Hoy es 23 de diciembre, antevíspera dela Navidad, cuando Dios, hecho hombre, se presentó en un exiguo pesebre de Belén, al humilde refugio de José y María. No obstante, es cierto que un arcángel lo había anunciado, y tres reyes –con sus taparitas llenas de aguardiente– venían siguiendo una especial estrella, para ofrendarle oro, incienso y mirra a la divina criatura por nacer.
La hermosísima imagen, de un bucolismo embriagador, constituye, para todo cristiano el sumun de la ternura y la fe y una lección auroral de protección para los desposeídos. El Mesías, descendiente de David y otros pro-hombres ilustres prefirió el amor, la virtud, la ternura de María y de José al impersonal mármol de los palacios y otros lujos al uso del poder.
Quienes tenemos el maravilloso privilegio de creer, rara vez evitamos sucumbir a balances o arqueos de hechos favorables o trágicos en tan señalada fecha. Las ausencias de los seres queridos se hacen abismales y aún más dolorosas, los hechos auspiciosos recuperan su original brillo, todo se reviste de una magia naïve e inigualable.
Para quienes tuvimos el privilegio de nacer en familias numerosas y muy tradicionalistas y –en mi caso- proactivamente católicas, la cena de Nochebuena era todo un acontecimiento, se iba toda la familia a la Misa de Gallos en la iglesia de las Hermanas Franciscanas y solo al regreso se procedía al reparto de los presentes, que debo confesar –no sin algún rubor- a los 80 años que tengo hoy, ya habían pasado todas las inspecciones que un niño puede inventar para descubrir su contenido, pocas sorpresas sobrevivían a nuestra afiebrada curiosidad.
Con el tiempo, ese implacable agrimensor de angustias, de tristezas y de involuntaria clarividencia, nuestras inquietudes han ido mutando, desde las pedestres pero acuciantes angustias crematísticas de proveer al condumio familiar y otras necesidades de “intendencia” hasta las inquietudes por un país que se desborona en manos irresponsables y arteras, y por un mundo que nunca ha estado en peores manos y el fenómeno es, por esta vez al menos, casi universal, el solo pensar en Trump y en Biden, como los “campeones” de la primera potencia occidental, justificaría por si solo un lamento interminable, wagneriano, tan prolongado como el que ocasionó que el gran tenor Lauritz Melchior “el Titán Wagneriano” se durmiera y soltara unos fuertes ronquidos en pleno escenario del Metropolitan Opera House, para la desesperación de Isolda, quien intentaba despertarlo con disimulo dándole discretos puntapiés, que se estrellaban inútiles contra la sólida coraza del coloso danés.
Ahora y sin pensar en esta patria insustituible, en esta Venezuela entrañable, que tan costosa ha sido y sigue siendo en sangre, sacrificio y lágrimas. Que ha producido los más grandes hombres del continente, como afirmara indubitablemente, don Marcelino Menéndez y Pelayo, el más grande hombre de armas Simón Bolívar y el más grande hombre de letras don Andrés Bello, solo el sostenido, valiente, honesto estandarte de María Corina Machado, nos permite embozarnos en su aura y olvidar una triste colección de varones menguados y acomodaticios, autodesignados líderes de la oposición. Ninguno de ellos merece mi confianza.
En este entorno, nacional e internacional, el arqueo de caja navideño es pesado y variopinto, por decir lo menos, las primarias fueron un éxito clamoroso, qué duda cabe, otros productos del acuerdo de Barbados son de difícil digestión, especialmente la liberación del gánster colombiano-árabe de babosa apariencia y trayectoria. Pedro Sánchez Pérez-Castejón amenaza la pervivencia estatal de la Madre Patria y vulnera la trayectoria del PSOE que no pocas páginas honrosas dio a España, hasta que Rodríguez Zapatero lo envileciera y degradara, hasta la náusea.
Francia, otrora mi “especialidad” como analista periodístico apenas asoma la Sra. Le Pen, quien desgraciadamente no es huérfana de padre. El espécimen italiano luce interesante. De China nunca sabemos suficiente. Rusia en manos de los exjerarcas de la KGB, es eso un ente gansteril y peligroso. Estas serán unas hallacas de angustia, hay que disfrutarlas plenamente, la bola de cristal no está disponible y la atmósfera muy cargada. Como decía el viejito Velasco Ibarra, cuando prometió convertir al Ecuador en un gran país y alguien muy inoportuno del público le preguntó que ¿cómo?, el anciano orador respondió solemne: ¡Dios proveerá!
Colombia, gracias a Dios con reservas humanas y políticas, encara la calamidad de Petro y Milei parece tener ganas de convertirse en una esperanza, ¡Dios lo permita!
Lula volverá a ser un buen presidente para Brasil y un vecino torcido y vil para el resto de Hispanoamérica.
Caracas sin patinadores, aguinaldos ni procesiones será aún otro reflejo mustio del chavismo-madurismo, esta flor incolora, inodora e insípida que produce la “revolución bonita”.