El Carnaval es una fiesta donde se dejan de lado las formas y se liberan los preceptos, dando paso a la alegría desbordante, los bailes, las comidas y bebidas sin límites, las máscaras y las comparsas. Existen muchos tipos de Carnaval y hay lugares donde el desmadre es total, pero existen también lugares donde son obras de elevado interés cultural.
Existen muchas explicaciones sobre su origen, pero la mayoría combinan una serie de causas que tienen que ver con la fiesta de la cosecha, la producción del vino, el fin del duro invierno en el hemisferio norte, la antesala al tiempo del trabajo y la labranza, tomarse unos días de mucha libertad antes de las limitaciones de la cuaresma, y otras razones. También se aprovechan estos días para burlarse del mal humor, de las dificultades de la vida, de las restricciones sociales y de los malos gobiernos, o reírse de las malas personas.
Se realizan normalmente ocho días antes del Miércoles de Ceniza, por lo tanto, es una fiesta movible que tiene que ver la primera luna llena luego del 20 de marzo que es el inicio de la primavera en el hemisferio norte; el siguiente domingo a esa luna llena es el Domingo de Pascua o de Resurrección, 40 días hacia atrás es Miércoles de Ceniza y comienzo de la Cuaresma, por lo tanto y fin del Carnaval.
Es costumbre que el Carnaval se inicie con un “bando” o proclama que declara su inicio, duración y otros detalles, que se lee públicamente. También se usa el “desentierro del Carnaval” o “desentierro del diablo” que consiste en sacar de la tumba donde se había enterrado un año antes, el muñeco simbólico que abre las festividades y se liberan las ataduras.
Concluye la fiesta con el “entierro del diablo”, evento que es aprovechado para repartir la “herencia del diablo” a personajes e instituciones premiando o castigando sus comportamientos. La juerga culmina, los ánimos se calman, el orden regresa y queda la resaca, las deudas y los buenos o malos recuerdos.
Los tiempos normales duran 363 días y estos de fiesta general son apenas 8, pero suficientes para liberar a los demonios y rápidamente enterrarlos para que la vida continúe, luego, para los cristianos practicantes, con el recogimiento de la cuaresma que recuerda la pasión y muerte de Jesucristo. No puede sobrevivir un pueblo sin alegrías y ciertas oportunidades de liberarse de las rigurosidades cotidianas, por eso todos tienen, desde la más remota antigüedad, días de Carnaval o parecidos, llámense como se llamen. Pero tampoco la vida puede ser un Carnaval eterno.
Los pueblos, las ciudades, las naciones, el mundo en general, las organizaciones, exigen para su cabal funcionamiento la vigencia de unas normas de convivencia fruto de sus costumbres más sanas, todas inspiradas en el bien común y en el respeto mutuo. La libertad es fundamental, como lo es la responsabilidad que de ella nace. Y así la confianza en que las personas y las instituciones funcionen de acuerdo con unas reglas de juego establecidas en delicados procesos de consensos y acuerdos, generalmente expresados en una Constitución y en unas leyes, que todos debemos acatar, para que el trabajo honrado, única fuente legítima de riqueza, pueda desplegarse en bienestar personal y colectiva.
En Venezuela se soltaron los demonios hace ya muchos años, unos 24 años según las cuentas que tienen que ver con la irregular convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. A partir de allí la propia Constitución nacida en 1999 ha sido amplia y repetidamente violada, la separación de poderes –alma de la democracia– se rompió, las fuerzas armadas se colocaron al servicio de un proyecto político y se constituyó un régimen cleptocrático. Y la Venezuela que marchaba optimista por el camino del bienestar se hundió en la pobreza.
Quienes tenían el rol de luchar para poner orden, gran parte de la oposición política, también se puso sus máscaras y se sumó al baile. Apenas las voces valientes y autorizadas de la Conferencia Episcopal Venezolana, las Academias Nacionales, entidades de la sociedad civil organizada, gremios empresariales y profesionales, periodistas de gran formación y temple, honrosas excepciones de la sociedad política y diversas personas desde cualquier lugar de adentro de y afuera, advierten y luchan por enterrar de nuevo al diablo.
Mientras tanto “los demonios siguen sueltos”, como escribió el sociólogo y escritor venezolano Tulio Hernández en su columna de El Nacional de ayer domingo.