“Se hace necesario renunciar al mejor de los mundos, pero no a un mundo mejor» Edgar Morin
El pesimismo suele confundirse con el realismo. Una frase muy manida, amén de ingeniosa y elegante, dicha, creo, por el intelectual italiano Antonio Gramsci, intenta justificarlo describiendo a un pesimista como un optimista bien informado.
Pero por fortuna hay, igualmente, quienes estiman que el pesimismo no es útil. Que equivale a aceptar un fracaso trazado de antemano. A suponer que no hay nada que esperar, nada que imaginar, nada que hacer. A bajar los brazos, tirar la toalla y esperar sentados a ver qué sorpresa nos da la vida. En fin, a conformarse y dejar que las predicciones negativas hagan lo que les venga en gana.
Cierto que, desde hace un largo rato, la situación del país nos ha enviado muchas malas noticias, pero el pesimismo debe ser derogado. Hay, creo, que ejercer el derecho al optimismo, seguramente establecido en algún artículo de la Constitución, del que nunca se acuerda nadie y, por otro lado, hacer nuestra la afirmación de Daniel Innerarity, intelectual español con una obra muy importante en su mochila, quien considera que el optimismo no es una opción, sino una obligación moral.
El parteaguas
Digo lo anterior porque pareciera que lo ocurrido hace unos meses, me refiero a las elecciones primarias de la oposición, hizo un click en el ánimo colectivo, dominado en los últimos tiempos por el escepticismo y el desánimo, propiciados por la gestión de un gobierno envuelto en una épica que siempre ha tratado de esquivar la realidad, de talante cada vez más autoritario y visiblemente impotente para lidiar con la crisis generada por sus propios errores. Por otro lado, no es posible ignorar el papel negativo de algunos sectores de la oposición, puesto en evidencia en su comportamiento errático, traducido en su ineficacia para articular una estrategia unitaria y captar el apoyo de una población cuya inconformidad con el gobierno se ha hecho visible.
Gracias al evento mencionado, llevado a cabo, por cierto, a lo largo de un camino enlodado por el gobierno e, incluso, por algunos actores de la propia oposición, cabe creer, mirando como se han venido desarrollando las cosas últimamente, que los augurios no son fatales y que nuestra sociedad tiene la posibilidad de moldearse de otra manera y enrumbarse por distintos senderos hacia destinos diferentes y para beneficio de todos.
En fin, el humor político nacional ha cambiado inesperada y radicalmente.
El país va a las urnas
El próximo 29 de julio, los venezolanos estamos convocados a unos comicios que implican en nombramientos de nuevas autoridades en varios niveles de la administración pública. Las encuestas señalan que es muy posible que le resulten desfavorables al oficialismo, incluyendo el caso la Presidencia de la República, ratificando lo que observa cualquier ciudadano de a pie, incluso el más despistado. La atmósfera política es algo que no se mide en una escala, pero se percibe y se siente en la calle.
No resulta extraño, entonces, el empeño puesto por el oficialismo para minar el proceso electoral, bien sea saltándose a la torera las normas que garantizan su transparencia y equidad, desconociendo acuerdos suscritos con la oposición o tomando medidas tales como, por ejemplo, el anuncio de una ley que regula las ONG, de otra que condena el lenguaje fascista, y de una última que castiga severamente el delito de traición a la patria, que si bien es cierto que no tienen que ver directamente con las votaciones, enrarecen el ambiente electoral.
El día después
El 29 de julio, ¿aceptaremos los resultados que salgan de las urnas? ¿Entenderemos que ni el triunfo ni la derrota suponen la desaparición del otro y nos afanaremos por una sociedad en la que quepamos todos? ¿Nos valdremos de la política para dialogar y tramitar las diferencias que nos han traído hasta aquí? ¿Entenderemos que el ejercicio de poder se afinca en los pactos, no en la unanimidad? ¿Seremos capaces de llegar a los consensos básicos que requieren la paz y el bienestar de toda la población? ¿Asumiremos tranquilamente un proceso que fundamente los cambios pendientes en nuestra sociedad, así como la gigantesca metamorfosis, con ribetes de crisis civilizatoria, que se está dibujando en el siglo XXI en todo el planeta?
Hay que ejercer el derecho al optimismo, aunque no aparezca redactado en la Constitución Nacional -pero sin desconocer la terquedad de los hechos, según predicaba siempre Lenín-, haciendo nuestra la afirmación de Daniel Innerarity, intelectual español con una obra muy importante en su mochila, quien suele decir que el optimismo no es una opción sino una obligación moral.