Norah Parissi, personalidad fuera de serie, asumió la danza como un compromiso extremo con la vida. Era la experiencia vital antepuesta a cualquier necesidad evasiva de la propia realidad.
Iniciada en la década de los sesenta como bailarina en Danzas Venezuela, el proyecto artístico oficial donde descubrió la danza moderna de la mano de Grishka Holguín y Evelia Beristain, incursionaría luego como coreógrafa al integrarse al elenco del Ballet del Inciba. Venía de vivir otros procesos formativos en Nueva York en las escuelas de Martha Graham, que en un principio la entusiasmó pero luego rechazaría, y Alwin Nikolais, donde le fue revelado un movimiento alternativo para ella.
A su retorno al país, se propuso en los inicios de los años setenta llevar a cabo una iniciativa independiente contestataria. Macrodanza se constituiría para la creadora en una plataforma experimental donde indagar sus conceptualizaciones éticas y estéticas sobre el cuerpo expresivo.
La fallecida bailarina Andreína Womutt en su libro Movimiento perpetuo (1991, Fundarte) recoge el pensamiento crítico de Norah Parissi alrededor de su personal trabajo en la danza escénica:
“En su producto final vemos nuestra concepción del mundo plasmada en movimiento. Entonces, cada una de nuestras coreografías se convierte en un acto de meditación que debe prolongarse en comprensión de nuestra vida diaria”.
Cuerpos mitológicos, Sombras nada más, Imágenes cercanas, Memoria ancestral, Arquetipas o ¡ay qué tipas! y Triálogo, son obras que dan cuenta de las distintas etapas de Macrodanza como singular experiencia concretada desde consideraciones alternas del movimiento y de su fundadora como ductora de este proceso.
Mitos recónditos, miradas agudas a estereotipos determinantes e imágenes y símbolos de un abstraccionismo formal de altas valoraciones plásticas, orientaron su camino creativo. Parissi ofreció la teorización integral de sus propias visiones:
“El movimiento no es únicamente cerebral, emocional o muscular. Está también animado por nuestra memoria ancestral, nuestros sueños y nuestros símbolos (…) A través de mis trabajos y montajes he visto cambiar varias veces mi concepción del mundo. Para no sentir vértigo ante tanto cambio, el bailarín debe saberse un peregrino del instante y un agente profético del porvenir”.
Rubén Monasterios, en tanto que crítico de artes escénicas y psicólogo social, definió a Macrodanza como una proposición ubicada más allá de la frontera de lo moderno. Sobre Norah Parissi destacó:
“Alguna vez fue calificada de ‘esotérica’. Sin duda lo es, si por ello entendemos la adhesión a una proposición filosófica que incita a la ‘hacia adentro’ de la persona con miras a una realización interior (…) Es una poeta, he leído en sus textos los que me parecen lúcidas definiciones del estado espiritual propio del bailarín que se adentra por el universo mutable del arte experimental”.
Los procesos investigativos de Macrodanza, incluso antes que la obra derivada de ellos, prima en los intereses de su ideóloga fundamental. Antes que la exhibición pública de resultados artísticos, prevalecían las vivencias cotidianas compartidas de sus participantes en el salón de trabajo. Previo a las presentaciones sistemáticas en un espacio teatral, se imponía el crecimiento individual y colectivo alcanzado.
El autor Pedro Pez, seguidor cercano de los caminos de Macrodanza, con motivo del vigésimo aniversario de la agrupación, se refirió en la revista Imagen (febrero de 1991) a los senderos transitados por la agrupación de Parissi:
“A veinte años de las primeras experiencias en la búsqueda de un lenguaje innovador hoy, quienes se acercan a Macrodanza, se revalorizan como personas en poco tiempo. Altamente emocional el cuerpo -en Macrodanza- es capaz de dar extraordinarias demostraciones de comunicación interior”.
Fue una alternativa resonante dentro de la danza experimental venezolana. En Macrodanza no hubo evasión, ni se trató de mero esfuerzo físico. Norah Parissi orientó sus visiones a través de un compromiso preferente con los procesos humanos de realización interior.