La tortuosa relación entre el cambio climático y el cambio político no pudo quedar más de manifiesto con la drástica decisión que se vio obligado a asumir el presidente de Chile, Sebastián Piñera, al cancelar la celebración del encuentro internacional, que hoy se celebra en Madrid, la capital de España, y no en Santiago, como originalmente previsto, precisamente por razones políticas.
La inmensa y justificada preocupación por el destino a muy largo plazo del planeta se vio entorpecida por la devastadora e injustificable acción inmediata que sufren todos los chilenos por la brutal contaminación ambiental provocada por el activismo político de la izquierda marxista chilena. Y latinoamericana, embarcada en el mismo viaje al corazón de nuestras tinieblas: la tiranía. Un mal tan viejo como la humanidad, como lo demuestra la historia real, que comenzó su devastadora compulsión por montar regímenes dictatoriales cuando nadie imaginaba que los hombres terminarían siglos, sino milenios después, preocupándose más por sus tubos de escape que por su convivencia política.
Un mal que afecta en su vida cotidiana a cientos, si no miles de millones de seres humanos de manera categórica, incluso fatal, que en América Latina, por razones de comodidad lingüística y causal hemos dado en llamar “castro comunismo”. ¿Cómo reunirse a discutir sobre los peligros que acechan al planeta mientras hordas de manifestantes, mucho más interesados en echar abajo el sistema democrático que impera en su país que en rebajar las emisiones de CO2 que tanto disgustan a una niña sueca, tienen semiparalizado a todo un continente?
No deja de ser paradójico que la más cruenta, inclemente y nociva tiranía latinoamericana que haya existido en nuestros quinientos años de historia, la cubana, que ya lleva 60 años de existencia imponiéndose contra viento y marea causando miles de muertos devorados por los tiburones del Caribe mientras intentaban huir de los dinosaurios castristas, constituya un mal específico, perfectamente detectable y digno de ser erradicado con una sola decisión de los auspiciantes de este mediático congreso, si no para modificar las emisiones de gas, por lo menos para erradicar las emisiones de odio, venganza y rencor creadas, organizadas, coordinadas y dirigidas por el país que, por el subdesarrollo industrial que sufre, menos daños climáticos y ecológicos padece?
Si los mismos bombos y platillos desplegados en torno al cambio climático se hubieran desplegado en torno al cambio político, y todo el mundo estuviera hablando de Nicolás Maduro y Hugo Chávez, Fidel Castro y la crisis humanitaria venezolana, luchando por lograr el uso de la llamada Responsibility to Protect y desalojando a ambas tiranías –la venezolana y su causal mayor, la tiranía cubana– no tendríamos que esperar siglos para liberar a Venezuela de esta horrorosa contaminación medio existencial.
Por mirar a lontananza y no advertir lo inmediato, a lo largo de la historia de la humanidad se han cometido graves errores. Poner coto a la contaminación es tarea que podría llevar décadas de esfuerzos y una auténtica revolución en nuestros usos y costumbres. La modernidad y la industrialización están íntimamente imbricados. Y solo una imposición tiránica, como la que intentaron los chinos con su revolución cultural –volver a vivir al ritmo de las calendas yendo a redropelo de la historia– que provocó millones de muertos e infinitamente más daños, problemas y desbarajustes que la contaminación ambiental, podría tener un efecto a largo plazo. ¿Volver al carruaje, a la tracción animal en tiempos de la era espacial, cuando ya sondas lanzadas al costo de enormes inversiones en combustibles no renovables penetran nuestra estrella madre y descifran las incógnitas que nos depara?
He vivido las condiciones medioambientales causadas por la industrialización a cualquier precio impulsada por el comunismo soviético en la Europa del Este. Que en su violento proceso de electrificación provocara los mayores desastres ecológicos de la historia. Desastres solo comparables a los que causan las pandillas de rusos, chinos, cubanos y otros asaltantes atraídos por la dictadura de Nicolás Maduro y la tiranía cubana para poder saquear nuestras riquezas minerales. ¿Cuánto desastre ecológico causó la obtención de esos 700 kilos de oro requisados en Frankfurt a un avión al servicio de esas pandillas? ¿No hay una adolescente sueca que se conmueva por las decenas de infantes que mueren en nuestros hospitales infantiles por falta de medicinas y se acongoje por la crisis humanitaria en que se encuentran millones de venezolanos?
El circo y el protagonismo de saltimbanquis que saltan al ruedo de la atracción hollywoodense de los medios han convertido un grave problema medioambiental en comidilla adolescente. Mientras, en la polvareda y la confusión, las tiranías siguen lucrando del desinterés mediático. Provoca gritarles: ¡es la política, no los carburadores, idiotas!
@sanmgarccs