OPINIÓN

Carlos Prosperi y el engaño político

por Jorge Ramos Guerra Jorge Ramos Guerra

Carlos Prosperi prometió retomar el programa de alimentación en las escuelas

El apoyo a la reelección presidencial de Nicolás Maduro por parte del frustrado candidato de la llamada AD (resistencia) no puede pasar inadvertido. Significa una degradación de la política pocas veces vista. Nos remite a un bandolerismo, mejor ubicado, a juicio de un incuestionable militante de Acción Democrática, Luis Inati (el Negro), en un nuevo vagón del “Tren de Aragua”, el político.

Por supuesto que el susodicho viene formado en el PSUV, llegando a ser jefe de campaña a la Gobernación del Estado Guárico de Eduardo Manuitt, primo suyo, cuyas andanzas denunciara la diputada Iris Valera y que hoy es prófugo de la justicia al estar imputado por hechos de corrupción, con vida de rey en Costa Rica, por lo que se confirma que “hijo de culebra nace picando”. Lo interesante es saber si Maduro se paseará con él, en lo que resta de campaña, por estados como Guárico o Lara, donde lo vendieron con bombos y platillos.

De allí a ser candidato presidencial lo menos grave es el proponente: Acción Democrática, la que presentó los nombres de Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez, Luis Piñerúa, Jaime Lusinchi, y que en una de sus divisiones se inmolaran Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa, quedándose con dignidad Reinaldo Leandro Mora y David Morales Bello, para que venga esta caricatura de pícaro a usurpar la exigente condición para ser presidente de la República. !Por favor!

Ahora ¿de quién es la culpa? Según el refrán, no es del ignorante sino del que requiere de un ventrílocuo para sus tropelías, esas que por tres décadas han hecho de Acción Democrática una pandereta con sordina amancebada al régimen, que se rige por los patrones de la delincuencia organizada visualizada en la célebre película El Padrino. No se pueden evadir responsabilidades. La falta de democracia interna en la AD (resistencia) es lo que permite que se incorporen a sus filas aventureros como el que nos ocupa.

Vista así las cosas, no tiene sentido preguntarse en qué momento se jodieron los partidos políticos venezolanos, sino hasta cuándo les vamos a permitir que trafiquen con la conciencia democrática del pueblo, porque si bien no es nuevo el saltar talanquera o transfuguismo, formas fraudulentas, a tenor de la “Ley de Partidos Políticos”, todo un glosario de intereses partidistas de quienes la aprobaron y no la hacen cumplir por razones de conveniencia que les salpica a todos sin excepción.

Sobre esos particulares debieran las Escuelas de Ciencias Políticas promover investigaciones. Lo más patético ha sido lo ocurrido recientemente en Lara: las acusaciones de corrupciones que involucran a dirigentes políticos, conscientes de sus responsabilidades que por falta de confianza han alejado al ciudadano de los partidos, como intérpretes de las realidades nacionales o locales, que son inmensas. Claro está, qué se puede esperar de unas organizaciones políticas con autoridades impuestas, que no oyen ni consultan a sus bases, menos a la ciudadanía en general, lo que resulta muy grave para el fortalecimiento de la democracia.

En conclusión, no será fácil el proceso de transición sin un acuerdo ético, siendo necesario a tales efectos desenchufar la relación económica y política de las organizaciones partidistas, porque es allí donde está el caldo de cultivo de las distorsiones y de esa especie de termita que llaman clientelismo.

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