Hubo un tiempo en mi triste y lejana infancia en el que caía de hinojos sollozando ante la pureza de las almas ajenas. Vivía en la genuflexión, en el genu latino que significa rodilla. Yo siempre tuve en ellas raspones, porque no solo se lastimaran por caer de hinojos ante pureza alguna sino por los juegos y travesuras de niño. Me arrodillaba en la iglesia porque era obligatorio hacerlo aunque siempre sospeché que había algo poco católico oculto tras la pureza eclesiástica: porque uno de los párrocos confesaba a las mujeres a ambos lados del confesionario y ellas se levantaban de allí llorando, pero arrodillados entre sus piernas hurgaba en el comportamiento de los chicos y preguntaba con paternal inocencia por nuestros pecados mientras nos acariciaba la cabeza como si nos peinara con los dedos de la mano. Caer de hinojos era caer de rodillas en los días de mayo, el mes de la Vírgen e íbamos todos con flores «a porfía» y rezos a María que «madre nuestra es». Y no dejaba de resultar absurdo que en plena plaza de Capuchinos, en la caraqueña parroquia de San Juan, nos comportáramos «a porfía» como si viviéramos no con la madre María sino en la españolísima Madre Patria.
Pero esto ocurría en tiempos de una infancia adolorida marcada por la tristeza de pertenecer a una familia venida a menos y por la presencia de una paternidad irresponsable. MI padre llegó a ser coronel sin haber permanecido aunque fuese un instante en algún cuartel, convertido en militar por alguna astuta e interesada conveniencia del dictador andino de Maracay. Leo y releo constantemente el texto de mi vida tratando inútilmente de enderezar no solo sus peores momentos familiares sino mis pasos fuera de casa: la escuela, los afectos y desafectos, las torpezas y desilusiones, las circunstancias políticas que de manera directa o no, anudaron algunos compromisos fácilmente traicionados a medida que surgían frente a mí nuevas y atractivas trampas ideológicas.
Primero supe que en la esquina merodeaba el feroz anticomunismo de Eleazar López Contreras protegido, pensaba él, por tediosas y agotadas Agrupaciones Cívicas Bolivarianas y Jóvito Villalba junto a unos seguidores suyos de Unión Republicana Democrática desafiando no solo a las cavernas sino al propio país. Luego, temible, con físico ingrato, voz desconcertante pero demócrata a tiempo completo aparece Rómulo Betancourt y con él una Acción Democrática fusionada e identificada con el país siempre viva y presente arrastrando consigo la historia, pero sin caer nunca de rodillas ante nadie, y junto a este oleaje democrático vi aparecer en la otra esquina a los socialcristianos interesados más por la salud moral de los venezolanos que por su salud política y más allá el esfuerzo sin resultados del viejo partido comunista convertido en la hora actual bolivariana en harapos de sí mismo.
Y al releer hoy el texto de mi vida venezolana descubro que nunca fui tomado en cuenta por ninguno de los líderes y organizaciones políticas mencionados porque nunca he militado o he sido partidario de URD, Copei, Acción Democrática y mucho menos de las dictaduras militares. Es verdad que, como tonto amigo, acompañé a los comunistas de entonces y me ilusioné con la Revolución cubana. ¡No puedo negarlo!
«Cuando esto termine, decía Pedro León Zapata refiriéndose al chavismo, volveré a ser de izquierda». ¡Yo no! No quiero saber de ninguna izquierda abusiva o representativa ni de ninguna derecha oscura y maloliente. A mi avanzada edad, he desertado de toda ideología, me siento absolutamente libre y nada ni nadie me obligará a dar explicaciones de mis actos. Solo me interesa mantenerme al lado del silencioso movimiento Ulises promovido por Gustavo Coronel que trata de encontrar un mejor camino para el agobiado y desafortunado país venezolano.
No creo que la democracia como forma de gobierno sea eterna. Todo está marcado por el tiempo. Hubo la esclavitud, el feudalismo, y en algunos países permanece la monarquía. Se me hace difícil verla, pero puede ser que la democracia esté comenzando a ceder el paso a otra forma de gobierno. En todo caso, ¡la izquierda no sabe gobernar! Se divide y cree ser un dechado de perfecciones intelectuales. La derecha, en cambio, se mantiene atrasada, pero jamás se divide. Miente. Hace trampas y gusta mucho del sabor del totalitarismo y de la crueldad. Tampoco escapan los militares de una catastrófica incompetencia. Si la decisión estuviera en mí, ¡los eliminaría!
Me desligo del siempre desatinado país político, desconfío de los patriotas que vociferan su nobleza y se arropan con la bandera tricolor; no me entiendo con los malos poetas y desprecio a los delatores. Miro y me deleito con la hoja que cae; me quedo con el aire salado del mar, con dos o tres esclarecidas sensibilidades ¡y solo ante ellas y ante el Ávila caigo de hinojos!