La calle rompe la voz

Como si estuviéramos frente al piano escribiendo la letra y la música de una canción. Del ritmo caribeño que tiene más afinidad en el swing con los venezolanos. El título de esta nota parece el de una salsa. Una de esas cabilleras y canilleras que sale del gañote sonoro de cualquier sonero caraqueño de Antímano o de La Vega y ¿por qué no? de Prados del Este. Importa desde donde se pulse con sus notas la histórica fibra combativa de todos los venezolanos. Algo parecido a la canción esa que empezó a sonar en los tiempos de la Independencia con el Gloria al Bravo Pueblo haciendo de coro en el puñado de bisoños republicanos de ese entonces que empezaron defendiendo los derechos de Fernando VII y terminaron dibujando una naciente forma de gobierno. Es la misma nota musical que tomó de un brazo en la puerta de la catedral al capitán general Vicente Emparan, ese Jueves Santo y lo obligó a salir al balcón del ayuntamiento y decir «pues yo tampoco quiero mando». No había fusiles de respaldo para la naciente república, en ese entonces, pero si voluntad y hambre de independencia y de libertad. Como ahora. Al día siguiente nombraron a Francisco Rodríguez, el marqués del Toro como comandante general del Ejército para defender, sostener y apuntalar el nuevo régimen que nacía en la primera república. Allí, hubo calle. Corta. La que dista entre la catedral y la sede del ayuntamiento. Suficiente como para que al día siguiente el capitán general se embarcara desde La Guaira hasta Madrid a notificar a la corte que le habían solicitado en Caracas la renuncia, la cual… aceptó. Esa historia se ha extendido. Siempre la ha habido. De entrada se resalta la necesidad de que esa voz sea asumida por un sonero. Solo un privilegiado en la política como lo es  Oscar D’León en la música -entre otros- se puede dar el lujo de improvisar y seguir manteniendo el ritmo sin desentonar de la clave. Y la clave en este momento suena fuerte hacia la calle. Desde aquí se puede tararear la primera estrofa. La calle debe romper la voz como se rompen los cueros.

Y el cuartel atención fir

A partir de allí en 1810 la historia republicana inició un amancebamiento político entre botas y corbatas. La espada hacía su trabajo de poder a lomos de las marchas forzadas de la caballería que después de desmontar, curtidos doctores se encargaban y se esmeraban de montar y de pulir todo el andamiaje legal con su pluma, para cortar y calzar con la tijera del derecho constitucional de la época, el traje republicano a la justa medida. Esa es la historia de la segunda y tercera república. La calle, vestida de alpargatas con calzón  y de liqui liqui con sombrero y ruana, a lomos de una caballería surgida de hatos y haciendas de ganadería que encabezaba un general. A su lado un letrado cagatintas para enderezar en la legalidad cualquier entuerto. Así se escribió la historia desde 1810 hasta 1958. Nada hay en el horizonte que indique que eso vaya a cambiar. Esa es la historia del poder en la Venezuela plasmada en cada una de la mayoría de las constituciones promulgadas hasta 1961 después del 23 de enero de 1958 con la caída de la penúltima dictadura. Aquí podemos poner un solo de trombones en esa salsa republicana que es la salsa del poder. Calle y cuartel, calle y cuartel.

Mueve el ritmo, en una sola dirección

El último régimen de fuerza en Venezuela se incubó después del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. Seis años después de haber agotado los cartuchos de la rebelión militar de ese entonces, el jefe de la asonada estaba amarrando sus caballos en las rejas de Miraflores apoyado por las plumas de connotados y reputados doctores que le hicieron una cómoda antesala política desde los tiempos de Los Notables y además le redactaron la letra en el derecho y la legalidad a la nueva Constitución Nacional. Todavía flotaba en el ambiente de las elecciones de 1998 el olor de la pólvora de los cuartelazos del 4F y del 27N y ya Hugo Chávez se había quitado la boina de paracaidista y se había montado el sombrero de veguero para vender su condición de civil para ensamblarse una carta magna de su talla autocrática. De eso se encargó la entonces Corte Suprema de Justicia montada en la ola oportunista generada por el militar victorioso. La Constitución Nacional de 1999 que tiene una condición y un tufo cívico militar que ha servido de mampara al régimen durante un cuarto de siglo. Tiene menos de cívico y más de militar. Nada nuevo cuando se revisa la historia. Aquí podemos colocar un sonero extendido con los coros de los eternos oportunistas políticos que aún están vivitos y coleando. Calle y cuartel, calle y cuartel.

Menéate hasta el asfalto a buscar la morocota

Una melodía tiene sus tiempos. Si no logras armonizar los instrumentos con las voces la canción no va pegar. Va a estar escasa de flow y no se hará merecedora de una descarga, mención adicional que su sonido será un arroz con mango y los coros se desperdigarán. Entrar a tiempo en la melodía es tan importante, como permanecer en el ritmo, en el cuerpo melódico de la canción y llegar hasta el final sin que se vaya un solo gallo. Lo que proporciona los créditos de los aplausos. Como ahora en la política venezolana en que el público que va a garantizar las palmas finales estará en la calle y en los cuarteles. Tal como han sido los registros de la historia de las interpretaciones y la ejecución de las partituras políticas en tiempos de crisis en Venezuela. Como ahora. ¡Calle y cuartel, calle y cuartel! En ese orden estricto.

De esas novelas de Rómulo Gallegos que recogen la esencia del venezolano, de la que ya forma parte del ADN del poder en cada maternidad, Cantaclaro se encumbra en la más exacta descripción en eso de tirar la parada del dado en la apuesta republicana para las transiciones y los cambios. Muchas de las etapas críticas –como la actual que se ha extendido en 25 años de revolución bolivariana– reflejadas en sus conmociones políticas y sociales que han desembocado en cambios, en provisionalidad que se extiende, en nuevos liderazgos, y por supuesto, en nuevas constituciones políticas, tiene una fotografía en esa novela. Todos esos episodios en  casos empujados por lo que ocurre en la calle y que se recogen en exactitud dentro de los cuarteles en exacta fusión de lo cívico y de lo militar, lo que llevó a redactar desde su pluma al novelista en esta obra y en particular en este párrafo que retrata al venezolano y sus circunstancias. En una de las tantas crisis políticas y sociales, en las decisiones amarradas a la suerte del dado y en el seguimiento de las huellas de las cabalgaduras del caudillo de turno que llama a la peonada a las filas, con el llamado en las notas de un cornetín de órdenes… como el 4F. «Y pasó como una tromba ante el retén desprevenido, por creer que fuese otra vez el caballo sin jinete que acaba de cruzar por allí. Pero al romper el cerco se le ocurrió gritar: ¡Viva Florentino Coronado! Lo persiguieron. Le hicieron varios disparos, él respondió con otros de su revólver y al tercero oyó el gemido mortal del que había sido alcanzado por su bala. ¡Su primera víctima! Ya había sangre en su rastro. Ya estaba en plena aventura cambiando el menudo por la morocota.» Detrás se había movilizado la calle siguiendo ahora la caballería en armas.

¿Será este otro momento perdido –después del “Vamos bien” de 2019- o se alcanzará un «Hasta el final» victorioso cambiando el menudo por la morocota?

Es tiempo de soneros o de apagar la música durante 6 años más hasta el 2030.

Como si Joe Arroyo entonara desde cualquier equipo de sonido que rodara para arriba y para abajo por todas las avenidas, calles y urbanizaciones del este y del oeste de Caracas y de las ciudades más importantes del país, motivando la sangre caribeña para el baile que ha sido siempre historia en la política de Venezuela en tiempos que se proyectan como de transiciones, de provisionalidad y de cambios políticos. ¡Paren la oreja! ¡En los años 1600 (tan tan tan) cuando el tirano mandóooo (ta tatan tantan). Como estos que se viven.

¡Calle y cuartel, calle y cuartel! A modo de coro.


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