OPINIÓN

Capriles

por Ender Arenas Ender Arenas

En el pasado reciente, dentro de los sectores de la oposición, Capriles tenía el monopolio de la palabra. Él era el líder que el país necesitaba para el cambio y por tanto su palabra se inscribía en lo que llamamos “situación autorizada”, en esas situaciones la política no se interroga. Capriles era escuchado y también era entendido, lo que decía no ameritaba prueba alguna.

Ahora es escuchado, pero no entendido. La verdad es que no lo entendemos. Su explicación de su entrevista con el canciller turco a propósito de una salida de la crisis mediante la posibilidad de participar en las elecciones convocadas por Maduro el 6 de diciembre es del tipo “!el emperador va desnudo, el emperador va desnudo!”.

Es una verdadera tragedia que en medio de su desplazamiento por otros liderazgos (Guaidó, María Corina Machado y otros)  lucha por ser escuchado, por ser entendido y su resultado es que solo ha alimentado la desconfianza sobre todo el sector opositor.

Una oposición que hoy aparece más fragmentada, más pulverizada, en la que chocan de manera irreductible la visión de Capriles con la ya comentada de ir a elecciones a pesar de todas las irregularidades del proceso preparado por el régimen; la de María Corina Machado invocando una solución de fuerza que nadie parece querer… Solo ella; y la de Guaidó, que busca afanosamente un acuerdo que la desconfianza entre los dos actores más significativos hace difícil lograrlo.

El caso más llamativo es el de Capriles. Él se autodefine de oposición pero solo la cuestiona, cosa que no es reprochable, especialmente porque ella no es homogénea ni es monolítica, a Dios gracia. La cuestión es que, por más que explique y vuelva a explicar su decisión de participar en las elecciones del 6 de diciembre, termina por lanzar un tanque de oxígeno a Maduro para legitimarse.

Capriles hace poco más de dos años hacía reparos al proceso electoral de 2018 por ilegítimo y porque las condiciones de dicho proceso no garantizaban una elección justa y libre. Hoy podríamos preguntarnos si han cambiado las condiciones para  votar el 6 de diciembre con respecto a las de aquellos comicios.

Veamos, ¿acaso hay un nuevo CNE? Bueno sí, pero son los mismos, qué paradoja. ¿Hay, acaso, una nueva Sala Electoral del TSJ? No. ¿Hay un nuevo ministro de la Defensa? No. ¿Se puede confiar en el Plan República en un evento que es netamente civil? No. Podemos hacer una docena de preguntas más, pero solo voy hacer esta última: ¿Se puede confiar en que en caso de un triunfo opositor este sea respetado por el régimen? No.

Claro, debo decir que la abstención por sí sola resulta en nada. Ella tiene que venir acompañada de un movimiento de la gente en la calle. La calle, la calle  como escenario de la movilización de la gente y no nos cansaremos de decirlo.

Fíjense ustedes, los bielorrusos están en la calle luchando contra Lukashenko, lo tunecinos salieron a la calle y expulsaron del poder a Ben Ali, los egipcios salieron a la calle y se libraron de Mubarak, los libios hicieron lo mismo con Gadafi, en Argelia la gente salió y se llevó por delante a Buteflika y así en todo el mundo árabe, con la llamada Primavera Árabe.  Ustedes dirán “pero es diferente”, sí, eso es verdad, pero lo sustancial aquí es que la movilización de la gente permitió que regímenes que llevaban ejerciendo el poder por mas de treinta años, salieron expulsados porque la gente decidió tomar las calles y convertir a estas en el escenario de la política

No se trata de inmolarse. Se trata solamente de que si la gente no se moviliza, se puede usar la estrategia de Guaidó, la de Capriles y aun la de María Corina y todo terminará en un estruendoso fracaso y nuevas frustraciones.

Ojo, no estoy pensando en la estrategia implementada por López en 2014, con la llamada “La Salida” en la que todo era voluntarismo y una estrategia de choque frontal con el aparato represivo del régimen, que no podía terminar en otra cosa que no fuera el desgaste, la derrota, los presos y las muertes.

Pienso más bien en la desobediencia civil, en la resistencia civil y en la huelga, incluso en el ciberactivismo que hasta ahora solo ha servido para dividir; redefinirlo en función de un solo objetivo: la recuperación de la democracia.

Para eso tiene que hacerse un llamado a la unidad, no a través de exclamaciones intervencionistas a lo María Corina ni en expresiones a lo Capriles caracterizadas por un populismo dramático, ni tampoco un llamado a la unidad de cúpulas partidarias. Debe ser un llamado  unitario al ciudadano como sujeto de la política y proponer un nuevo pacto democrático que permita una transición, que no será, obviamente, ordenada y tranquila, pero eso se resolverá luego.