En 1966, The Beatles lanzaron una canción llamada Taxman, que podríamos traducir como «Recaudador de impuestos». Sus primeros versos son toda una declaración de intenciones: «Déjame decirte cómo funciona esto: tú te quedas 1 y 19 son para mí. (…) Si 5% te parece poco, mejor agradece que no me lo lleve todo».
Estas letras fueron escritas como protesta contra la onerosa tributación vigente en las islas británicas. En la década de 1970, el impuesto sobre la renta llegaba a 83%, mientras que las rentas del capital podían soportar una retención de hasta 98%.
La victoria del Partido Laborista de izquierda en las elecciones generales de 1945 llevó a la implementación de una forma de socialismo democrático bajo gobierno del primer ministro Clement Attlee. Uno de los ejes principales de esta nueva política económica fue un masivo programa de nacionalización de empresas.
El gobierno británico nacionalizó los bancos, la aviación civil, las industrias mineras y de . Después tomó el control de los ferrocarriles, los canales de navegación, el transporte terrestre de mercancías, la energía y el gas, las industrias manufactureras del hierro y el acero, etcétera.
Incluso después de que el Partido Conservador volviera al poder tras las elecciones generales de octubre de 1951, el viejo héroe Winston Churchill mantuvo en pie el grueso de las políticas implementadas por su predecesor laborista. El nuevo consenso económico de posguerra duró hasta la década de 1970, cuando la mayoría de políticos conservadores empezó a defender públicamente que la economía no debería estar controlada por el Estado.
Precisamente en los años setenta del siglo pasado, las debilidades del modelo productivo desarrollado por Reino Unido se hicieron más que evidentes. Los sindicatos tenían mucha fuerza y el país estaba afectado por continuos episodios de huelga. A lo largo de la década, las islas sufrieron un promedio de más de 2.000 paros laborales por año que trajeron consigo una pérdida anual media de 13 millones de jornadas de trabajo. La conflictividad laboral se intensificó durante el invierno de 1978-1979, cuando Reino Unido se vio paralizado por una nueva ronda de protestas por parte de los trabajadores de los servicios públicos y el transporte.
El 3 de mayo de 1979, los conservadores ganaron las elecciones generales liderados por Margaret Thatcher, que alcanzó una mayoría de 339 de 635 escaños. Uno de sus primeros pasos para consolidar una política económica más amable con los empresarios consistió en reducir los tipos marginales del Impuesto sobre la Renta, que bajaron de 33 a 30% para las rentas más bajas y de 83 a 60% en el caso de los tramos más altos. En 1988 se adoptaron nuevos recortes que dejaron estos umbrales en el 25 y el 40%, respectivamente. En paralelo, Thatcher agilizó la burocracia para favorecer el desarrollo de la industria y de nuevos edificios de oficinas, al tiempo que abolió distintos controles de precios y políticas de planificación.
Durante su segundo mandato en el cargo, Thatcher impulsó la privatización de empresas estatales. La primera ministra veía la privatización como «uno de los principales medios para revertir los efectos corrosivos y corruptores del socialismo» y adoptó un modelo de «capitalismo popular» volcado en hacer de Reino Unido lo que el Instituto Juan de Mariana ha definido como «una sociedad de propietarios».
La propiedad pública era para Thatcher una forma de gestión «impersonal, basada en el control de los políticos y de los funcionarios del sector público». En cambio, «la privatización buscaba dejar el mayor número posible de acciones en manos de los británicos para que fuese el pueblo quien tuviese el poder económico». Durante la etapa de gobierno de Thatcher, el porcentaje de británicos que poseían acciones aumentó del 7 al 25%.
Aunque Thatcher confiesa en sus memorias que le hubiera gustado «hacer mucho más», la evaluación de su paso por Downing Street es claramente positiva. «Bajo mi mandato, Gran Bretaña logró ser el primer país que consiguió revertir el avance del socialismo. Cuando dejé el cargo, el sector industrial de propiedad estatal se había reducido en 60%. Un cuarto de la población poseía acciones y más de 600.000 puestos de trabajo pasaron de estar en manos del sector público a formar parte de la actividad empresarial privada», recordó.
Merced a los ingresos tributarios derivados de estos aumentos de la productividad, Reino Unido pudo reducir significativamente su deuda pública. Como explico en mi libro «En defensa del libre mercado», Thatcher asumió el gobierno de un país arruinado. En 1976, las islas estuvieron al borde de un incumplimiento de sus obligaciones soberanas y se vieron obligadas a pedir un «rescate» de 4.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional. Una década después, en 1989, Thatcher había conseguido un superávit fiscal del 1,6% del PIB que ayudó a reducir el peso de la deuda del 55% alcanzado en 1980 al 40% registrado en su tercera legislatura.
La vieja cultura socialista de la envidia fue reemplazada por una narrativa pro-mercado y proempresa que veía el anhelo de prosperar económicamente como un incentivo positivo que debía ser ampliamente reconocido y recompensado, lo que condujo a un fuerte aumento en el número de empresas privadas y en las cifras de autónomos. En 1979 había 1,89 millones de sociedades en Reino Unido, pero en 1989 ya se superaba el umbral de los 3 millones. De igual modo, el número de personas autónomos creció de 1,9 a 3,5 millones durante el mismo periodo. Fue la revolución del «capitalismo popular» y sus efectos siguen siendo vigentes en la actualidad.
Rainer Zitelmann es uno de los analistas económicos más influyentes de Alemania.
Originalmente publicado en el diario La Razón de España