Pisar el terreno político actual de nuestro país equivale a adentrarse a un campo minado. Ante esa cruda realidad debería imponerse la marcha atrás; sin embargo, la condición humana empuja siempre a ser perseverante y, por tanto, a seguir adelante en el propósito que se quiere alcanzar, independientemente de los riesgos que se tengan que enfrentar. ¿Somos entonces cabezas duras por naturaleza? Nada mas alejado de la realidad, como veremos a continuación.

Es un hecho cierto que Nicolás Maduro y su muy reducido grupo de seguidores no encuentran un palo al que agarrarse. Todo presagia un final desastroso que, probablemente, empuje al conductor de Miraflores y su reducido séquito a otro paraje revolucionario. No se trata entonces de que el nuevo gobierno los eche fuera o los encarcele, sino que Maduro, Cilia Flores y sus cabecillas principales se sentirán más tranquilos si esa simple posibilidad se queda atrás, bien pero bien lejos. Esa, pues, será una decisión de ellos.

Los verdaderos demócratas siempre actúan conforme al deber ser. Ese fue el caso del grupo de líderes venezolanos conformado por Wolfgang Larrazábal (1958-1959), Rómulo Betancourt (1959-1964), Raúl Leoni (1964-1969), Rafael Caldera (1969-1974), Carlos Andrés Pérez (1974-1979), Luis Herrera Campins (1979-1984), Jaime Lusinchi (1984-1989), Carlos Andrés Pérez (1989-1993), Ramón J. Velásquez (1993-1994) y Rafael Caldera (1994-1999). Lamentablemente, nuestros compatriotas -ciegos y miopes como quien más- se decantaron por un giro radical y entregaron nuestra democracia en manos del militar golpista, nacido en Sabaneta (estado Barinas), Hugo Rafael Chávez Frías. Como es sabido, el embaucador de Barinas fue perdonado y liberado por Caldera en su último mandato; esa acción le permitió lanzarse como candidato en la siguiente elección presidencial y hacerse con la victoria.

El precio que hemos estado pagando los venezolanos por tan craso error ha sido el más alto que se pueda imaginar. Sin incluir la destrucción de nuestra enorme industria petrolera y el gran empobrecimiento que hoy se vive en Venezuela, la sola magnitud de  la emigración de nuestros compatriotas es prueba fehaciente de ello.

Mientras tanto, la lucha sin cuartel entre las partes continúa. La ventaja que hasta ahora tiene Edmundo González, candidato de la oposición venezolana, sobre Nicolás Maduro es suficientemente holgada. Por tanto, de nada servirán las triquiñuelas que el régimen quisiera poner en práctica: concretarlas es simplemente imposible. La enorme ventaja  que, gracias al apoyo de María Corina Machado tiene Edmundo en estos momentos, hace sumamente difícil que una “súbita” derrota por parte de la enclenque dictadura sea creíble dentro y fuera de nuestro país. Así pues, la trampa del gobierno sería vista como una sardina que se traga una enorme ballena, eso es: ¡pura vagabundería y nada más!


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