Caín mató a su hermano Abel. Fue el primer asesinato de reseñado en los textos bíblicos y él configura la máxima expresión del desacuerdo y de la violencia entre dos que vienen de un mismo tronco. Un nuevo caso de cainismo se está cocinando a fuego lento en España y el artífice no es otro que quien ejerce la más alta investidura política en el país. Sin duda un muy avezado político que no mira para los lados y solo se concentra en lo que aspira lograr, Pedro Sánchez, desde su perspectiva, consiguió una victoria en las elecciones del domingo con la que el colectivo español no resuelve sus problemas. Su partido de izquierda el PSOE se alzó con 122 escaños parlamentarios y el PP, partido de derechas alcanzó 136 de los mismos curules. El lector habrá ya sacado las cuentas.
Otro tipo de país, paralizado y polarizado acaba de nacer. Ni el candidato del partido que obtuvo más votos ni el segundo en número de papeletas va a gobernar. Gobernarán los partidos más pequeños y todo entrará en una suerte de montaña rusa de negociaciones, diatribas, concesiones, concertaciones atrabiliarias, zancadillas políticas, movimientos truculentos, que terminarán en unos meses- si así lo quieren Dios y el Rey- en un nuevo proceso electoral.
Un país paralizado y polarizado sustituye a la España socialista de los últimos 4 años. El desgaste que enfrenta la economía, las instituciones, la sociedad será enorme y configura una situación exactamente contraria a la paz que debería ser. Los españoles necesitan orden en sus procesos, recuperación de sus instituciones, confianza en sí mismos, pero una que se sostenga con acciones de progreso y no con huecas consignas y promesas políticas.
Resulta imposible decir en este momento, 24 horas después del conteo electoral, quién va a negociar y lo que va a negociar. Algunas cosas son clarísimas: Alberto Nuñez Feijóo está obligado a tratar de formar gobierno, pero no cuenta con votos suficientes para lograrlo. Pedro Sánchez tampoco cuenta con ellos, pero si goza de la posibilidad de negociar con los pequeños partidos, con los que ya sabemos que lo unen algunas coincidencias doctrinarias o simplemente intereses comunes con los que no cuenta el candidato gallego. En el caso de Sánchez, una negociación con Carles Puigdemont le impondrá sabrá Dios cuál tipo de concesiones. El proceso será largo y tortuoso y, en el intermedio, el país atravesará un desierto de paralización, polarización, ingobernabilidad y desgaste.
Es lo que menos necesita España. El país viene resintiendo los coletazos de la pandemia y de la guerra de Ucrania más que cualquier otro de la Unión Europea. El desempleo está desatado, la población empobrecida, la sociedad enfrentada con severas penurias, la inversión detenida. La debilidad de la Unión Europea afecta a España mas que a cualquier otro de sus miembros. Lo último que necesita el ciudadano medio es un ambiente de cainismo que pervierte la paz interna. Dedicar los próximos seis meses a sacarse los ojos entre los representantes del partido más votado y el partido que ostenta el segundo lugar lo que le agregará es inestabilidad a su economía, lo que se traduce en más desinversión, atonía industrial y parálisis económica, si no retroceso franco.
La culpa de esta dramática situación no es del votante quien ha sido perversamente manipulado para producir este aberrante resultado. La responsabilidad es de quien utilizó todos los artificios posibles para confundir, para adelantar los comicios, para destapar y alimentar el odio, para negativizar la contienda con la descalificación del adversario. Este tiene nombre y apellido.
La hora es mala. Puede que en el camino hacia una solución termine gobernando el partido que perdió la contienda electoral: el PSOE. Mas de la mitad del país vivirá enguerrillado y recordemos que en las regiones, quien políticamente terminó autorizado por las elecciones de mayo para gobernar, resolver y avanzar, no pertenecerá a la misma tolda de quien duerma en el Palacio de La Moncloa.
En fin, un desconcierto inenarrable que no merece Abel, ese español de a pie.