OPINIÓN

Canción triste de La Habana

por Bieito Rubido Bieito Rubido

Confieso que la realidad de mi patria afligida, la España de nuestro corazón a la que no cuesta nada querer, me tiene postrado en el sofá del decaimiento moral y la tristeza. No encuentro nada bueno para animarme en la materia prima del periodismo que es la actualidad. Sufrimos el peor gobierno de la historia reciente y vemos cómo terroristas, asesinos, violadores, abusadores de menores, golpistas, corruptos salen a la calle, ante la complacencia de las minorías políticas, la estupefacción del pueblo y el silencio cómplice y culposo de un partido como el PSOE, en el que tanta fe pusieron muchos españoles. Malos tiempos en los que cada día hay un escándalo protagonizado por el gobierno de nuestro propio país. Muy malos tiempos. Un aquelarre sigue a una bulla. Se echa en falta la política de la normalidad, esa que convierte a la democracia en aburrida y tediosa. Bendito aburrimiento. Por eso he decidido escribir sobre Pablo Milanés, cuya muerte nos sorprendió en la madrugada de ayer y que no deja de tener también su lectura política.

La Habana hace tiempo que está un poco más vacía. Ya no solo por los miles de cubanos que dejan su patria, sino también porque desde hace tiempo Milanés no sonaba en la radio y entre Madrid y La Coruña arrastraba sus limitaciones físicas. En el fondo de su corazón anidaba la conciencia de que aquello del comunismo fue un fracaso y un dolor. Cada día alguien deja aquella hermosa isla. Es un goteo continuo. Pasear por la vieja Habana o por el malecón sirve para constatar que hasta la alegría decidió cambiar de barrio.

Si Pablo Milanés ya no suena en la radio, él, que fue uno de los más prolíficos trovadores, cantor del amor, brillante compositor, excepcional intérprete, que sobresalía entre todos los de la nueva trova cubana, entonces es que mucha gente ha dejado de querer, y sin esa voluntad nadie puede vivir en la esclavitud, pues la libertad sigue siendo el territorio más fecundo del ser humano. Milanés lo sabía y se vino a morir a España, con el recuerdo de Yolanda, con las manchas de humedad, con la herida de la vida, del amor… y hasta la muerte.

Artículo publicado el diario El Debate de España