OPINIÓN

Brillar en la oscuridad

por Carlos Sánchez Torrealba Carlos Sánchez Torrealba

El suceso aparece reseñado en uno de los libros fundacionales de Escandinopla como la primera de muchas travesías eróticas y sobre otros humores de dos amantes errantes que alguna vez fueron a la playa y les despertó en la alborada la luminiscencia del plancton que flotaba sobre unas algas que iban y venían con la mar y que llegaron hasta la orilla tropezando delicadamente sus cuerpos en la arena, una y otra vez.

Cuentan que el maestro Darío Fo -quien gozaba burlándose del poder- también reparó en ellos y hasta llegó a mencionarlos en alguna de sus publicaciones. No eran pareja cuando ya el actor hacía su propio bululú presentándose solo, aquí y allende, interpretando todos los personajes de sus numerosas obras en repertorio. Luego entonces llegó ella y aquello se convirtió en un ñaque amoroso y absolutamente teatral.

Después de mucho andar y desandar, fueron a parar a la adolorida Polonia cuando era el Estado más grande de toda Europa y allí decidieron fijar su residencia. Dicen que su descendencia alcanza hasta fechas contemporáneas y que algunos de su familia también alcanzaron a nacer con la condición luminosa o a desarrollar la cualidad de la iridiscencia, es decir, la capacidad de brillar en la oscuridad.

En el elenco del maestro Grotowsky llegó a haber una bailarina venezolana quien, muy joven, se había quedado en Varsovia abandonando la gira europea de su compañía universitaria. De allí se fue a Opole y allí estuvo varios años formándose como actriz y como la maestra que luego tuvimos, felizmente: Elizabeth Albahaca, incomparable, siempre bella y querida. Por eso es que hablan de los nietos tropicales del polaco. En ese grupo se aprendía a ser atletas del alma, como siempre lo quiso Antonín Artaud y como Grotowsky aprendió a convertir a sus intérpretes. En ese mismo Teatro Laboratorio, pleno de rigor, hubo también un actor llamado Ryszard Cieslak. Cuentan que cuando hicieron su versión de El príncipe constante de Calderón de la Barca, Czieslak fue el protagonista y que, al finalizar las funciones y apagar la luz, su cuerpo permanecía resplandeciente durante un buen tiempo. No es de extrañarse. Hasta ese punto puede llegarse con el entrenamiento del maestro Grotowsky.

Los caminos del teatro encuentran resonancia de este relato en otra experiencia similar ocurrida en Escandinopla, en uno de sus memorables festivales internacionales de teatro. A poco tiempo antes que Escandinopla llegara a alcanzar su libertad absoluta cuentan que una compañía teatral, probablemente una garnacha o una mojiganga, se dio a la tarea de representar la tragedia Tito Andrónico, escrita por Sir William Shakespeare. Una historia cruenta y terrible, apología de la venganza, según han dicho los críticos.

Dicen que tanto actrices como actores habían alcanzado esa capacidad de brillar en la oscuridad, pero, más allá. Dicen que, de pura entrega y de tanta pasión, eran capaces de arder en la escena para el encandilamiento y el asombro de los espectadores, algunos de los cuales llegaron a quemarse. Acabada cada función ocurría un fenómeno de remisión, de regeneración y así volvían a constituirse de sus propias cenizas como el ave fénix.

En una ocasión, en un gesto absolutamente fuera de lugar, asistieron a la última función de la temporada las y los verdes gobernantes de aquel lejano país, alentados por el correveidile del público. Hablaban zoquetadas sin parar en la antesala del teatro. Una vez que dieron sala no paraban de hablar necedades, de comer chatarra y tomar cola negra, actitud que duró incluso hasta que comenzó la función, propiamente y se escuchaban los primeros parlamentos.

A medida que fue creciendo la pieza y desarrollándose la trama, el silencio propio del asombro se fue imponiendo y, llegados al final, ante el pasmo de todo el mundo, como una alucinación, ocurrió el portento: se prendieron actrices, actores y aquel grupo de gobernantes, desacostumbrados espectadores. Se quemaron todas y todos. Luego las y los intérpretes volvieron a su completo estado natural y saludable. Esto es verdad y no miento y como me lo contaron, lo cuento.

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