Había una vez un caimán que se había ido para Barranquilla. Ese caimán sonoro es de los más famosos. El coro de la canción salta en nuestras memorias, su música sigue siendo pegajosa y continúa inspirando la creación de nuevos estribillos plenos de travesuras bien pícaras.
Dicen que esa canción colombiana tan popular nació del hombre caimán. Cuenta la leyenda de un voyerista que no quería ser descubierto cuando iba al río para ver bañar a las mujeres. Una vez fue donde un brujo para que le diera entonces una pócima mágica que lo convirtiera en caimán y así pasar desapercibido. El brujo le dio dos brebajes, uno rojo y otro blanco. Se tomó primero el rojo y se convirtió en caimán. Para tomarse el blanco, le confió el frasco a un compadre. El pariente iba y le daba su pócima blanca y de nuevo se convertía en hombre. Pero hubo un día en el que el compadre no pudo ir y mandó a un vecino a que le hiciera el favor. El vecino, cuando vio a aquel enorme caimán, se asustó, se le cayó el frasco blanco y se rompió. Solo unas pocas gotas fueron a caer sobre aquel ser que, dicen, quedó muy triste con su cabeza humana y su nuevo cuerpo de caimán. La pasó muy mal… hasta tuvo que huir de los cazadores y pescadores de la rivera que buscaban darle muerte por los pantanos de la playa del río y así, así, así, hasta que llegó al Magdaleno por los lados de Barranquilla…
Esas son invenciones de la gente, como lo es también aquel cuento de Jaimito cuando a la pregunta de su maestra: ¿Cuáles son los animales que pican? El niño, respondió: ¡El caimán! ¡No!, le reprochó la maestra abriendo los ojos inconmensurablemente y ya le iba a regañar cuando Jaimito remató diciendo: ¡¿Qué no pican?! ¡Mire, un tío mío se estaba bañando en una laguna, llegó un caimán y lo picó en dos!
El caimán es sobreviviente de eras antiquísimas y hoy día, qué pena, está en vías de extinción. Desde los tiempos de la civilización egipcia o en los albores mesoamericanos, el caimán, como otros animales, han formado parte de nuestra fauna, sí, y también de nuestro entramado cultural, de nuestro imaginario.
El caimán ha sido antropomorfizado en numerosos cuentos y relatos; aparece en muchas fábulas como las de Esopo y otros fabulosos. En Venezuela siempre les estaremos agradecidos a dos humanistas de todo cuño que se dieron a la tarea de recoger, escribir y compartir los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo ¡que casi iban extinguiéndose de nuestra tradición oral!
Efectivamente, en los cuentos recopilados por Don Antonio Arraiz, director fundador de El Nacional y de Don Rafael Rivero Oramas, el Tío Nicolás, allí también asoma el taimado su cabeza convertido en Tío Caimán. Por cierto, que, en La piedra del Zamuro, el Tío Nicolás nos cuenta cómo fue que Tío Conejo pudo sacarle un colmillo a Tío Caimán. Ese pasaje me viene a la cabeza como para decirme que esa también es una tarea posible…
Caimán y cocodrilo no son lo mismo, hay diferencias, dicen los biólogos y otros especialistas de la fauna. También existe el lagarto y otros reptiles que vienen a ser como primos. Hay unos benévolos que aparecen estampados en una franela de marca y otro, simpatiquísimo, que nos acompañó en nuestra infancia, el Lagarto Juancho.
El año pasado murió «Hércules», un caimán del Orinoco que medía casi cinco metros, el tercero más grande de los que quedaban vivos, según reportó Antonio González Fernández, especialista en zoología; fue un delito ambiental, sin dudas. En su reporte contó que «Hércules» agonizó por negligencia; que estaba en un zoocriadero al cuidado de la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora y que murió por desidia al faltarle agua en su laguna…
Me contaba mi abuelo que, a las personas brillantes, prodigiosas en sus maneras de comportarse, les decían: ¡Ese es un caimán!
Por el contrario, hay gente maluca que vive embromándole la vida a los demás y que esperan a que el otro se resbale o medio se equivoque para caerle encima y es porque viven como caimán en boca de caño. Esos tienen la piel de caimán.
En Venezuela, hace muchos años, le decían «caimán» a los juegos de pelota con muchos errores y muchas carreras, y los malos jugadores eran unos caimanes. Caimán es sinónimo de chimbo y de esa jerga beisbolera proviene el término caimanera, una marramuncia ahí desordenada o improvisada. Esa gente de la UNELLEZ fue muy chimba. Como esos otros bichos de su madre que se vuelven millonarios de la noche a la mañana, se llevan dinero sacado de sí se sabe dónde y lo depositan en paraísos fiscales como las Islas Caimán. En el argot policial, les dicen caimanes a aquellos veteranos que, con los colmillos retorcidos, están a la vuelta de todo y de todos ¡atención!
Hay quien se cree caimán y muerde inclementemente sin preguntar siquiera queriendo imponerle las cosas a su fuerza a todo el mundo. Este se la pasa empandillado con otros de su calaña porque son caimanes del mismo pozo. En este caso, toca recordar aquella conseja que dice: no te burles del caimán hasta haber cruzado el arroyo. Es que estamos rodeados de animales. Toca cuidarlos, sin duda, y estar muy pendientes de aquellos que son peligrosos. Por cierto, hay testimonios de varios caimanes que se han salido de sus hábitats con esto de la pandemia y la consecuente cuarentena ¡atención!
De allá de donde provienen las locainas de La Zaragoza, el día de los Santos Inocentes, hay un larense inolvidable que siempre tuvo claro que esto de echar cuentos es un trabajo; inventaba tanto que fue capaz de invertir el fenómeno de la antropomorfización: Don José Alberto Castillo ¡El Caimán de Sanare! Un señor risueño como una zaranda ¡que echaba cuentos parejo! Cuentista desde chiquito por el bien de los demás y sin decí una garra ´e mentira, como él mismo repetía con cada nueva historia.
Total, que esa palabra caimán es bien versátil. Lo mismo nos divierte que nos remite a las tinieblas de la muerte. Hubo una vez en la que un caimán de los veteranos, que se la echaba de mucho, se murió y no se había dado cuenta. Abrió sus ojos enormes y se percató que estaba en su mismo lugar de siempre, pero ya nadie lo notaba. Pero, es que ya nadie tan siquiera se asustaba ni se fijaba en él. También le llamó la atención que algo olía muy mal y que estaba rodeado de moscas que ni reaccionaban con el movimiento de su larga cola. Entonces el caimán se metió en su lago, se marchó hasta la otra orilla y se dejó llevar por la corriente hasta llegar más allá de Barranquilla.
Hoy he recordado a un caimán, pero de los brillantes, mientras comía arepa con mantequilla y la compartía con unas paisanas y unos paisanos… Eso pasa con quienes se van y siguen presentes en las cosas más sencillas.