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Carnaval noviembrero

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Todas las guerras son económicas, no ha habido una sola que no haya tenido por trasfondo al hipócritamente denostado vil metal. Digo que lo hacen fingidamente porque todos aquellos que le hacen ascos ante el público, apenas dan la vuelta se les ve lanzarse con la boca hecha agua sobre sea cual sea la bolsa del dinero. Y es como la canción que en su momento pusiera de moda al mexicano Emmanuel, “Toda la vida”. Y agrego yo, ha sido así. ¿No recuerdan al tipo aquel, Juan Carlos Caldera, recibiendo 40.000 bolívares de un mensajero de Wilmer Ruperti para la campaña de Capriles?

Por cierto, que ese monto, pese a las voluminosas pacas de billetes, eran apenas 9.300 dólares. Es que ni para mendigos sirven… Y eso me permite evitarles el circunloquio histórico para abordar el hecho económico como eje fundamental de toda confrontación por el poder político. La diferencia es que antes eran con hondas, macanas, espadas, lanzas, arcabuces, alfanjes, revólveres, bayonetas, fusiles, metralletas, cañones y cuanta cosa pueda usted imaginarse; y hoy son por medio del voto. Los pícaros ambiciosos de esta era han hecho suyos los escenarios electorales para ponerles la mano a los caudales públicos, que, a fin de cuentas, son la gran teta monetaria del planeta. No hay país, por pobre que sea, que no produzca más riquezas que cualquier monopolio. ¡Qué Amazon ni que niño muerto! ¿No? Les pongo varios ejemplos.

Los célebres organismos multilaterales representan varias puntas de esa ubre a la que todos aspiran ordeñar. Los países endeudados, depauperados, en crisis humanitaria, bla, bla, bla, siempre obtendrán de estas instituciones verdaderos ríos de dinero para “ayuda” a dichas naciones. La vaina es que usted ve como esas repúblicas están cada año más y más devastadas. ¿Los grandes beneficiados?, sus castas políticas. A esos organismos debemos sumarles sus extensiones caritativas. Cuando no es de ayuda a los niños, es de auxilio a las marmotas, o de cooperación para salvar la sobrevivencia del ornitorrinco en los Esteros de Camaguán, y así hasta que se le seque el cerebro buscando “nobles y justas” causas. Los buches receptores de los billetes siempre están abiertos.

¿Qué otra cosa creen ustedes que hay tras el llamado a votar el próximo 22 de noviembre? Las glándulas mamarias de Venezuela. El derecho a exprimirle los pezones a como dé lugar, poco importa que ya ni pararse puede, poco importa lo descangayada, para usar un término gardeliano, que está; nada de eso, lo que importa es ver cómo le meten mano a la cuota que les va a permitir disfrutar de casa, carro y comida de primer orden a costillas del Estado. A la postre el llamado Situado Constitucional da para eso y más. Con tan rimbombante nombre denominan la transferencia de recursos de los ingresos ordinarios del gobierno central a las entidades regionales. Todos los que están en este carnaval de noviembre son la viva réplica de los zagaletones que plenaban las avenidas caraqueñas esperando el paso de las carrozas de Carnaval para gritar desaforados: ¡Aquí es, aquí es!

Nuestros zánganos electorales se darán por satisfechos con cualquier cosa que les salpique; después de todo ellos no son ambiciosos, se conforman con lo que sea. Por algo tararean, desentonadamente por supuesto, aquella parte de la canción ya citada: “Toda la vida / Poniendo trampas al orgullo / Tantas historias como estrellas / Para no ser esclavo tuyo”. Por eso usted los puede ver bailando al son que les toca el dinero.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

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