Los últimos meses del año han traído consigo su carga de sorpresas: diálogos interrumpidos, conversaciones que se retoman, acuerdos iniciales recibidos con reserva, iniciativas políticas que se movilizan con la mirada puesta en eventos electorales, acercamientos de y hacia países políticamente distanciados, encuentros con representantes de diversos sectores de la economía nacional.
Y junto con las sorpresas la incertidumbre, las dudas, las declaraciones ambiguas o contradictorias, la dificultad para interpretar los cambios y predecir su desenlace. Y todo ello tiene lugar dentro de un escenario mundial agitado por graves preocupaciones que van del conflicto bélico a un nuevo mapa geopolítico, del agravamiento del deterioro ambiental a las exigencias y problemas de un nuevo esquema energético.
Para algunos analistas parecería que Venezuela comienza a sentir la influencia de ese nuevo balance de fuerzas políticas que se viene dando en la región, marcada por una visión que quiere ser más realista, más pragmática, más abierta a las señales de la ciudadanía, menos sujeta a la presión partidista o personalista. Esa influencia explicaría una sincera o estudiada postura de acercamiento al capital, a la empresa, a la producción, al mercado, a los intereses de la gente.
Para otros, asoman señales de lo que podría entenderse como una tendencia hacia la reoccidentalización de nuestra política y de nuestras relaciones económicas, fruto de la necesaria comprensión de los lazos naturales del país con las naciones occidentales. Estados Unidos, Francia y otros países han dejado señales de animar ese diálogo, mientras parece reducirse la confianza puesta en los “nuevos socios” como Rusia, China o Irán, cuya influencia y apoyo pudieran estar comenzando a declinar.
Una dosis de pragmatismo, animado por el propósito último de preservar el poder, no puede dejar de considerar la imposibilidad de aspirar a una rápida recuperación cuando pesan factores tan determinantes como el tamaño de la deuda, la posición de los acreedores internacionales, el precario flujo de caja, una inflación desbocada y una creciente presión social.
Con este panorama, la calificación de país con abundantes reservas de hidrocarburos no es suficiente. Estimula, ciertamente, el interés de socios y compradores, pero exige tiempo y condiciones. No basta, desde luego, la liberación de una licencia para activar un desarrollo que solo puede darse con acceso a los mercados y cuantiosas inversiones, además del requisito básico de seguridad jurídica y de confianza en las instituciones y en la palabra empeñada.
Establecer un mejor clima de entendimiento con el sector privado nacional e internacional solo puede darse sobre la base del respeto a la legalidad y a los compromisos. Para quienes decidan llamar a la puerta con interés de inversionista resultará vital apoyarse en socios nacionales y contar con su conocimiento del mercado y su experiencia. La falta de consistencia en las políticas, la inseguridad y la arbitrariedad en la aplicación de controles y regulaciones puede dar al traste con cualquier esfuerzo de apertura.
La evolución del panorama nacional dependerá, sin duda, de una genuina voluntad de diálogo, sostenido por la credibilidad, el respeto y el equilibrio y alejado de posturas extremas: acuerdo o claudicación, ganadores o perdedores. Dependerá también de la renuncia al discurso demagógico, a las promesas que no se cumplen, a la ofensa y la amenaza, a la explotación de un clima en el que nada es creíble y donde solo hay espacio para los extremismos.
De cara al futuro siempre siguen siendo válidas las preguntas de qué y quién está cambiando, cuánto hay de solidez y cuánto de inconsistencia, cuánto de verdad y cuánto de mentira, cuánto de profundidad y cuánto de apariencia, cuánto de sinceridad y cuánto de táctica engañosa.