Vivimos en tiempos inciertos. El mundo nos ofrece desafíos que parecen incontrolables: guerras, huracanes, crisis políticas y sociales. Cada día, el panorama se presenta más complejo, y la sensación de no tener el control sobre lo que ocurre puede generar angustia, estrés y, a veces, desesperanza. Nos enfrentamos a eventos que escapan por completo de nuestro dominio y, en esos momentos, es fácil caer en la desesperación o, por el contrario, en la positividad tóxica, esa falsa apariencia de optimismo que ignora las emociones auténticas y nos desconecta de nuestra propia realidad.
Pero la respuesta no está en pretender que todo está bien cuando no lo está, ni tampoco en sucumbir al miedo y la desesperación. La verdadera fortaleza, la que nos permite transitar estas tormentas con resiliencia, surge de la aceptación de la incertidumbre y de nuestra capacidad para mantenernos serenos, conscientes y preparados.
Primero que todo, debemos reconocer nuestras emociones sin juzgarlas. Sentir miedo, tristeza o frustración es absolutamente válido. No se trata de convertirnos en máquinas insensibles, sino de permitirnos sentir y luego, desde esa conexión emocional, tomar decisiones. La clave es aprender a observar nuestras emociones sin identificarnos completamente con ellas. En lugar de decir “estoy ansioso”, podemos decir “estoy sintiendo ansiedad ahora”. De esa forma, damos un paso hacia atrás y nos reconocemos como algo más que nuestros sentimientos del momento.
Otro punto fundamental es cultivar el equilibrio entre la información y la exposición. La información es necesaria, pero un exceso de ella puede ser perjudicial. ¿Qué podemos hacer? Filtrar la cantidad de información a la que nos exponemos. Elegir fuentes confiables, limitar el tiempo que dedicamos a las noticias y procurar equilibrar el consumo de información negativa con contenido que nos inspire y nos brinde esperanza. Desconectar del flujo constante de noticias no es evadir la realidad, sino proteger nuestra mente y nuestra energía.
Trabajemos en lo que está a nuestro alcance. Aunque no podamos detener una guerra o evitar un huracán, sí podemos enfocarnos en aquellas cosas que están bajo nuestro control: nuestra actitud, nuestra respuesta, cómo ayudamos a los demás, cómo nos cuidamos a nosotros.
Recuerda que al final del día, aunque no podamos cambiar el viento, sí podemos ajustar nuestras velas y navegar con coraje, resiliencia y esperanza.
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Facebook: Ismael Cala
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