El arranque del nuevo sexenio no ha sido fácil. Ninguno lo es, ni siquiera cuando se trataba, como hoy, de una sucesión dentro de un mismo partido, aunque no, en la época de oro del PRI, de un mismo grupo político. O bien los presidentes entraban con un desastre evidente en las manos -López Portillo, De la Madrid, Salinas- o entraban un poco a ciegas -Zedillo, Fox-. A López Obrador, Peña Nieto le entregó un país ensangrentado, inmerso en una percepción generalizada de corrupción, pero con finanzas públicas sanas, un crecimiento mediocre aunque igual al promedio histórico, y una situación política estable, gracias en buena medida al apoyo descarado de Peña a la candidatura de AMLO.
Sheinbaum no recibió de su predecesor una catástrofe, pero tampoco un México funcionando como relojito, al estilo Peña Nieto. López Obrador le heredó un déficit fiscal desorbitado, violencia en buena parte del país, una situación precaria con Estados Unidos y sobre todo una conflictiva agenda de reformas. Nunca he dudado del compromiso de la ahora presidenta con la reforma del poder judicial, pero nadie duda de la inconveniencia de procesar un cambio de semejante calado y consecuencias al inicio de un mandato. Nunca se deben posponer las reformas para más tarde; no obstante, tampoco conviene arrancar con ellas, literalmente. Por todas estas razones, Sheinbaum hoy convive con múltiples frentes abiertos, enfrentando algunos retos inevitables, otros autoinfligidos o no forzados, como en el tenis, unos importantes y otros sin trascendencia, como el pleito con los españoles, pero todos simultáneos, al comenzar el sexenio, y difíciles de superar.
Uno de ellos parecería provenir de una mala lectura de A Team of Rivals, de Doris Kearns Goodwin, a propósito del equipo de colaboradores de Lincoln en 1861. El verdugo de la esclavitud en Estados Unidos se rodeó de sus rivales para la candidatura del Partido Republicano, y gracias a ello pudo conducir al país a la victoria contra el sur esclavista y secesionista. Barack Obama se inspiró de dicho libro para designar a varios de sus ministros en 2008-2009, empezando por Hillary Clinton, su principal adversaria en las primarias para conseguir la nominación del Partido Demócrata. Obama fue reelecto y sigue siendo el político norteamericano más popular e incluso adulado.
Sheinbaum, o bien por sus propias inclinaciones, o bien debido a la insistencia de López Obrador, o a una combinación de ambos factores, incorporó a sus principales contrincantes dentro de Morena a su equipo de facto de gobierno. Ebrard, Monreal, Adán Augusto y Fernández Noroña ocupan hoy posiciones claves, sobre todo los tres últimos, en el Congreso. Más aún, al no contar ella con un enlace político propio con las bancadas morenistas -obviamente la Secretaría de Gobernación no puede asumir esa tarea, Lázaro Cárdenas sí, pero sólo si se desprende de otras funciones de su cargo- de hecho le transfiere la responsabilidad del control político de las cámaras a… los líderes de las cámaras. Así se acostumbraba durante los tiempos del PRI, en parte, aunque Gobernación o alguien en Los Pinos aportaba su grano de sal. Aquí todo el peso recae en Monreal, López y Noroña.
Huelga decir que sus intereses no son siempre ni por completo los de la presidenta. Tampoco coinciden los de cada uno de ellos con los intereses de los demás. Uno podría concluir que el esquema actual se convertirá, si es que no lo es ya, en una receta para el caos. Ninguno de los mencionados ex rivales carece de personalidad propia, de ambiciones y de colmillo. Si no los controla alguien en el Ejecutivo, me atrevo a pensar que van a cometer una infinidad de travesuras, que solo podrán perjudicar a la presidenta, y de pasada, al país.
Conste que de ninguna manera afirmo que le reportan a AMLO, ni que son desleales; simplemente creo que este arreglo institucional es disfuncional. Ya lo estamos comprobando con las diversas reformas, reculadas, pleitos intestinos y prisas de bancadas que nunca contemplaron ser tan nutridas. Yo no soy de los que rezan siempre que ojalá le vaya bien al presidente porque entonces le va bien a México. Depende del presidente y de lo que se propone hacer. Pero este desorden no beneficia a nadie.