“La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario”.
Sun Tzu
Entre las tareas más urgentes que se requieren para acelerar el cambio político y ayudar a superar este trágico momento de nuestra historia, está sin duda la relacionada con la eficacia política.
De manera genérica, “eficacia política” se entiende como el grado en el cual la gente cree que puede incidir sobre su entorno y ejercer influencia sobre el sistema político. Su importancia viene dada porque la actitud de los ciudadanos (de interés o desinterés, pesimismo u optimismo) hacia la política, así como su conducta (de resignación o lucha, de pasividad o activación) depende en parte importante de la percepción que tiene sobre su propia capacidad política, es decir, sobre su posibilidad de intervenir y cambiar sus realidades.
Cada vez más investigaciones destacan la importancia del sentimiento de eficacia política interna de los ciudadanos sobre su conducta y sobre la materialización de los eventos políticos. Así, por ejemplo, si en un país determinado la población se convence que frente a su entorno político no hay nada que hacer, que lo que ocurrirá es malo pero además inevitable, que sólo queda rendirse porque no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el modelo de dominación comienza a echar raíces y a ser percibido como irreversible. No en balde una de las cosas que los gobiernos de signo autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir sobre los hechos políticos y mucho menos de cambiarlos.
Una población con una baja percepción de eficacia política es la que constantemente se pregunta qué va a pasar. Y esta pregunta esconde una actitud de observador resignado ante lo que se supone inevitable y ajeno a su voluntad. Los que sólo preguntan qué va a pasar suponen que vivimos una película que tiene ya el final grabado y ante la cual usted sólo se sienta a observar. Lo cierto es que Venezuela hoy no es una película ya hecha sino una inmensa obra de teatro experimental, en pleno desarrollo, en la que usted puede subirse al escenario y alterar la trama con su sola presencia. Por ello, es necesario y urgente cambiar de postura. Es preciso migrar de la condición de espectador pasivo a la de actor participante. Es indispensable cambiar de interrogante, y en vez de inquirir inútilmente sobre qué va a pasar, preguntémonos qué nos toca a cada uno hacer.
Sería una irresponsabilidad y una falta de respeto intentar desde aquí sugerir lo que cada uno tendría que hacer en esta colosal tarea colectiva de construir el cambio político. Eso va a depender de las coordenadas personales, laborales, familiares y geográficas muy específicas y muy de cada quién. Pero hay al menos 4 cosas que todos –siempre dependiendo de esas coordenadas- tenemos frente a nosotros como tarea.
La primera es buscar cada uno su forma específica y concreta de participación. Aunque es una inmensa mayoría de la población la que adversa al régimen, esa mayoría no va más allá de un simple dato numérico hasta el momento que empieza a organizarse y a convertirse en una auténtica fuerza social con articulación entre los siempre diferentes sectores y con direccionalidad política. Hay instancias empeñadas en este esfuerzo de comunicar entre sí a distintos sectores sociales y políticos, como el caso más conocido del Frente Amplio Venezuela Libre, y de avanzar en la organización ciudadana y sectorial en todos los estados del país, pero todavía falta mucho. Pregunte cómo puede usted integrarse, colaborar o sumarse. O diseñar su propia forma de participación. Pero hay una cosa que es segura: la única forma de vencer los obstáculos que el gobierno ha puesto al necesario cambio político es la organización popular. Sin ella, la liberación democrática del país es sencillamente inviable.
Lo segundo es motivar siempre a otros. Por distintas razones, no todos pueden estar en las siempre necesarias actividades de organización popular que implican movilización física. Pero todos sí podemos asumir que en cualquier actividad diaria que desarrollemos –social, de trabajo, de estudio-, y donde quiera que estemos, nuestro deber es animar a quienes pudieran estar desalentados por lo larga y difícil de esta lucha, así como seducir a quien piensa distinto, solidarizándose con su problema pero ayudándole a entender qué y quiénes están detrás de su desdicha. Es asumir una actitud de apostolado permanente, que consiste en nunca dejar de hablar, de denunciar, de convencer, de conquistar gente para la causa de la liberación.
Lo tercero es no espantar con mensajes de retaliación y pases de factura a las personas que todavía militan o simpatizan con el oficialismo gobernante. La batalla por la liberación pasa también por ayudar a desmontar la polarización artificial entre venezolanos y a procurar, en nuestro entorno inmediato, el acercamiento de todos los afectados por esta tragedia devenida en gobierno, no importa sus creencias o la orientación de sus simpatías. El objetivo es que cada quien, desde su particular realidad, contribuya con una nueva e inteligente repolarización social, no la ya gastada entre oficialismo y oposición, sino la que separa y enfrenta a la mayoría de los venezolanos con quienes los engañan y explotan para su propio beneficio económico y político.
Y por último, nunca deje de criticar, fiscalizar y sugerir ideas a los dirigentes de la oposición democrática. Señale sus errores y vigile siempre que no se desvíen del camino y de las funciones por las que están allí. Pero no se preste al juego divisionista del gobierno, que ha puesto en la atomización y destrucción de la oposición democrática la esperanza de sus sueños de dominación.
La rebelión democrática popular necesita de más venezolanos que se pregunten qué les toca hacer y no qué va a pasar. Si no cambiamos la pregunta, quedaremos solo como observadores pasivos de un montaje que será protagonizado por otros, con consecuencias para usted y para todos.
@angeloropeza182
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