OPINIÓN

Buscar sin prejuicios

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Octubre cerró como un período de bajón creativo para la industria de producción de contenidos audiovisuales.

Tras el éxito de Joker en taquilla y crítica, una serie de películas fueron estrenadas sin mayor impacto o certeza sobre su futuro. Es un síntoma propio del momento previo al lanzamiento de los últimos cartuchos del año, diseñados con el fin de conseguir nominaciones al Oscar o simplemente de ofrecer el regalo prometido a las audiencias de la temporada navideña.

Durante el décimo mes de 2019, Scorsese y Coppola expresan un disgusto compartido ante el estándar de superhéroes de Marvel, poniendo en duda su condición cinematográfica.

Desde su punto de vista ortodoxo, Avengers sería más bien un parque temático, parte de una fábrica de hamburguesas, una línea de producción de exiguo valor.

Admito la crítica al género de los vigilantes y la problemática saturación de sus tropos en Hollywood. Sin embargo, disto de acompañar lecturas tan binarias y reactivas como las de los autores de Taxi Driver y El padrino, quienes en el pasado sufrieron el mismo tipo de acusaciones por adaptarse a un patrón sensacionalista a través de sus tragedias viscerales, inspiradas en sus tiempos de mercenarios de la serie Z.

La edad puede haberles nublado el recuerdo a ambos. Francis Ford comenzó su carrera con Demencia 13 al servicio de Roger Corman, un independiente de la corriente clandestina posteriormente endiosado.

Las primeras formas de San Martin , en cintas como Malas calles, tomaron la influencia de los pulps y los realismos explotados por los mentores de Tarantino. En consecuencia, los realizadores consagrados predican un credo desmentido por sus antecedentes en la pantalla grande. Así ellos recuperan, por defecto, el marxismo cultural de la teoría de Frankfurt, cuyos códigos de censura se aplican en Venezuela y reciben los cuestionamientos de los especialistas.

Adorno condenaba moralmente a las caricaturas y tebeos, al simplificarlos y reducirlos en su alcance semiótico. Los seguidores de aquella escuela calificaban de peligrosos agentes de la ideología a los relatos del Pato Donald. Dichas memeces resultaron refutadas y satirizadas en libros, ensayos y textos de la talla de El manual del idiota latinoamericano.

Por eso, en el mundo del séptimo arte y de la academia, merecen coexistir The Irishman con Spider Man, lejos de casa, por citar solo un ejemplo. Por supuesto, ya tendremos ocasión de ponderarlas y evaluarlas en su debido contexto.

Alrededor de todo se cifra el viejo dilema entre espectáculo y narración. Cada bando defiende su parcela con argumentos, propuestas y golpes de efecto.

En el horizonte del sistema de exhibición, el llamado theatrical, dominan las olas digitales de la duplicidad. Actualmente vemos sus secuelas menos felices en Los locos Adams(copia infantil de la serie de televisión), Proyecto Géminis (un intento fallido de clonar a Will Smith con aplicaciones defectuosas y unas cámaras demasiado pulcras), Maléfica 2 (extensión irregular del canon live action de la Disney) y Zombieland: un tiro de gracia (de un humor diluido en su trama previsible de muertos en vida).

Ang Lee naufraga en su largometraje con el Príncipe del Rap, filmándolo en 4k a 60 cuadros. El Ultra HD exagera los errores de la pieza, aniquilando la credibilidad de su puesta en escena.

La técnica empleada en el filme calzaría mejor con la fotografía de un documental para IMAX. Aquí queda como el anuncio de un videojuego fosilizado, nada interactivo.

Por el otro lado, el streaming y Netflix insisten en contar historias de fuerza dramática, buscando enganchar con las audiencias decepcionadas del perfil discreto de la cartelera. Ahí encontramos cosas buenas y terribles.

En el segundo caso, recomendaría olvidar La lavandería, un desastre de versión del tema de los papales de Panamá.

A modo de reivindicación me gustaría marcar la trascendencia del trabajo de no ficción Dime quién soy, sobre unos gemelos hermanados por un secreto, por un traumático pretérito familiar. Su alegoría viene a cuento. Los protagonistas se apoyan en la reconstrucción de su memoria herida y alterada. Asistimos a su terapia de resiliencia en forma de confesión. El dispositivo es sencillo y a la vez efectivo, digno de ser replicado en su desmontaje de las narrativas de la intimidad.

La obra dialoga con los espejos de las redes sociales. Presenciamos el milagro del cine. Una epifanía escondida en lugares imprevistos.

Hay que buscar sin prejuicios. Como enseñaron Agnés Vardá y Luis Ospina.

Gracias a Malena Ferrer por su respaldo en la concreción de la idea del artículo.