Tan importante resultaba para el régimen de Maduro el desalojo de Juan Guaidó de la presidencia de la Asamblea Nacional, que el diputado José Gregorio Noriega, uno de los que sucumbió ante los dólares que portaban las tenazas del alacrán, en la grabación en la cual trató de convencer a Alfonso Marquina de vender su alma, hizo saber que fue una operación dirigida por el propio Nicolás Maduro.
Pero la tal operación no dio los resultados esperados, porque para sorpresa de quienes no han tenido ningún escrúpulo en el saqueo del erario público, los valientes y dignos diputados que no sucumbieron a la tentación del abundante dinero sucio, ni a las amenazas por no sucumbir, fueron cien (100), lo que se tradujo en la conservación de una mayoría democrática que logró, a pesar de todos los atropellos, elegir legítimamente la nueva directiva de la AN presidida por Guaidó.
El resultado fue un nuevo episodio violento de imposición de una ilegítima directiva elegida sin quórum y unas escenas dantescas de represión contra los diputados democráticos, lo que elevó unos cuantos escalones el desprestigio del gobierno de Maduro, amén de una mayor complicación del ya enredado cuadro institucional del país porque a su labor de sabotear el funcionamiento del Legislativo, ahora se le suma a la dictadura fragmentar su incompetencia entre la ANC y su nueva AN, que ya sabemos será legitimada por el también ilegítimo TSJ con el apoyo de la mesita. Un circo institucional.
Como si no hubiera dado más graves demostraciones de su decisión irrevocable de no ceder ni un espacio de poder y de su doble y mentiroso discurso, desde su búnker de Miraflores, de donde poco se puede alejar, en entrevista ofrecida a The Washington Post, Nicolás Maduro afirmó, para que no quedara duda, que se encuentra en control de Venezuela y manifestó estar listo para iniciar un diálogo directo con Estados Unidos para acabar con el estancamiento político. Con el mismo criterio utilizado para la compra de diputados le hizo guiños a las compañías petroleras estadounidenses con una bonanza que los estaría esperando si el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, levanta sanciones y reinicia las relaciones entre su país y Venezuela. Una forma disfrazada y de ingenua arrogancia de pedir cacao.
Pero hete aquí que mientras el dictador declaraba, Juan Guaidó, en una nueva demostración de decidido coraje, logró burlar la prohibición de salida del país para realizar una gira internacional que, con todo el poder concentrado, ni en sueños podrá tener Maduro, quien como mucho puede ir a Cuba, Rusia y Turquía.
Guaidó fue recibido como jefe de Estado en Bogotá, se reunió con el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo; asistió a la III Conferencia Ministerial Hemisférica de la Lucha contra el Terrorismo, en la cual expresó preocupación por el hecho de que organizaciones que cometen actos terroristas como el ELN puedan ampararse en situaciones de debilidad institucional como en Venezuela, para potenciar sus actividades delictivas.
Cuando esto escribo Guaidó continúa su gira. En Londres, participará en diversas reuniones con el Parlamento y representantes del gobierno británico con motivo de la agenda internacional 2020. En Bruselas será recibido por el canciller de la Unión Europea, Josep Borrell. A esto se suma la invitación de la nueva ministra de Exteriores de España, Arancha González Laya, quien lo recibirá si decide pasar por ese país, y la inclusión como orador en el foro económico más importante del mundo, que se realiza en Davos.
Es absolutamente intrascendente que un lacayo se va a encontrar con sus amos en Colombia, afirmó Diosdado Cabello, mientras Nicolás Maduro, desesperado por equilibrar la audaz iniciativa, se le ocurrió la infeliz idea de invitar al embajador de Cuba a formar parte del Consejo de Ministros y declarar al ex presidente de Cuba Raúl Castro como hermano mayor y protector de Venezuela.
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