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Cárceles de Castro

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Barack Hussein Obama II hizo una intensa campaña para cerrar el centro de reclusión de la base naval de Guantánamo, único en la isla en que no hay ni un solo preso cubano; en esto lo acompañó toda la godarria de la izquierda mundial, incluso Amnistía Internacional, quien popularizó los uniformes naranja que tuvieron un ominoso destino del que es mejor ni acordarse.

Este enfoque les permite ignorar todas las otras cárceles de alrededor que comprenden el Combinado de Guantánamo, la cárcel provincial de mujeres, de menores de edad y una amplia red de correccionales que suman aproximadamente un centenar de establecimientos, superando ampliamente los que proliferan en todas las demás provincias del país.

El sistema penitenciario castrista, adscrito al Ministerio del Interior, está escalonado en tres categorías: de máxima severidad, régimen severo y mínima severidad. Pese a su opacidad, se distinguen cinco establecimientos de máxima seguridad en un conjunto de alrededor de quinientas penitenciarías, las menos estrictas que están en la periferia son granjas de reeducación y ciertas prácticas de “servicio social”.

No hay solución de continuidad con lo que en un país civilizado sería la sociedad civil, por lo que cualquier súbdito cubano está al borde del sistema, muy cerca de sufrir una sanción por cualquier causa, algo propio de un Estado policial.

La ideología justificadora es esencialmente pedagógica, su objetivo es adiestrar a los reclusos para su reinserción en la sociedad, pero “en cuanto colectivo que se educa a través del colectivo”, dicho con más claridad: no se les considera como individuos responsables que purgan un delito concreto y pagan en prisión una ofensa perpetrada en forma deliberada o culposa, pero personalísima, contra la sociedad.

Esto es una inconsistencia jurídica: un “colectivo de presos” no puede ser culpable de nada, porque incluso en Cuba la responsabilidad penal tiene que ser individual, no existe culpa colectiva. El Estado asume una función educativa para conformar a sujetos desviados y alinearlos hacia fines superiores, de manera que coadyuven a la edificación del socialismo.

Las imágenes omnipresentes en los penales son las de Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos, por supuesto que no se exhiben crucifijos ni otros símbolos religiosos; la literatura que se ofrece a los reclusos es exclusivamente revolucionaria, así como discursos y consignas, el adoctrinamiento político ideológico es parte del plan de reeducación.

El castrismo no reconoce la existencia de presos políticos, delitos de opinión, prisioneros de conciencia, a estos les fabrican expedientes imputándoles delitos comunes, cuando no una figura comodín que llaman “peligrosidad predelictiva” por la cual se puede encerrar en prisión a una persona no por el delito que haya cometido sino por los que podría cometer en el futuro, si no se interviniera a tiempo.

En este contexto, es comprensible que la mayor contrariedad para el sistema sea la irreverencia, la irreductibilidad, el mantener una actitud firme contra el régimen en su conjunto, con clara conciencia de que se trata de la maquinaria sin fisuras de un Estado totalitario, que comprende policía, tribunales y diversos niveles de centros de reclusión.

En Cuba puede decirse con toda propiedad que “todos estamos en libertad condicional” e incluso esto induce a confusión, porque la distinción entre los llamados “privados de libertad” y los ciudadanos comunes está completamente difuminada, porque estos tampoco se encuentran en libertad plena.

Con razón se dice que los que salen de la prisión chiquita no quedan libres porque afuera tampoco gozan de libertades elementales y universales como la de pensamiento, expresión, comunicación, organización, imprenta, asociación, participación política, elegir y ser elegidos, dirigir peticiones a las autoridades y recibir oportuna respuesta, cambiar de domicilio o residencia, salir y entrar libremente al país, en fin, se sale a la prisión grande.

Un problema para los cubanos de afuera es cómo sacar de la invisibilidad a los cubanos de adentro, los que están llevando la peor parte, en la cárcel chiquita; estos que no reciben la menor atención de ningún organismo internacional, de los Estados extranjeros, de ninguna organización de defensa de derechos humanos, de medios de comunicación, ni siquiera de la opinión pública más informada dentro y fuera de la cárcel mayor.

En los mismos días en que estallaba esa intifada universal con epicentro en el asesinato de un delincuente común en Estados Unidos, a Silverio Portal Contreras, otro hombre de color, perfectamente inocente, le propinaban una brutal golpiza sus carceleros al punto de hacerle perder la visión del ojo derecho, entre otras lesiones, caso flagrante de brutalidad policial, pero, ¿quién lo ha oído nombrar?

Como los casos de Aymara Nieto Muñoz, madre de dos hijas menores, confinada por más de setenta días en celda de castigo, en Las Tunas; Keilylli de la Mora, quien tras varios supuestos intentos de suicidio fue recluida en un psiquiátrico, en Cienfuegos; Ernesto Borges Pérez, con veintidós años en prisión, a punto de quedar ciego; Raynor Vicente Sánchis, hijo de una Dama de Blanco; Yousandor Ochoa Leyva, hipertenso, entre otras dolencias, sin medicación; Yosvany Sánchez, en celda de castigo;  Roberto Jesús Quiñones, Lázaro Pie Pérez, Alberto Valle Pérez, la lista podría extenderse a 140, más los llamados históricos, que merecen capítulo aparte, según denuncias documentadas por Estado de Sats.

El punto es que no existe ninguna manera de que los medios de comunicación globales, que se han afanado tanto en defender reclusos de Guantánamo, les presten la menor atención a los del resto de la isla, en particular los presos políticos que no han cometido delito alguno y languidecen en el más absoluto desamparo.

Del Consejo de Derechos Humanos de la ONU no puede esperarse absolutamente nada porque (además de estar dirigido por Michelle Bachelet, socialista, ferviente admiradora de los Castro, que vivió un exilio dorado en la RDA, donde no observó el menor rastro de tiranía) buena parte de sus miembros son tiranías semejantes y aliadas del régimen castrista.

Está a la vista del público que cuando algún cubano ha tratado de dirigirse al Consejo para denunciar violaciones de los derechos humanos no lo dejan ni hablar mediante groseras interrupciones, insultos y descalificaciones, que violan el principio universal de Derecho Internacional de la cortesía, que la dirección de debates es incapaz de hacer respetar, siquiera para guardar las más mínimas apariencias.

Recientemente, el director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, afirmó que “las técnicas de tortura del régimen de Maduro son similares a las de Pinochet”. El también izquierdista chileno, alabando el llamado Informe Bachelet, subrayó: “Uno pudiera creer que estamos hablando de Pinochet”.

Con estas mentiras deliberadas, porque aquí no existe el menor rastro de pinochetismo, pretende ocultar, sin que se le mueva un músculo de la cara, que son el ejército y la policía de Castro los que ocupan este país y las técnicas de tortura que aplican son las de la Stasi, el Ministerio de Seguridad de la RDA, de Erich y Margot Honecker, quienes en Chile gozaron de refugio hasta la muerte después del derribo del muro de Berlín.

En estas tan buenas manos se encuentra la defensa de nuestros derechos humanos.

Luis Marín

 

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