Puede decirse que el capital político de una determinada personalidad política es la suma factores como la popularidad, que no siempre coincide con una primacía en las encuestas; el partido político, que le brinda una maquinaria de captación y canalización de voluntades; la relación con determinadas élites, que le ayuda a conformar un eventual gobierno; las fuentes de financiamiento y apoyo logístico, que implican la confianza que genera en los contribuyentes a la campaña; la educación o su conocimiento académico, que impide la manipulación de los expertos, entre otros. Hay quienes agregan un cierto orden familiar, que poco o nada tiene que ver con el estado civil, pero sí apunta a la paz y la tranquilidad necesaria para abocarse a los infinitos problemas públicos.
Este capital político le permite al aspirante a cualquier responsabilidad de Estado competir. Los grandes partidos de antes reunían un importante capital político al que jamás se ha equiparado, ni se equiparará, el PSUV creado desde el gobierno y, una vez que éste se acabe, concluirá el partido del ventajismo por excelencia, porque para nadie ha sido un secreto que en sus inicios el MVR y con el liderazgo que de Hugo Chávez Frías, construyó un capital que empujó a la destrucción de los partidos AD, COPEI, MAS, URD y hasta el mismo PCV. Este último tenía más de dos o cinco líderes conocidísimos por el país, con talento de organizadores, brillantes oradores, amigos de especialistas en diferentes áreas, contactados con tecnócratas, capaces de costear las actividades proselitistas, como de encarar las más difíciles ruedas de prensa. ¿O es que el adeco Reinaldo Leandro Mora, el copeyano Pedro Pablo Aguilar, el masista Freddy Muñoz, el urredista Enrique Betancourt y Galíndez, o el comunista Radamés Larrazábal, no reunían siquiera parcialmente estos requisitos?
¿Por qué no llegaron más lejos? Sencillamente, porque no es el que quiere, sino el que puede según las circunstancias que tuvieron que confrontar, por no decir que algunos de ellos eran verdaderos hombres de Estado, aunque tan modestos que no se dejaban tentar por las mieles del poder, ni se obcecaron por la presidencia de la República. Hay grandes nombres que le prestaron un enorme servicio a Venezuela que no alcanzaron a ganar las elecciones, como Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios, Lorenzo Fernández, Luis Beltrán Prieto, Teodoro Petkoff y hasta puede decirse, desde varias perspectivas ideológicas, de un Leonardo Montiel Ortega, Héctor Mujica, o Pedro Tinoco. Sin embargo, una cosa es tener un buen capital político, y otra saber qué hacer con él y dar con las oportunidades.
Pongamos el caso de Diego Arria quien, siendo muy joven respecto al promedio de edad de los líderes de entonces, gozó de una gran popularidad al pasar de presidente de una presidencia anónima de la corporación estatal de turismo con Rafael Caldera, en su primera presidencia, a famoso gobernador de Caracas con Carlos Andrés Pérez. Era muy rudo intentar conservar esa popularidad en los cinco años del gobierno adeco, mantenerse intacto en la gobernación que abarcaba todo el Distrito Federal y, faltando poco, competirle al poderoso partido de gobierno. Arria fundó el partido Causa Común, y no logró llegar al Congreso al mismo tiempo que fue candidato presidencial (como se estilaba antes), pero forjó un prestigio que lo mantiene aún en la palestra, a pesar de encontrarse en el exilio.
Muy pocos son los candidatos de la oposición actual que tienen un mínimo de capital político que los autoriza a presentar sus nombres. Unos cuentan con una popularidad genuina e indispensable, pero temo que no saben qué hacer con ella; otros poseen las relaciones necesarias para ser y hacer gobierno inmediatamente de ganar los comicios; pareciera que ninguno tiene real por las trabas que pone el régimen pero, como reza el dicho, se les ve bien el bojote. El caso está en que, lejos de descalificarlos personalmente, de acuerdo a la predominante cultura chavista, debemos sopesar cada uno de los elementos mencionados para completar un análisis correcto. Podemos tener todas las relaciones posibles, pero hace falta la fuerza política necesaria para conformar un gobierno; ganar todas las encuestas, pero contar con operadores que permitan materializar el apoyo que se supone popular; o saber lo que realmente se dice y se propone, corriendo el riesgo de hacer el ridículo como ya ocurre entre los que más se desbocan en las redes sociales.
Al día de hoy hemos visto cómo estos candidatos, aparte de sus habilidades y aptitudes necesarias para acceder al campo político y permanecer dentro de él, aplican diferentes estrategias para posicionarse en el campo y defender este logro a muy corto plazo. Una de estas estrategias es la difusión de las dificultades que nadie, a excepción de uno mismo, puede resolver y cuyo objetivo es parecer muy importante por ser capaz de enfrentarlas. Otra es realizar “tareas santas” como el mejoramiento o la salvación de la gran problemática que se padece y presentarse a sí mismo como el salvador o el representante de valores universales tales como: la verdad, la sabiduría, el pueblo, la libertad, entre otros. En resumen, utilizar estrategias de difusión y acción consciente. Al resistir, insistir y persistir hemos aprendido que se necesitan más que estrategias para llegar de manera ordenada y consistente hasta el final. Es cierto que para ello el capital político es central; sin embargo, para una victoria estable y segura debemos evaluar verdaderamente al contrincante y entender que en soledad no se puede, que este país necesita a todo aquél que tenga el mismo objetivo, que es más que un cambio de gobierno. Si no lo logramos, seguiremos cediéndole el espacio al régimen que hoy ostenta el poder.
Tw/IG: @freddyamarcano
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