Este artículo se iba a titular «Caos en el Catatumbo», pero, tras el enfrentamiento dominical entre los presidentes Gustavo Petro y Donald Trump, se cambió por «Caos en Colombia». Si el viernes 24 de enero Petro había declarado el estado de conmoción interior en la región del Catatumbo, fronteriza con Venezuela, el domingo 25, tras su órdago a Trump por la devolución de migrantes irregulares, debió claudicar en toda regla.
Una vez más su carácter narcisista e impulsivo le jugó una mala pasada. Su pasión por Twitter, su incontinencia verbal y la falta de asesores capaces de contenerlo, lo llevaron a morder el anzuelo lanzado desde Washington. Mientras la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum ha optado por no responder a las provocaciones trumpistas, manteniendo la cabeza fría, Petro se ha calentado. No solo prohibió, después de haberlo previamente autorizado, la llegada de dos aviones militares con cientos de repatriados, sino también alardeó de un discurso reivindicativo y antiimperialista.
Finalmente, dio una vergonzosa marcha atrás y si bien en Bogotá se hablaba de un acuerdo negociado, la Casa Blanca señaló que Bogotá aceptó «todos los términos del presidente Trump, incluida la aceptación irrestricta de todos los extranjeros ilegales de Colombia regresados de Estados Unidos, incluso en aviones militares estadounidenses, sin limitación ni demora». Salvando las enormes distancias, el comunicado recuerda las palabras de Francisco Franco el 1 de abril de 1939: «Cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares».
Si el fiasco se debió a un grueso error de cálculo, con consecuencias negativas para el resto de América Latina, lo que ocurre en el Catatumbo también responde a una mala evaluación sobre la violencia colombiana. El estado de conmoción es respuesta al cruento enfrentamiento entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Frente 33 de las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Según las fuentes, los «elenos» provocaron entre 60 y 100 muertos y 40.000 desplazados, muchos de los cuales, paradójicamente, se refugiaron en Venezuela.
Las razones de este enfrentamiento, ante el cual el ejército colombiano ha sido hasta ahora un mero espectador, son múltiples. De un lado, la lucha por controlar una de las mayores zonas cocaleras del país, a la vez que garantizar la unidad de las estructuras del ELN en torno al comandante «Pablito». Del otro, el fracaso de la política de paz total del presidente Petro, ensayada desde su llegada al poder en agosto de 2022. En su búsqueda de la paz abrió nueve mesas simultáneas de negociación, con escasos o nulos resultados, especialmente en la reducción de abusos contra la población civil. Según Human Rights Watch (HRW), los altos el fuego alcanzados por Petro fueron incumplidos por los grupos armados implicados.
Más allá de los problemas específicos del Catatumbo, incluyendo que tanto el ELN como las disidencias de las FARC se refugian en Venezuela, la causa principal de lo que ocurre responde a la apuesta utópica e irreal de paz total de Petro. La idea, hoy frustrada, era sentar a negociar a prácticamente todos los grupos armados colombianos, desde las viejas guerrillas (ELN, disidencias de las FARC) a las bandas criminales, incluyendo los carteles del narcotráfico, como el Clan del Golfo.
El énfasis se puso en el ELN, el mayor de todos ellos, devenido una peligrosa organización binacional colombo–venezolana, y se iniciaron negociaciones en Caracas, México y La Habana, finalmente abandonadas. Desde hace años, todos los presidentes que buscaron la paz, desde Andrés Pastrana a Juan Manuel Santos, intentaron sumar al ELN a la negociación, siempre con el mismo resultado: su negativa total a negociar seriamente y a renunciar a la violencia, comenzando por los secuestros extorsivos. De ahí la sorpresa con un presidente que pensó de forma ilusoria que podía triunfar allí donde otros fracasaron. La sorpresa es mayor dado su conocimiento de la lucha armada y su paso por el M-19.
Para alcanzar la paz total, Petro redujo la presencia, la acción y el presupuesto de policías y militares en el combate a la violencia. Su paso atrás no solo desmoralizó a las fuerzas del orden, permitiendo reorganizar y rearmar a buena parte de las organizaciones criminales y terroristas, sino también favoreció el aumento del área cultivada de coca y su producción. Hoy es tal exceso en la oferta de cocaína, que sus decomisos en Europa se han incrementado considerablemente.
Tras el incremento de la violencia en Catatumbo, a Petro no le quedó más remedio que declarar la guerra al ELN y ordenar la entrada en combate del Ejército. Su política de paz total impidió generar los incentivos necesarios para que tanto el ELN como los demás grupos armados se sentaran a negociar. En vez de aumentar la presión para convencerlos de que la única salida era el diálogo y el abandono de las armas, alentó su retórica ideologizada, favoreció su rearme junto al crecimiento y expansión del narcotráfico.
Los dos enfrentamientos en los que estuvo implicado Petro en las últimas semanas han aumentado la sensación de caos que se vive en Colombia, favorecida por las constantes denuncias del presidente de que alguien, en algún momento, está urdiendo un golpe de estado en su contra. Llegados a este punto, la posibilidad de perpetuar, o al menos de prorrogar un tiempo más la experiencia del Pacto Histórico, la coalición con la que fue elegido, y deberá revalidar en 2026 con otro candidato (no es posible la reelección), es cada vez menor. Todavía no hay encuestas disponibles para ver cómo lo ocurrido afectó su imagen y la popularidad de su gobierno, pero todo indica que salió muy mal parado.
Artículo publicado en el Periódico de España
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