Con la certeza de unas elecciones primarias para escoger el candidato presidencial de la democracia este mismo año, ya se siente un ambiente distinto en el país.

A partir de este momento la esperanza, que estaba casi en vida vegetativa, vuelve a circular poco a poco, pero cada vez con más fuerza, por la sangre de los venezolanos.

No cabe duda de que el renacimiento de la fe en la posibilidad de un cambio no es una buena noticia para quienes se acercan a un cuarto de siglo en el poder, celebrándolo con la impericia absoluta para resolver las urgencias de la ciudadanía, la mayoría de las cuales fueron creadas por ellos mismos.

Sin embargo, el daño profundo hecho por años de deterioro nacional en los más diversos niveles, va mucho más allá de la ineptitud empoderada.

Hay que señalar que los venezolanos hemos ido perdiendo el hábito de la democracia, por lo cual nos urge ejercitar ese músculo. Se nos ha convertido en cotidianidad que nuestras necesidades no sean escuchadas y mucho menos atendidas; hemos caído en lo que los especialistas llaman la desesperanza aprendida y muy probablemente, si se nos apareciera el genio de la lámpara de Aladino y nos preguntara nuestros deseos para el país, ni siquiera sabríamos por dónde empezar.

Y como bien veníamos diciendo, esta falta de ejercitación del músculo democrático ha arropado a toda la vida nacional. No solamente a quienes lanzaron por un barranco a la más fabulosa oportunidad de prosperar que jamás tuvo Venezuela, sino también a muchos de quienes se oponen a este costoso fracaso.

Y esta es una crítica constructiva que hay que hacer en voz alta, si es que de verdad vamos a confiar en el proceso primario que nos conduzca a un candidato unificado para los comicios presidenciales de 2024.

Desde nuestra misma acera hemos estado escuchando discursos y promesas que nos inquietan. Y nos inquietan porque se apegan más al lugar común que a las necesidades reales, se parecen más a las fórmulas “políticamente correctas” que a un diagnóstico de lo que urge al país. No parecen tener el oído puesto en la calle, más bien develan el desconocimiento del latido nacional.

No podemos creer que lo mejor que pueda ofrecer el debate electoral que está por comenzar sean discursos asépticos y pasados por agua, cuando el porcentaje de pobreza en el país se mantiene en un alarmante 94,5%, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), presentada por la Universidad Católica Andrés Bello a finales del año pasado.

Hay mucho que debatir, cuando vivimos en una nación donde el empleado que devenga sueldo mínimo llega a gastar hasta cuatro salarios al mes para irse hasta su sitio de trabajo.

La provisión de gasolina sigue siendo un problema agudo en el país con más reservas petroleras probadas en el planeta. A los transportistas de los Valles del Tuy, por poner un ejemplo, no les alcanza para nada con los 40 litros que les son asignados. ¿Cómo se desarrolla un país que tiene a su sistema de transporte amarrado de pies y manos?

No se puede evadir el tema de que prácticamente todas las familias venezolanas están fracturadas por la emigración. Competimos con sirios, afganos y turcos por los puestos más altos en la cantidad de solicitudes de asilo en Europa. Nuestras cifras migratorias se disparan como si estuviéramos en medio de una guerra.

Por todo esto, es mandatorio el lanzar una alerta ante el divorcio entre lo que se escucha y lo que se ve. Especialmente porque muchos de quienes están cayendo en ese comportamiento coinciden con el oficialismo en intentar construir ese contenido vacío y carente de motivación, que no resuena ni va a resonar en quienes están ganados para el cambio, pero andan buscando urgidos quien los represente, para entonces –y solamente entonces– activarse.

A unos y otros hay que aclarar que la política no es ni puede ser un asunto mecánico. No es una fórmula patentada. Lo que los libros puedan decir es solamente un marco que nos provee con ciertas herramientas para salir a la calle a entender la realidad nacional de cada país y Venezuela ni de lejos es la excepción a esto.

Quizá por ello tantos espectadores nos ven desde el exterior sin terminar de entender la complejidad de lo que hoy transitamos. Y es que los venezolanos necesitamos encontrar nuestra propia fórmula, para escapar de esta dimensión oscura que nos ha atrapado por tanto tiempo.

La alternativa de cambio se construye a partir de tener la voluntad de meter el dedo en la llaga de esta telaraña de problemas entrecruzados que nos atrapa como país.

Hacer el diagnóstico certero de dónde nos encontramos puede llegar a ser un ejercicio cruel, pero es necesario. Pero nadie que se quede arañando en la superficie podrá aportar algo mínimamente valioso para romper este ciclo perverso.


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