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Camino al abismo

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El regreso a la democracia dejará de ser el mayor reto en Venezuela y dará paso a la necesidad de reconstruir la nación. Democracia y fragilidad estatal son fenómenos distintos, sin embargo, cuando los retrocesos democráticos van acompañados de mayor fragilidad se da una “tormenta perfecta” que puede arrastrar a sociedades enteras al caos. Parte del drama de entrar en esos ciclos es que se convierten en una trampa de la cual es muy difícil escapar, condenando a generaciones completas a vivir en medio de conflictos que por lo general van acompañados de costos humanos y materiales muy altos. Lo más lamentable de situaciones de este tipo es que se pueden evitar de forma relativamente sencilla.

La incapacidad de las élites de llegar a acuerdos es un elemento común en muchos de los contextos de fragilidad estatal. Un caso emblemático, y lamentable, es lo que ocurrió en Afganistán luego de la derrota de los rusos a finales de los años ochenta. Una vez derrotado el invasor extranjero, los combatientes afganos iniciaron una guerra más sangrienta, las diferencias entre “hermanos” afloraron con una fuerza destructora que acabó con la vida de miles de personas y causó destrozos mayores a la infraestructura del país que la guerra que recién culminaba. Kabul fue testigo de bombardeos indiscriminados contra la población civil durante semanas, bombardeos de afganos contra afganos.

Es inevitable que frente a conflictos de gran magnitud el Estado se termine debilitando, y que la nación se convierta en fragmentos amalgamados en torno a lazos religiosos, ideológicos o criminales. El ser humano necesita de cierta estructura social, y cuando esta no es provista por el Estado surgen mecanismos alternativos de organización, que por lo general implican cierto tipo de coerción, la cual va acompañada de algún grado de violencia. Es de esta manera que el Estado es sustituido por otras organizaciones en el uso de la violencia. Al combinarse la fragmentación del territorio con la aparición de organizaciones paraestatales las condiciones para mayor fragilidad se fortalecen.

Desde hace tiempo se ha ido señalando que Venezuela está transitando la ruta para convertirse en un Estado fallido. Poco a poco esta realidad se ha ido convirtiendo en un hecho más evidente, como el reconocimiento de la presencia cerca de 2.000 elementos de la guerrilla colombiana en Venezuela, la retirada del Ejército venezolano de la zona de La Victoria en el estado Apure en el mes de mayo, así como la pérdida del control territorial en varias zonas urbanas del país, incluyendo parte de Caracas. A esto se debe sumar el control de facto que tienen distintos grupos armados de las zonas de explotación minera, además de las rutas de tránsito de la droga.

Uno de los hechos más lamentables de la realidad actual es que con un poco de cooperación entre distintos actores el escenario sería distinto. Es por ello por lo que un artículo reciente de Moisés Naím titulado “Venezuela’s Suicide. Lessons From a Failed State” es muy asertivo, pues la crisis que atraviesa el país no es producto de una amenaza externa, sino producto del conflicto entre los propios venezolanos, particularmente su élite. Esa conflictividad se evidencia en lo difícil que ha sido que el oficialismo y la oposición encuentren una salida política, pero es también evidente en las limitaciones que ha demostrado la oposición para coordinarse y presentar una alternativa realmente viable.

Las historias de contextos de fragilidad suelen desembocar en espacios de negociación, luego de años de conflicto las partes se percatan de que la única manera de mejorar es negociando. Lamentablemente cuando se llega a esos momentos mucha agua ha corrido bajo el puente, por lo general con pérdidas humanas muy lamentables, y con la dificultad adicional que quienes se sientan en la mesa por fin ya no son los únicos actores con poder, en el intermedio han ido surgiendo otros actores cuya razón de ser y existencia depende del contexto caótico del que nacieron, por lo que tienen muy pocos incentivos a que haya un cambio. Hoy, quienes todavía tienen el mayor poder están a tiempo de frenar la marcha hacia el abismo.

@lombardidiego

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