OPINIÓN

Carnaval siniestro

por Alicia Freilich Alicia Freilich

La revolución como espectáculo (Random House 2004), de la politóloga venezolana Colette Capriles, es un detallado análisis, cada día más certero, del concepto que da título a esta nota.

Centro y Suramérica se acostumbraron a dictaduras y tiranías sombrías, tenebrosas a la vista incluso con sus asesinos paramilitares no tan clandestinos. Una que otra de buenos comediantes recibió nombres risibles como “bananeras”. Su criminalidad  se imponía  límites, por lo general abarcaba a dirigencia activa, sus  familiares y el entorno inmediato de los rebeldes subversivos. El resto de la población indiferente a la actividad política permaneció al margen, solo bajo vigilancia ocasional.

Pero en el siglo XX llegó disfrazada la Revolución Roja y sin excepciones toda la sociedad quedó bajo sospecha primero, espionaje luego y después bajo estricto control total, mientras los actores  usurpan derechos humanos generales y ciudadanos individuales por los cuales y por paradoja, estalló la  primaria Revolución francesa, para liberar a su pueblo de la vieja monarquía sanguinaria. Pero culminó en terror estatal y huevo de la serpiente hasta hoy en China, Rusia, Norcorea y derivados.

En Latinoamérica: Fidel Castro, fundador, payaso criminal. Cofundadores, a la cabeza Ernesto Che Guevara. Cortejo continental pagado y directriz, Foro de Sao Paulo. Bufones  de la corte castrista: Hugo Chávez Frías, sucesivamente vestido de cantinero, paracaidista con gorro, demócrata encorbatado y por fin en su verdadero traje, sin maquillaje: comandante en jefe de las fuerzas armadas nacionales, comunista con uniforme militar estilo verde oliva fidelista pero de sólida cachucha tradicional.

Otros, coetáneos, con caretas renovadas bajo la mascarada de nombre socialismo del siglo XXI para ocultar sus corruptelas, incluida la narcomafia organizada transnacional: Daniel Ortega, Lula da Silva, los Kirchner,  Rafael Correa, Evo Morales con adultos en rol infantiloide, mirando para otro lado, José Mujica, Andrés Manuel López Obrador y otros todavía en el clóset del camerino proyectado ya para Europa con la puerta de Pedro Sánchez.

El show de la telepolítica y el pésimo montaje teatral prosiguen por desgracia contagiando a sectores  de aspecto disidente incluso ya sin caretas que pretenden engañar al público cansado pero no tanto. Por la telepantalla única que se le permite al venezolano secuestrado, emiten el clásico ejemplo de un género del hazmerreír para no llorar. Al casting  lo presiden,  ya sin antifaz,  las narcofamilias Maduro-Flores, Rodríguez-Gómez, Padrino y su parentela del generalato y  el mimo principal, capo Cabello y su contratado público presente.

Hoy la carnestolenda criminal es rutinaria, no requiere disimulo, escándalo ni cuenticos malvados como aquellos del vulgar y chistoso Aló, presidente. Con una novedad muy trágica que solo puede promover aplauso y risa en perversos incurables. Una milicia  obediente de  humildes  parias hambrientos, desnutridos en cuerpo y cerebro, a quienes montan en escena para disparar petardos a presuntos drones, aviones y misiles enemigos de la independizada soberanía castrochavista.

El bochinche dramático  se  autoconstituyó ley, por obra y gracia del cobarde militarismo desalmado.