I
Estos días de ausencia me han permitido conocer el monstruo por dentro. Con el miedo agarrándome la garganta, como estrangulándome, he asistido como protagonista y como testigo a muchas cosas que nunca había querido ver.
Mi padre siempre entendió mi naturaleza, imagino que desde el momento en que se dio cuenta de que esa niña que pasaba horas sentada en el escritorio escribiendo o leyendo no iba a seguir sus pasos en la medicina. Pero también me enseñó que de cada experiencia, por horrenda que sea, queda algo digno de atesorar.
Así que el monstruo de saberse enfermo en las actuales circunstancias de Venezuela, la incertidumbre de encontrar cura, la angustia de poder ser un número más de los que no consiguen solución a sus males, ese horror que se vive en este mal llamado socialismo de más de 20 años, salió de debajo de la cama y me quitó el sueño. Aún lo siento cerca.
II
Todos van a parar al hospital Domingo Luciani. El otro destino es el Pérez Carreño. Pareciera que los artífices de la política de salud de esta dictadura decidieron que solamente mantendrían en pie dos grandes centros de salud. El enfermo que tenga la suficiente paciencia o la familia más avispada puede salvarse.
No hay agua en la emergencia desde hace semanas, ni siquiera para limpiar el reguero de sangre que queda en la sala de traumatismo del servicio de cirugía. No hay insumos ni materiales; los que hay están bajo llave y solo un adjunto decide si tu caso es lo suficientemente grave, si estás a punto de dejar de respirar, para darte el equipo que necesitas y ver si tu pulmón funciona. A las enfermeras les pagan sueldo mínimo aunque hagan tres días seguidos de guardia; se desmayan como cualquier paciente porque no les da tiempo ni de comer, si es que tuvieran con qué.
Los pasillos de una sala de emergencias improvisada, a todas luces mal diseñada, están abarrotados de gente llena de sangre, tosiendo, vomitando, con el brazo partido, la pierna rota. Valle Inclán o Naguib Mahfuz encontrarían suficiente material para escribir y describir sótanos llenos de esperpentos o de lisiados que piden limosna.
Pero siempre hay una mano que consuela, una decisión certera que te alivia, una palabra que te reconforta. ¿Cuántos años tiene? No pasará de 25 pero es el residente de Medicina Interna, o el de Cirugía, o el de Traumatología, ni hablar de los internos. Ya lo he dicho antes, son los héroes del momento. Improvisan curas, se lavan las manos con agua destilada, traen los guantes de su casa, no comen, no duermen, solo trabajan.
III
No puedo negarlo, a pesar de la precariedad de las circunstancias, y por alguna razón que desconozco, el Luciani funciona y por eso doy gracias a Dios (nunca a la robolución). Gracias por el esfuerzo de darle a los hospitalizados al menos una arepita con vegetales de desayuno. Gracias a las enfermeras que hacen turnos aunque no les paguen. Gracias a los estudiantes de medicina, a los residentes, a los adjuntos.
Tengo mucho que agradecer. El hecho de que esté aquí escribiendo, respirando y con ganas de seguir trabajando se lo debo a mi familia y a esos abnegados profesionales venezolanos.
A la robolución le debo haber presenciado una pelea por una arepa o tener miedo en las noches porque alguien podía entrar a la habitación a robarme. A este socialismo a la cubana le debemos la falta de agua, de gasas, de medicamentos, la maldad en los ojos de un paciente que envidia que otro tenga el tratamiento.
Al régimen maduchavista le debemos que la salud se nos desvanezca, porque nos ha hecho vivir en la peor de las situaciones. Se llenan la boca diciendo “hecho en socialismo”, como dice la cajita de la pastilla que debo tomarme todos los días. Lo que realmente lleva firma y sello de estos déspotas es el exterminio al que nos han condenado.
Pero así como le dije a la enfermedad que no podrá conmigo, así me preparo para celebrar el fin del verdadero cáncer llamado socialismo del siglo XXI y el resurgimiento de todo lo bueno que siempre hemos sido.
@anammatute