo Militar, sino que preferí presionar psicológicamente a Chávez para que se rindiera.  Bombardear hubiera incrementado innecesariamente el número de bajas. Esa orden me la dio el presidente Pérez en varias oportunidades. Él entendía que el tiempo era un factor muy importante a considerar. Permitir que varias unidades continuaran sin rendirse podía traer por consecuencia que el alzamiento se extendiera. A mí se me presentaba la disyuntiva de atacar a las unidades insurrectas o convencer a los oficiales alzados que se rindieran. ¿Te imaginas el número de soldados inocentes que hubieran muerto en el Museo Militar? Piensa en el uso propagandístico que le hubieran dado los enemigos del presidente Pérez tildándolo de asesino. Yo entendía que si Hugo Chávez no se rendía había que atacarlo al amanecer con la Aviación y la Infantería de Marina. Gracias a Dios,  logré su rendición sin combatir. Ese hecho le ahorró un gravísimo daño a Venezuela y al propio nombre de Carlos Andrés Pérez.

De todas maneras, para ponerle punto final a esta larga carta, es necesario dejar en claro, mi estimada Rosario, que Hugo Chávez no llegó a la Presidencia de la República por la presentación en televisión el 4 de Febrero ni por el sobreseimiento concedido por el doctor Caldera. Al salir de la cárcel Hugo Chávez solo tenía 5% de popularidad, porcentaje que bajó aún más al llamar a la abstención en las elecciones para gobernadores, asambleas legislativas, alcaldes y concejales de 1995. Ese ínfimo porcentaje de aceptación se mantuvo hasta diciembre de 1997. Tuvieron que producirse los graves errores políticos de 1998, entre ellos la escogencia como candidatos presidenciales de Luis Alfaro Ucero e Irene Sáez, con el posterior abandono de esas candidaturas a favor de Henrique Salas Römer, así como el apoyo político y financiero de intelectuales, de importantes medios de comunicación y de grupos empresariales a su candidatura y, no menos importante e inexplicable el amplio respaldo a su figura, de militar golpista y fracasado, de vastos sectores populares y de Clase Media, para que, en menos de un año, alcanzara la Presidencia de la República y el inicio de la desgracia de Venezuela.

Por lo que a mí respecta tengo mi conciencia tranquila. Creo haber aclarado suficientemente mi actuación y mi lealtad al presidente Pérez en las difíciles circunstancias que me correspondió enfrentar. Entiendo que toda persona que ocupó un cargo público debe someterse a la evaluación crítica de los ciudadanos y de la historia, pero  rechazo categóricamente que se me acuse injustamente de algún acto de deslealtad en el desempeño de mis responsabilidades.

Pienso, mi estimada Rosario, hacer circular  esta carta, entre los mismos destinatarios a los cuales tú le remitiste tu artículo y a la lista de mis contactos, ya que el mismo fue difundido  en la red  con la finalidad de que se conozcan mis respuestas a tus planteamientos.

Cordialmente,

Fernando Ochoa Antich